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Domingo, 20 de abril de 2008
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Agus

Viajes con mi abuela

Los viejos amores de la Segunda Guerra Mundial son narrados con fuerza pintoresca en una breve novela que viene triunfando en Europa.

Por Fernando Bogado

La mujer en la luna
Milena Agus

Edhasa
110 páginas.

El amor endurece. La sensación de fluidez que por corto tiempo mantienen los enamorados contrasta rápidamente con el insistente recuerdo de los rechazos o el fantasma de la falta de amor; eventos crueles que dejan una huella imborrable en la personalidad de cualquier individuo. Milena Agus, en su novela La mujer en la luna, se toma el atrevimiento de contar un rechazo cuyas consecuencias recorren la biografía de una mujer a quien conocemos por aquello que liga al personaje con la narradora: abuela.

El relato se sitúa en Cerdeña, en un punto muy específico de la historia italiana reciente: los últimos dos años de la Segunda Guerra Mundial. La abuela, sometida tanto a la devoción del bisabuelo y el cariño de sus hermanas como a los vejámenes y el desprecio de la bisabuela, añora lo que en sus pesados treinta años nunca ha tenido: amor, amor verdadero, amor pasional. Desdeñada por varios pretendientes, la piedra en el camino de la pobre familia sarda es finalmente ubicada en un matrimonio despreciado por la protagonista. Un cuarentón comunista recientemente viudo la desposa como agradecimiento por los días en que pudo hospedarse en el hogar de los bisabuelos de la narradora: sin amarla, sin importarle que ella lo ame a él, ambos establecen un contrato en donde los favores sexuales de una se intercambian por los cariñosos cuidados y la balsámica paciencia del otro, sobre todo, durante los constantes accesos de locura de su flamante esposa.

El amor duro y distante que ambos se profesan repercute en el cuerpo de la abuela: afectada por cólicos renales que le generan varias pérdidas de embarazos, se ve obligada a viajar a Civitavecchia –lugar de la Italia continental conocido por sus termas curativas–. Será allí, con cuarenta y tantos años, en donde conocerá al amor de su vida, al Reduce (en sardo: veterano); un hombre cuidado, apuesto, a quien la guerra le ha quitado una pierna pero no la fuerza de vivir. Sin perder tiempo, ambos se ven envueltos en un romance que funda un nuevo tipo de intercambio: él leerá y opinará sobre los escritos que la abuela ha volcado durante toda su vida en un cuaderno personal; mientras ella sólo se limitará a ser observada, adorada, abrazada luego de cada ardoroso encuentro.

Como se señaló, la novela se desarrolla principalmente en Cerdeña, isla italiana en donde el idioma nacional convive con el fuerte dialecto local: la armónica aparición de varias voces del sardo nuorese (hablado sobre todo en el sur del territorio) le permiten a Agus transformar el lenguaje usado en La mujer en la luna en un rasgo más –junto con el paisaje y la comida– del confeso pintoresquismo del texto.

A pesar de tener otros dos libros publicados por la editorial italiana Nottetempo, será con La mujer en la luna (Mal de piedras en el título original) que la autora obtendrá renombre internacional, sobre todo en Francia, en donde se hizo acreedora del Prix Relay du Roman d`Évasion en el 2007 (Edhasa ha decidido publicar las tres obras de la autora, dando cuenta de un prolijo trabajo de traducción a cargo de Mónica Herrero).

Si bien el texto bordea frecuentemente ese medido género erótico destinado a conformar la novelística rosa de nuestros días, evita la caída total gracias a una reflexión sobre la literatura, o mejor, sobre el oficio de escribir que sobrepasa cualquier tipo de expectativa: la loca de la casa escribe vulgaridades que la bisabuela condena, marginalidad que se refuerza por el gesto de revelar, de nombrar lo silenciado –sea la genealogía femenina o el impúdico miembro sexual–, estrategia que La mujer en la luna retoma del erotismo (¿o quizá de la pornografía?). Y cuenta una pequeña historia de amores imposibles liberados por la escritura privada, la urdimbre de la intimidad femenina. En alguna medida, la novela lo dice: no hay piedra que se resista al incesante goteo de la palabra.

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