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Domingo, 20 de julio de 2008
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Schvartz

Lo que el beso se llevó

Un beso inolvidable y los recuerdos de Lo que el viento se llevó marcan las páginas de una novela sobre los años felices (o no tanto).

Por Verónica Bondorevsky
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Señales de vida
Graciela Schvartz

Emecé
312 páginas

Más allá de canción de amor, When I’m Sixty Four de Los Beatles plantea una idea bastante sugerente sobre las cosas que imaginamos desde el presente que nos harán felices en el futuro. Esta intuición sobre el mañana viene a referencia porque se halla también, como satélite, en la novela Señales de vida de Graciela Schvartz, aunque en sentido contrario: la narración se remonta en el pasado de la protagonista para validar desde el hoy si las intuiciones y expectativas de aquellos años se cumplieron.

Irene es en la actualidad una mujer casada con su segundo esposo y madre de dos hijos, que repasa los años de su adolescencia y juventud a partir del reencuentro, por los treinta años de egresados, con los compañeros del colegio secundario.

Hay un filtro que moldeó muchas de sus percepciones y está construido en función de la película Lo que el viento se llevó, vista en un cine de barrio –esa gran institución caída en desuso– por la protagonista a fines de la década del ’50. La magia, para Irene, que rodeaba a cada uno de los protagonistas conformó una especie de modelo del comportamiento de las personas.

Señales de vida reconstruye el recorrido de Irene, a quien los compañeros del colegio llamaban la Colo, y luego de ella como mujer. Por un lado, se sumerge en el retrato de su madre, protectora con algunos tintes invasivos, que murió joven. También de un padre equipado con un arsenal de grandes verdades, devastado después por la pérdida de su compañera. Los gustos, las costumbres de la protagonista se esbozan, así como la figura de su primer esposo, que murió joven, y de su actual pareja.

Latiendo junto a este pulso familiar y personal, se engarza el broche de oro del pasado, que se reactualiza por el encuentro estudiantil: un compañero de división que estaba de novio, el Duque, con el cual Irene estudiaba, y el beso sorpresivo que él le dio una tarde en una escalera. Luego, un baile, él nuevamente junto a su novia y nada más –ni nada menos– que las conjeturas de la protagonista, hasta reencontrarlo tres décadas más tarde y comprobar si él tiene algo o no de Rhett (y, oblicuamente, ella algo de Scarlett).

En Cielo cerca, la anterior novela de Schvartz, era Cumbres borrascosas el libro que establecía un diálogo con los sucesos de la adolescencia; en Señales de vida los pasos de una mujer se relacionan con un relato fílmico, cuyo título, Lo que el viento se llevó, alude de por sí a un proceso de cambio, por decirlo de alguna manera... y de pérdida: qué quedó o no luego del vendaval de la vida.

Parecería que en esta novela, entre otras cuestiones, para que la protagonista llegara a ser quien es hoy, tuvo que validar o refutar algunas verdades de larga data. Su recorrido de coincidencias y disidencias puede ser más o menos cercano y sensible para el lector, pero seguramente apelará más al corazón y el espíritu de la generación coetánea a la de su personaje Irene.

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