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Domingo, 6 de enero de 2008
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Libros para tener en cuenta en vacaciones

El auténtico Ratatouille

Por Patricio Lennard
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Firmin
Sam Savage
Seix Barral
222 páginas

Aunque en la solapa del libro no se especifica su fecha de nacimiento, la barba larga y el desaliñado cabello blanco que Sam Savage luce en la foto son índices de la bohemia vejez de este ex profesor de filosofía de la Universidad de Yale, que supo ganarse la vida alguna vez como mecánico de bicicletas, carpintero, pescador de cangrejos y tipógrafo. Un dato que podría ser menor (Savage tiene 68 años) si Firmin no fuera el primer libro que el autor publica en lo que a todas luces es un tardío y promisorio debut literario, el cual tuvo lugar en 2006, de la mano de una pequeña editorial de Minneapolis, y que desde entonces le ha valido al autor premios, veloces traducciones y miles de lectores entusiastas.

Nacido en el sótano de una librería de viejo en el Boston de los ’60, Firmin es una rata de alcantarilla a la que las horas pasadas devorando libros (masticándolos primero; leyéndolos después) convertirán en algo así como un ratón de biblioteca. Un lector empedernido que se iniciará, más por hambre que por curiosidad literaria, deglutiendo páginas enteras del Finnegans Wake, toda vez que sus doce hermanos no le den cabida a la hora del almuerzo en los harto exprimidos pezones de su madre, y que en un increíble proceso de ósmosis literaria, de superaceleración metabólica que le permitirá digerir obras de Kant, Hegel, Tolstoi, Flaubert y Swedenborg como si de canapés se tratase, transformará su picaresca de supervivencia en una auténtica epopeya enciclopédica. “Estoy convencido de que estas páginas masticadas aportaron la base nutricional de lo que modestamente denominaré mi insólito desarrollo mental”, declarará Firmin al comienzo de la crónica de su solitaria vida. Una crónica escrita en primera persona, construida sobre el modelo del primer capítulo, “La ratonera”, de las Memorias del subsuelo de Dostoievski, y que a su vez es una fábula de tintes satíricos que elude la moraleja y la inveterada pedagogía tan comunes en la ficción protagonizada por animales que hablan.

Novela “literaria” stricto sensu (lo que la salva de ser un libro sólo para adolescentes), Firmin es una reflexión sobre la lectura como práctica apasionada, el retrato de un lector omnívoro y la puesta en escena de una imaginación incontenible. Enamorado de las beldades que ve en las películas pornográficas que en trasnoche se proyectan en el cine Rialto, y capaz de tocar a Gershwin en un piano de juguete y de soñar que canta y baila como Fred Astaire junto a Ginger Rogers, Firmin no tarda en demostrar la triste inadecuación que existe entre su conciencia y su propio cuerpo. Allí, precisamente, está la base de su desgracia, de su asumida condición de paria incluso entre los de su misma especie, lo que le imprime al libro un tono melancólico.

“Vagabundo, pedante, voyeur, roedor de libros, soñador ridículo, mentiroso, charlatán y pervertido” (son sus propias palabras), Firmin sufre por no poder expresarle su amistad a Norman Shine, el dueño de la librería a quien espía todos los días por un agujero que hay en el techo. Otro tanto le sucede con Jerry Magoon, un escritor fracasado, vecino de la librería, que entonces lo encuentra agonizante en una plaza y decide llevárselo a su departamento para cuidarlo. Junto a estos dos personajes Firmin terminará de asumir su destino de rata letrada, convencido de que hay relaciones entre el sabor y la calidad literaria que pueden asociar a Proust, por ejemplo, con el gusto exquisitamente fatal del veneno para ratas, o a una novela como Jane Eyre con el anodino sabor de la lechuga. Puesto que “lo que bien se come, bien se lee”, tal el lema al que adhiere Firmin y que modela su dietética libresca. Un lema que acaso nos alienta a decir que es grato e intenso el sabor que a sus lectores nos regala Sam Savage.

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