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Domingo, 27 de julio de 2008
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Historia

Aunque vengan degollando

Una nueva entrega de la colección Nudos de la Historia recrea la trágica y misteriosa matanza de “gringos” y “masones” en Tandil, 1872.

Por Sergio Kiernan
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El Tata Dios
Milenarismo y xenofobia en las pampas

Juan José Santos

Sudamericana
222 páginas

Una de las obsesiones de los historiadores norteamericanos es la abundancia de linchamientos. La afición por este tipo de justicia tiene muchas explicaciones, que terminan en variaciones sobre el tema de una sociedad con poco estado y mucho aislamiento geográfico. En algunas zonas, como el Oeste, la cosa se resolvía armando a todo el mundo, lo que garantiza un mínimo de buenos modales. En otras, más pobladas y de colonización más antigua, la justicia tendía a ser más de a grupos, más de mano dura aplicada por “la gente”. El célebre Lynch, sureño de origen irlandés, le terminó dando el nombre a eso de decidir en patota quién era culpable y colgarlo de un árbol. La contracara de estas pulsiones es su escasez en esta violenta Latinoamérica. Juan José Santos le dedica su libro al único caso documentado en Argentina. Es el caso del ataque contra “extranjeros y masones” ocurrido en Tandil en el primer día de 1872 a manos de una Armada Brancaleone de gauchos y policías que vivaban a la República y a Dios, usaban bandera federal y seguían las doctrinas de un curandero con el espectacular nombre de Tata Dios.

En esa era post federal pero pre organización nacional, Tandil era un pago lindo y próspero ya repleto de inmigrantes. La frontera con el indio había quedado más al sur y el gobierno asignaba tierras, nombraba jueces de Paz y habilitaba un correo. El pueblo explotaba de italianos, franceses y españoles, tenía una comunidad de alemanes, daneses y suizos, y era considerado parada obligatoria gracias a la novedad de un par de hoteles y restaurantes. Hasta misa había, y turistas que ya pasaban a ver la famosa piedra movediza. A esta Argentina le faltaba bastante horno todavía para ser “el granero del mundo” pero todo el mundo había entendido que la cosa iba a despegar. Cada vez había más tierra disponible y el gobierno la usaba como capital para atraer europeos con dinero, educación y acceso a mercados desarrollados. Tandil era un microcosmos de molineros, agricultores y profesionales con acento entre ganaderos criollos.

Pero bien temprano a la mañana del 1º de enero de 1872, una partida de cincuenta gauchos encabezada por dos milicos renegados entró en el pueblo que dormía después de la farra de Año Nuevo. Los “sediciosos” tomaron con facilidad el cuartel del juzgado y se alzaron con armas y un preso sin lastimar a los dos policías dormidos. De salida, asesinaron a un italiano madrugador mientras gritaban que viva Rosas, la Argentina y la religión, y que mueran “gringos y masones”.

El juez de Paz organizó partidas y trató de controlar el pánico autorizando a que los inmigrantes se armaran en batallones. Pronto se empezó a entender qué pasaba: los atacantes seguían una revelación de Tata Dios, el curandero Gerónimo Solané, que había llegado en noviembre y se había instalado en una de las estancias cercanas. El tipo debía ser un gurú de los buenos, porque en cosa de días nació en su consultorio una ranchería de quinientas personas que lo escuchaban embelesadas. El Tata enseñaba que llegaba el Juicio Final, que un diluvio iba a tapar Tandil y que sólo se salvarían los partidarios de la religión verdadera, los que usaran la divisa punzó y combatieran a “masones y extranjeros, que tantos perjuicios causan a los criollos”.

El último día de 1871 un grupo decidió hacerle caso al gurú y atacar al enemigo. Después de armarse en el pueblo y matar al italiano, siguieron a un almacén de ramos generales en medio del campo y mataron al dueño, a su familia, a sus empleados y a un par de pasajeros que hacían noche. Dieciocho degollados, incluidos algunos chicos y un bebé de cuatro meses. Todos eran gringos, hijos de gringos o amigos de gringos. Las partidas alcanzaron a los linchadores el 2 de enero y hubo una batalla en la que murieron diez. En tiempo record, hubo juicio para 29 detenidos. Cinco recibieron años de prisión, tres la pena de muerte y el resto fue sobreseído por falta de pruebas. Tata Dios nunca llegó a juicio, porque el 5 de enero alguien metió un revólver por la ventana del calabozo y se lo vació encima. Nunca se supo quién fue.

Santos es historiador y se especializa en esta movida época del país. En este libro de la muy buena colección Nudos pone en contexto el cuento de Tata Dios, aventura explicaciones sobre racismo y discriminación, y despliega el enorme escándalo que hubo en la prensa nacional e internacional.

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