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Domingo, 30 de marzo de 2008
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Crónicas

Los muchachos de antes usaban heroína

Cuando probablemente nadie pudiera sospecharlo, ni siquiera conocerla, Argentina participaba en el tráfico de heroína. Y generó una de las historias delictivas más oblicuas que pueda imaginarse. Una crónica de Osvaldo Aguirre reconstruye esta conexión, cuyo miembro más notable fue François Chiappe, también conocido como Labios Gruesos.

Por Natali Schejtman

La conexión latina
De la mafia corsa a la ruta argentina de la heroína

Osvaldo Aguirre

Tusquets
327 páginas

Que durante el siglo XX se vino para nuestras pampas, patagonias y sierras un potente seleccionado de lo más granado y tenebroso de la criminalística internacional es tan innegable como que muchos de ellos regaron esos terrenos de apasionantes historias para ser rescatadas. La conexión latina. De la mafia corsa a la ruta argentina de la heroína es, probablemente, una de las pruebas.

Se trata de una investigación realizada a base de archivo periodístico, entrevistas y libros de todo tipo que recorre temática y geográficamente el decisivo lugar que ocupó Argentina en el tráfico multimillonario de heroína, una droga desconocida por ese entonces por aquí, siendo ésa una de las razones que la convirtieron tan fácilmente en un trampolín entre Francia y Estados Unidos. Esa, entre otras: ineficaces controles aduaneros, la mala relación que decían tener en Estados Unidos con las autoridades policiales de este país y la falta de un tratado de extradición, “lo cual proporciona refugio a los mayores sospechosos de narcotráfico”, como decía en 1967 el agente Albert Garofalo para justificar el inminente expediente para la Argentina en esta causa.

Ricord, buscado en Francia por haber colaborado con los nazis, llegó a la Argentina con pasaporte falso. Primero abocado al negocio de la prostitución y la trata de mujeres, pronto dará la bienvenida a otros compatriotas debido a su capacidad para evadir la ley y conseguir la droga. François Chiappe, también conocido como Labios Gruesos, llegó prófugo para encarnarse en un thriller propio, que incluye además de una elegancia implacable en la confrontación con las autoridades aun cuando las papas queman (en la aduana de Nueva York, por ejemplo), la detención por su presunta participación en el robo de una sucursal del Banco Nación –con palabras en francés y amables pedidos de dinero al personal amenazado con armas extranjeras, según se recrea en base a testimonios– e, incluso, la muy polémica salida de la cárcel: mientras Cámpora asumía la presidencia y se liberaba a los presos políticos, Labios Gruesos se incluyó en el éxodo, si bien el libro ahondará en sus relaciones con las autoridades y en distintas hipótesis de esa fuga, algunas de ellas destinadas a matizar el mero factor suerte. Pero así como Chiappe aparece enmarañado de alguna manera en la política caliente de los ’70, Lucien Sarti, otro prófugo que recaló en la Argentina y en la heroína, muy lector y bon vivant, se vio convertido debido a los sucesivos cuentos en uno de los tres asesinos de Kennedy, así nomás.

Los personajes son muchos y cada uno tiene diversos nombres, como corresponde, por lo cual el libro exige una lectura atenta. Osvaldo Aguirre hace un seguimiento incisivo sin aparecer más allá de situaciones puntuales en las que su estrategia para conseguir datos y entrevistas fundamentales son realmente relevantes, como frente a Margarita Naval, esposa y defensora de Chiappe a lo largo de toda su vida, que sigue residiendo en La Falda, cerquita del Hotel Edén (otro lugar lleno de elementos basales de la investigación). No es la primera vez que Aguirre, periodista, poeta y escritor, se zambulle en el mundo de la delincuencia más y menos organizada para contar, con rigurosidad y una prosa limpia, clara y generosa, la coyuntura de un momento. En su último libro de investigación, La pandilla salvaje (2004), se dedicó a las andanzas de Butch Cassidy y Sundance Kid en la Patagonia, sus años como vecinos comunes, corrientes y hasta queridos, escondidos en un suelo vacío que recién empezaba a poblarse.

En La conexión latina, abundan escenas geniales y espeluznantes: reuniones mafiosas en un restaurante de Zona Norte, tráfico de droga en medio de un desfile en homenaje al presidente Johnson lleno de policías en un hotel en Manhattan, triángulos amorosos y despechos que terminan en delación, el incendio de un laboratorio, tráfico en osciloscopios, botellas con doble fondo, valijas con doble fondo, proxenetas. Todo eso en el marco de una política contra el narcotráfico que también va haciendo un camino propio en los diversos países que nos ocupan y que ayuda a conformar un mapa completo e irresistible.

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