Nos trajeron los barcos
Julio César Parissi
Sudamericana
313 páginas.
El tÃtulo nos suena harto familiar y el libro es transparente con lo que suponemos. Se trata de narraciones orales en primera persona de experiencias de inmigración, contadas por la primera generación rioplatense o, incluso, por alguno que conoció semejante trajÃn. No sólo se trata de hablar del barco mitificado, sino también de los años anteriores, posteriores y, a veces, de mencionar la manera en que cada uno trabaja con una extraña herencia: la de ser hijos o nietos de personas que, muchos de ellos bajo los efectos de un trauma, tardaron años en establecer una relación entrañable con el lugar del que se sienten parte.
Los relatos tienen como protagonistas a los familiares cercanos de algunos personajes conocidos. Por ejemplo, Enrique Pinti, Jorge Coscia, Juan Sasturain, Teté Coustarot y Esteban Pogany, entre muchos otros, dan detalles, reconstruyen o montan escenas inciertas que recuerdan de primera fuente, que escucharon vagamente o que deciden suponer ciertas. De este modo, las conjeturas y emociones propias conviven con los documentos emitidos por las entidades migratorias y las imágenes muchas veces alejadas y débiles que algunos de estos relatores guardan de sus propios padres o abuelos.
Pero cada uno elige en dónde focalizar. El futbolista Enrique Hrabina le presta atención al club checoslovaco de Villa Devoto donde vivió los primeros años y recuerda las reuniones de esa comunidad –bastante cerrada– con goulash, chucrut y costillitas de cerdo. La artista plástica Aniko Szabò, nacida en Baviera del Este, de desliza por los recovecos fascinantes de su familia: antes de conocer a su padre, su madre llegó a ser actriz de Hollywood, pero tuvo que volver a Europa al desatarse la Segunda Guerra Mundial, ya que debÃa estar con su familia. Asà pudo conocer al padre y juntos tuvieron que huir, años después, en el primer vagón del último tren de la Cruz Roja de HungrÃa a Alemania, antes del cierre de las fronteras y de que los últimos tres vagones del mismo tren fueran bombardeados. El escritor Juan Sasturain habla de sus abuelos en el pueblo pampeano de LoberÃa y conjetura los inicios del romance. Por el lado materno, menciona otra incomprobable anécdota: se decÃa que para zafar de la guerra, su abuelo habÃa dejado toda la noche la pierna sobre la nieve, cosa de lograr que se congelara. Si se trata de historias escalofriantes, el futbolista Esteban Pogany cuenta la vida de su padre como si fuera una pelÃcula de aventuras: las tropas alemanas se lo habÃan llevado de HungrÃa hacia el Este, para terminar combatiendo en la batalla de Stalingrado y de esa experiencia, el padre le contó un tipo de muerte usual por piojos que transmitÃan una enfermedad letal: la única forma de sacárselos era bañándose, entonces algunos de los soldados elegÃan clavar el hielo y armar una especie de bañadera y meterse ahÃ, aunque hiciera un frÃo de ciencia ficción. Muchos morirÃan de pulmonÃa.
Larry de Clay, otro de los bizarros narradores de este cuento, habla de la relación entre su pasado de inmigrantes y su gusto por el sainete (atravesado por el Ãmpetu festivo de los conventillos) y el grotesco (por el drama de la miseria de los inmigrantes después de la década del 30).
Mientras que Sasturain también menciona la problemática polÃtica que implica para la Argentina la inmigración –digamos que su aliento oficial comenzó apenas liquidados unos cuantos indÃgenas en la Campaña al Desierto–, las valoraciones binarias del asunto y da una visión más complejizada; otros elegirán priorizar el pintoresquismo del Hotel de Inmigrantes, los detalles de una época y los recuerdos de sensaciones inefables que brotan luego de traslados tan dramáticos.
Sin olvidarse que el acento está puesto en un mosaico de historias personales y del todo subjetivas, la sumatoria permite conocer una época de vital importancia.
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