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Domingo, 11 de mayo de 2008
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Trueba

Pierdo, luego existo

David Trueba ha llevado adelante una atípica y equilibrada combinación entre la literatura y el cine. Esta vez, y después de diez años sin publicar, aparece con una ambiciosa novela que a pesar de presentarse como una entrada a la madurez, no pierde su tono vital.

Por Martín Pérez
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Saber perder
David Trueba

Anagrama
524 páginas

Una joven que está empezando a ser grande. Un padre que acaba de cometer un error mortal. Un abuelo que se empecina en seguir vivo. Un futbolista que aprende que su trabajo no es un juego. Con estos cuatro protagonistas, el español David Trueba construye su tercera novela, un ambicioso volumen que intenta abarcar la vida contemporánea en una gran ciudad, que en su caso es Madrid. Como suele suceder en las ciudades, los cuatro personajes se cruzarán entre sí: los tres primeros –joven, padre y abuelo– como parte de la misma familia, y el último como parte del aprendizaje de esa joven que ya es grande, aunque no lo sepa. La joven se llama Sylvia, y detrás de su vida colegial comenzará un romance oculto con Ariel, joven estrella argentina que aún no ha podido demostrar en la cancha todo lo que han pagado por su talento. El padre es Lorenzo, que ha perdido dramáticamente a su mujer y su trabajo. Y el abuelo es Leandro, a cuyo alrededor todo se derrumba, salvo la visión de Osembe, una prostituta africana que terminará siendo su perdición. Cuatro vidas entrelazadas, pero no demasiado. Cuatro personajes con una vida aparente y otra escondida. Cuatro puntos de partida narrativos para ir construyendo una novela a partir de cotidianidades hechas de recuerdos, ausencias y riesgos que asumir para seguir vivo. Una gran novela española, digamos, pero hecha de pequeños momentos

Hay que confesar que, en un principio, Saber perder tiene todo para ser una de esas novelas que, sin ser de terror, pueden llenar de miedo a su potencial lector. Porque, antes que nada, carga con un pesado aire a novela adulta y tema serio. Hay que saber perder, parece aleccionar Trueba a sus lectores desde el mismísimo título, y cada uno de sus personajes cargará casi desde el vamos con una derrota que promete ser demasiado pesada para llevar durante más de 500 páginas: el desesperado asesinato que comete Lorenzo, la prostitución a la que se ata Leandro, y ese romance prohibido que construyen Sylvia y Ariel, que en ese duro comienzo de la novela resulta una bocanada de aire fresco, ya que le permite a su autor meterse en el mundo del fútbol –que describe detalladamente, con admiración pero también crítica– y el de la iniciación adolescente, que es lo que Trueba siempre mejor ha descripto en sus novelas. Pero, además, a ese miedo que siente el lector atento se le suman las particularidades del autor, joven prodigio que deslumbró con su primera novela, Abierto toda la noche (1995), un rocambolesco retrato familiar que aún hoy se lee con la misma frescura que entonces. Le siguió Cuatro amigos (1999), canto a la amistad y relato de iniciación tardío. Pero este siguiente paso en esta carrera paralela de las letras para Trueba –guionista y director de prestigio dentro del mundo del cine– llega tras una década de espera, y un año antes de cumplir los 40. Así que no es difícil temer que Saber perder pretenda ser una demostración de madurez antes que una novela capaz de encontrar vida propia. Pero eso es lo que, justamente, gana la novela con el correr de sus páginas.

Narrada en tercera persona y a través de breves capítulos que van rotando de protagonista, Saber perder entrecruza recuerdos de otros tiempos con la cotidianidad de sus derrotados –o en camino de serlo–, y sabe construir un mundo a partir de cada uno de sus protagonistas, que ante el menor atisbo de inmovilidad son auxiliados por el descubrimiento y la descripción de mundos ajenos. O la aparición de personajes secundarios que terminarán siendo inolvidables, como ese periodista cómplice de Ariel llamado Ronco, la desconcertante Daniela o el entusiasta Wilson, que tiene un fascinante ojo bizco, seguramente un homenaje de David a su hermano Fernando. Incursionando sin prejuicios en el submundo de los inmigrantes, interpelando la cultura mediática a partir de las miserias (y las maravillas) del fútbol, y escapando con la mayor naturalidad posible de los lugares comunes tanto morales como narrativos, Saber perder es una novela lenta, pero generosa. Digna hermana mayor dentro de la obra literaria de ese humanista amable pero sincero que es David Trueba.

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