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Domingo, 23 de marzo de 2008
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Leroi

La condición humana

¿Qué es exactamente un “mutante”? En una obra de investigación y divulgación científica atrapante en su proliferación de historias, casos y resonancias históricos, el genetista Armand Marie Leroi se adentra en las raíces de un tema que signará el futuro de la humanidad: la genética.

Por Mariana Enriquez
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Mutantes
Armand Marie Leroi

Anagrama
448 páginas

Este es un libro de ciencia, pero también es un libro de historias. El genetista Armand Marie Leroi logra lo que resulta improbable a primera vista: un ensayo sobre gramática genética y embriología que es genuinamente apasionante, por momentos morboso y siempre alegre, cargado de una felicidad creativa que impacta en la belleza de la prosa, el gusto por la anécdota malévola, y la paciencia para explicar los intrincados mecanismos de los genes.

La estrategia de Leroi es arriesgada y brillante: elige como sujetos ejemplificadores de su ensayo a los mutantes, es decir, “las personas que sufren deficiencias en genes concretos”. ¿Y quiénes son? Aquellos que padecen lo que llamamos “deformidades”, desde los niños que nacen pegados hasta los cíclopes, pasando por los casos de hermafroditismo y acrondoplasia. Leroi insiste en que todos somos mutantes, y explica por qué; pero, señala, algunos son más mutantes que otros. Esas mutaciones, afirma, deben ser estudiadas usando una lógica contraintuitiva: si un niño nace sin brazos, entonces eso prueba que existe un gen encargado de que tengamos brazos. Y siguiendo a Francis Bacon (el que fuera lord canciller de Inglaterra en el siglo XV, no el pintor), escribe: “La búsqueda de las causas del error no es un fin en sí misma, sino sólo un medio. El monstruo, lo extraño, lo anormal, o simplemente lo distinto, revelan las leyes de la naturaleza. Y una vez que conocemos esas leyes, podemos reconstruir el mundo como deseemos”.

Así, las páginas de mutantes no son sólo un catálogo de deficiencias y su explicación, sino una verdadera crónica de la investigación médica que resulta absorbente. Es una historia de los anatomistas pioneros y sus disputas, allá por el siglo XVIII, cuando entraban en agrias polémicas y peleas para conseguir ser los primeros en diseccionar a gemelas unidas. Es una investigación histórica sobre la teratología (estudio de las deformaciones), las disputas religiosas y filosóficas sobre el significado de la deformidad (“accidente o plan divino”), y un homenaje a científicos geniales, como Hilda Pröscholdt, la embrióloga que descubrió el “gen organizador” mediante rudimentarios transplantes de embriones animales en 1920, y falleció a los 26 años, víctima de quemaduras accidentales, antes de recibir el Premio Nobel que aceptó su compañero de laboratorio, Hans Spemann.

También es una historia de vidas extrañas. La de Willem Vrolik, por ejemplo, dueño de una colección anatómica que incluía unos 300 niños muertos con gravísimos defectos. Las del “pueblo con pies de avestruz”, una familia habitante del valle del río Zambezi en Africa que disparó leyendas; las de los cuatro mil niños que perdían sus testículos cada año en la Italia del siglo XVIII, para que fueran castrati y los nobles pudieran disfrutar de sus voces; la de Hermann Unthan, un violinista sin brazos que a mediados del siglo XIX era dirigido por Strauss y que fue criado por padres estrictos: “a los pocos días de nacer, su padre ordenó que jamás compadecieran a su hijo, jamás lo ayudaran, y que no le dieran zapatos o calcetines”; la de la familia Ovitz, que padecía pseudoacrondoplasia (vulgarmente, enanismo), y fueron víctimas de la locura de Josef Mengele. Y una recopilación de casos increíbles: el de la mujer sudafricana blanca a la que se le oscureció la piel por un trastorno genético y acabó siendo víctima del apartheid, incluso rechazada por su familia; el de Abel Barbin, un joven de 29 años que se suicidó en París en 1868 después de padecer toda una vida las inquietudes del hermafroditismo.

Leroi sorprende y provoca: resulta imposible no espantarse ante los experimentos efectuados sobre ratones y otros animales de laboratorio, que el genetista narra con un entusiasmo carente por completo de corrección política. Es difícil no estremecerse cuando explica que la vejez y el deterioro son mutaciones, y que “no hay nada que nos haga pensar que la vida de los seres humanos posea una duración determinada. La vejez puede curarse, y las curas han estado llegando rápidamente”. Y con todo este material, esta colección de maravillas, curiosidades y espantos, mantiene un equilibrio perfecto entre la dura información científica y la narración. Literariamente, Mutantes puede ser comparado sin temor a la exageración con El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de Oliver Sacks, en cuanto a su valor como gran logro de la divulgación científica. Una fabulosa exploración de la forma humana, de lo grotesco a lo bello –también del significado de esos términos–, y una historia del desarrollo humano llevada a cabo por un autor que es una verdadera rareza: un científico que es, también, un escritor.

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