Domingo, 6 de octubre de 2002
RESEÑAS
La voz de nuestro tiempo
LOS SOSPECHADOS
Milita Molina
Santiago Arcos editor
Buenos Aires, 2002
120 págs.
Por Adrián Cangi
Los sospechados –junto con Aventuras de un novelista atonal de Alberto Laiseca, entre las primeras entregas de la novĂsima editorial Santiago Arcos– habita en la genealogĂa de los que amando el lenguaje se han lanzado contra Ă©ste. Ultimo texto de Milita Molina, quien nos sorprendiĂł con Fina voluntad (1993) y Una cortesĂa (1998), Los sospechados compone su verbalidad en el intervalo imposible que se sustrae, a fuerza de agudeza, de todo nexo innecesario y de toda transparencia inĂştil. Se trata de un avanzar digresivo que acumula desviaciones, parĂ©ntesis, notas marginales y tambiĂ©n, quizás, alguna incoherencia. Este avanzar despliega fragmentos y la voz narradora dice: “Éste es un fragmento –pero siempre es un fragmento–; no es Ă©sta la materia de discusiĂłn”. La digresiĂłn y el fragmento vuelven este libro un heredero de los linajes mas radicales de la experiencia moderna, la que se librĂł del habla demasiado larga y avanzĂł sustrayendo sin concesiones.
Libro intempestivo que recoge sedimentos e indica la biblioteca de sus afectos para desmarcarse de los lenguajes tibios del presente, tambiĂ©n deja registro, como un diario, de una pendiente propia de la insignificancia. La voz que recorre estas páginas recuerda para sĂ que las anotaciones Ănfimas son un modo de escapar al silencio, antes de que las atrape la escritura plenamente. “Cuando el edificio social se desmorona”, sostiene Arlt, “no hay lugar para bordados”. La voz narradora vigilante del espĂritu de este tiempo integra el desmoronamiento general como principio de composiciĂłn. Las miserias son tambiĂ©n una afirmaciĂłn del tiempo; y este libro, su lĂşcida escritura.
Dice la voz: “No invento nada y, en consecuencia, me piden la historia”. Por ello, la voz insiste en la fuerza de imagen de la “feroz faena”, la de “la hebra de nicotina que ya no puedo ocultar”. El hilo del relato está allĂ, en los intervalos que produce y en la agudeza con la que los compone. Se requiere coraje para profundizar y destrizar, para encontrar la “nada”. Esta escritura dice sin medida y tambiĂ©n recoge la herencia del maestro de las naderĂas, Macedonio Fernández, el que dijo: “Es una verbalidad, es decir, el absurdo de una causa del mundo”.
La voz se agudiza, desdobla y polemiza. Dice: “Cuando no hay nada que escribir, se escriben esas novelitas enconchadas de Milita Molina”. De ese desdoblamiento nace otra voz que, astuta, sabe de cortesĂas, pero su linaje tambiĂ©n conoce de tajos hasta el hueso. Amenazada, la voz funciona como una máquina de guerra en la mejor herencia de Osvaldo Lamborghini.
El Testigo de Oficio, al igual que el previsible militante, el pĂşblico estereotipado, la bonita profesora, el filĂłsofo portátil, el taxista, justicialista y policĂa son figuras, más que inmaduras, intermedias, que atraviesan el relato, como señala en el prĂłlogo a la ediciĂłn Germán GarcĂa. Estas figuras intermedias se yerguen escurridizas y se descomponen en su vacuidad. NingĂşn saber de “jesuita panfletario” podrá alcanzarlas plenamente. ÂżQuĂ© papel juegan estas figuras intermedias? Rebaño gris que busca a toda costa la transparencia y los nexos omnicomprensivos de las acciones. Afirma la voz: “Donde pululan las razones psicolĂłgicas. De polĂtica no saben un choto. Y la literatura: ausente”. AsĂ como los “culones” y “nalgudos” fueron absorbidos por O. Lamborghini, las “culastronas” lo son por Milita Molina. La máquina de ficciĂłn funciona con el combustible de los lugares comunes y los estereotipos, y hace del lector moralizante su cadáver exquisito. Con integridad la voz afirma:”Cuando puedo, me excedo”. La voz tiene razĂłn y anuncia uno de los postulados de CĂ©sar Aira: “Eso es el poder. El poder es poder cambiar de tema”. Y lo hace sin la flexibilidad de los nexos, abruptamente, para construir la agenda propia de los recorridos.
AlgĂşn lector recorrerá estas páginas intempestivas y formulará la pregunta: ÂżPor quĂ© no dice nada más? Sorprendida, sin sacar los trapitos al sol, sin exponer la evidencia, desconfiando como se debe de una confidencia almibarada, Milita Molina dirá: “¡Cuán bajo he caĂdo! Estoy aquĂ para explicarles el Naides (el más simple y perfecto de nuestros vocablos)”. Naides es el retorno del chiste suyo, el de Osvaldo Lamborghini, por una voz que lo toma, lo procesa y se aleja para recordarnos que se trata de revolcarse con una selecta tradiciĂłn. Y O. Lamborghini “se revolcĂł con Hernández de lo lindo”.
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