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Domingo, 23 de diciembre de 2007
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Fadanelli

La cara de la desgracia

La mediocridad y el gris existencial bajo la lupa en una nueva novela del mexicano Guillermo Fadanelli.

Por Patricio Lennard y Juan Pablo Bertazza

Malacara
Guillermo Fadanelli
Anagrama
193 páginas.

No es un dato menor que el protagonista de Malacara, en uno de los pasajes en que busca definirse a sí mismo, glose la frase de Louis Ferdinand Céline que Sartre utiliza como epígrafe en La náusea: “Es un muchacho sin importancia colectiva, exactamente un individuo”. Ese imaginario de la mediocridad que del existencialismo para acá casi ha agotado la gama del gris en lo que a personajes agrios y desesperanzados se refiere es el mismo que el mexicano Guillermo Fadanelli vuelve a combinar aquí con dosis parejas de misantropía, nihilismo, desazón e ironía.

Orlando Malacara es un escritor fracasado que vive en el DF y que, a poco de iniciado el relato, confiesa tener dos “urgentísimos deseos”: matar gratuitamente a una persona cualquiera, y que dos mujeres acepten vivir con él por el resto de sus días. Deseos que en un principio esbozan, engañosamente, la motivación de una trama (pues no tendrán ni el peso ni la urgencia que allí se les confiere), y que pondrán de manifiesto no tanto “la historia de una locura” de la que se habla en la contratapa del libro, como el carácter estrafalario y freak del protagonista. Sí habrá dos mujeres que Malacara no podrá, por más que lo intente, reunir bajo un mismo techo y una misma cama: Rosalía, su esposa, quien cansada de él un día lo abandona sin darle explicaciones, y Adriana, una adolescente cocainómana que conoce en un mal reputado colegio de señoritas, en donde con una apenas disimulada lubricidad él inicia un improvisado y fugaz desempeño como docente.

Si bien en estas desavenencias amorosas reside un núcleo argumental de la novela, es en la digresión y en el divagar del personaje donde se establece la apuesta de Fadanelli. Algo que lejos de entrañar una audacia formal se traduce en una prosa deshilvanada, fragmentaria, hiperkinética, que si busca plasmar algo del desorden mental del protagonista lo hace a costa de exponer su falta de relieve. Así, en vez de desarrollar, Malacara dispersa; y si bien su discurrir desliza por momentos reflexiones ocurrentes (“Las mujeres tienen cientos de pretendientes en su juventud, pero se casan con el único que les estropea la vida”), hay cierta gratuidad, cierta falta de sustancia en sus permanentes cambios de tema.

La “conciencia de ser desgraciado”, no obstante, es lo que sostiene la coherencia del personaje a lo largo del libro. Más allá de que el tono zumbón que prevalece le quita solemnidad a su desdicha personal y a esa mezcla de odio y apatía que siente por la humanidad entera. A mitad de camino entre la caricatura y el “personaje atormentado”, y sin que su deseo de matar al primero que se le cruce termine nunca de constituir su lado oscuro, Malacara bien podría ser un personaje de Michel Houellebecq pero en una versión farsesca.

Guillermo Fadanelli (quien actualmente vive en Alemania, y que ha recibido encendidos elogios por su libro de cuentos Compraré un rifle, y por su novela La otra cara de Rock Hudson) narra en este libro las vicisitudes de un hombre mediocre con la distancia que, sin embargo, le concede la ironía. Una distancia que lúcidamente sugiere la actual inadecuación de cualquier forma de seriedad nihilista (despotricar contra la condición humana hoy nos predispone, más que nunca, a la risa cínica), y que purga literariamente a la mediocridad de su patetismo.

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