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Domingo, 17 de agosto de 2008
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Investigaciones

Las dos Iglesias

El último trabajo de Horacio Verbitsky, segundo tomo de cuatro planeados, indaga en la secuencia encadenada de hechos que van de la polarización católico-militar con el peronismo al quiebre dentro de la Iglesia misma: el catolicismo político restaurador por un lado y el catolicismo político revolucionario por otro. Para el filósofo y teólogo José Pablo Martín, el trabajo en su conjunto, alejado de otros sobre la historia católica, abre, además, un largo e insoslayable proceso para la historiografía futura: la reconstrucción de una historia que la Iglesia se ocupó activamente de borrar.

Por Jose Pablo Martín
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La violencia evangélica. De Lonardi al Cordobazo (1955-1969) es el segundo volumen de una historia política de la Iglesia Católica en la Argentina durante el siglo XX. Abarca 15 años marcados por acontecimientos como el recrudecimiento de la Guerra Fría, el exilio activo de Perón, el inesperado Concilio Vaticano II. Horacio Verbitsky practica el método de la concatenación de tópicos, cada uno sustentado por riquísima documentación y análisis, del fondo del cual emerge el nexo para el abordaje de los tópicos siguientes. Así, por ejemplo, el derrocamiento de Frondizi, la renuncia del obispo Podestá, la ruptura ideológica de la Democracia Cristiana en la Argentina, etcétera.

Todos los tópicos, más de 140, forman un extenso razonamiento que cubre el campo de los antagonismos con las siguientes estaciones, según mi síntesis de lector. Primero, el fracaso del proyecto de Lonardi, que prometía suceder a Perón con una instauración católica del poder. Segundo, el contraataque del integrismo católico con aliados del nacionalismo francés –militares y eclesiásticos– para cooptar las Fuerzas Armadas a favor del proyecto católico político. Tercero, el relativo éxito de este contraataque con la presidencia de Onganía; y contemporáneamente, cuarto, la gravitación en el campo católico de fuerzas contrarias a este contraataque integrista provenientes de la convocatoria y realización del Concilio Vaticano II. Quinto, la ruptura social y religiosa en el interior de la Iglesia local por la ambivalencia de su relación con el peronismo, la clase obrera y la cuestión de la pobreza y al mismo tiempo la aplicación conflictiva del Concilio en una comunidad cuyos líderes, en la mayoría de los casos, no lo aceptaban o no lo comprendían. Por fin, la última estación del recorrido en los márgenes de este volumen: la ruptura política del catolicismo entre dos corrientes que tienen las mismas raíces, pero que toman direcciones opuestas: el catolicismo político restaurador y el catolicismo político revolucionario. De esta manera, la Iglesia Católica argentina, después de haber constituido uno de los tantos impedimentos para el desarrollo de una política de partidos mediante su tenaz alianza con las Fuerzas Armadas, termina experimentando el antagonismo en su propio seno, en cuanto la conversión de una fuerza religiosa en una fuerza beligerante admite el alzamiento de banderas enfrentadas con proyectos contrarios e incompatibles.

En breve, ésta es la descripción del contenido y de la forma del volumen. Abordemos ahora los problemas. ¿Cuál es el género literario de este escrito? ¿Podemos llamarle historia, por su método y su escritura? ¿Es más bien, acaso, una crónica o una narración testimonial? A primera vista se distancia enormemente de las Historias de la Iglesia en la Argentina, como las obras de Cayetano Bruno o de Juan Carlos Zuretti. Estas obras se presentan con la formalidad del historiador y el modo de la ecuanimidad, pero hay una continuidad sorprendente entre el discurso del historiador y el discurso público de la institución estudiada. Otros estilos historiográficos, como el de Roberto Di Stefano y Loris Zanatta, dan pasos muy positivos en el método, la apertura de horizontes de discursos, testimonios y objetos de análisis. Por su parte, el estilo y el contenido de Verbitsky hacen algo distinto: desplaza horizontes, introduce discursos perturbadores y cita testimonios sorprendentes. Y como no se interesa por discutir presupuestos metodológicos, ni teorías de la disciplina, alguien podría pensar que está más cerca de la documentación de opiniones que de la construcción de la ciencia histórica. Yo quiero ahora argumentar en sentido contrario. Si se analiza la relación del discurso de los actores con las historias publicadas en el marco de la misma institución, me refiero al caso especial de los hechos referidos al sujeto Iglesia Católica, se observa una estructura piramidal jerárquica en el ejercicio del poder y, en paralelo, una estructura piramidal descendente del uso del discurso. Lo que hace una historiografía como la de Cayetano Bruno es describir ese descenso del discurso en homología con la práctica social del poder en la comunidad eclesiástica. Esto vale también para la archivística, para la bibliotecología que ofrece las bases para la escritura de la historia. Es verdad que en toda comunidad política o religiosa existen sistemas de censura para los discursos, noticias, archivos, testimonios que hacen incómodo el ejercicio del poder. Pero cuando los ideales u objetivos de una comunidad se hacen más altos, difíciles y referidos a la gloria de Dios, la maniobra del ocultamiento tiende a crecer en actualidad y ejercicio. El cuidado del historiador debe desandar este camino de ocultamiento, aunque no sea ésta su única tarea.

Aquí aparece el mérito de Verbitsky: lleva al lenguaje lo que se ha ocultado, lo que se ha silenciado, o lo que se ha tergiversado, con innegable capacidad de documentación.

Un ejemplo es la invalorable pesquisa de los archivos y de algunas memorias de las reuniones de obispos del período. En este sentido, todo historiador de la Iglesia en la Argentina durante el siglo XX deberá confrontar sus estudios con los desarrollos de estos cuatro volúmenes, de los cuales comentamos el segundo. El historiador deberá inquirir sobre el modo de la construcción de los testimonios y los archivos en los márgenes de la institución. Por ejemplo, un lector que tenga contacto solamente con los medios principales de información del catolicismo, como L’Osservatore Romano y otros medios escritos y electrónicos, no se habrá enterado de que en esta semana (20-26/04/08) ha sido elegido presidente del Paraguay un obispo sancionado por el Vaticano. Y nadie puede desconocer que este hecho pertenece sin dudas a la historia del catolicismo, aunque no pertenezca a la historia del catolicismo como debe ser sino como es. Otro ejemplo lo podemos encontrar entre nosotros. En estos días estamos ocupados con Horacio en restablecer la accesibilidad a siete volúmenes de la más completa y casi única estadística del clero argentino que se haya hecho en su historia, publicada por el sociólogo Nicolás Rosato a partir de 1971, y que no existe en las bibliotecas, ni en el uso de los historiadores y estudiosos, simplemente porque el presidente de la Conferencia Episcopal de la época, Adolfo Tortolo, ordenó detener por completo su difusión. Esta diferencia radical de criterio entre los que ordenaron financiar y realizar la obra y los que ordenaron esconderla es un hecho cuya documentación e interpretación no pueden ser obviadas por el historiador. Por esta misma razón, el libro de Verbitsky debe ser incorporado por los cuidados metodológicos de los historiadores, en cuanto perturba la suposición de que todo lo acontecido ha sido dicho, de que todo lo dicho ha sido documentado, de que todo lo documentado ha sido archivado, de que todo lo archivado ha sido publicado.

Desde el método paso ahora a ciertos aspectos del contenido. El libro describe y documenta los vínculos entre el catolicismo argentino, el integrismo católico francés y las Fuerzas Armadas argentinas. Esta cuestión debe ser analizada con cuidado y sin despreciar informaciones laterales o dispersas. Yo he vivido aquella época. Recuerdo que muchos de los nombres del integrismo católico francés, las personas y sus libros, circulaban por nuestras familias, por nuestros institutos de formación. Los jóvenes que vivimos esa época no teníamos conciencia de la contradicción entre dos discursos incompatibles en el seno del catolicismo, teniendo todos los elementos al alcance para advertirla. El ambiente en que vivíamos tenía la esquizofrenia de mantener discursos serenos y tranquilos frente a declaraciones de “herejía manifiesta del Sumo Pontífice” y cosas por el estilo, que tendrían que haber producido una discusión y sin embargo parecía que todo eso era compatible con una especie de Iglesia en la cual no hay enemigo a la derecha.

Otro asunto iluminado por esta obra es el ensamblaje entre la Iglesia y las Fuerzas Armadas que trajo como consecuencia la concepción de la vida como milicia y de la sociedad como campo de batalla. La ideología de que la “Tercera Guerra Mundial” no es sino ideológica trajo a la política y a la vida eclesiástica el predominio de conceptos como cruzada, defensa, camuflaje, infiltración, contrainteligencia. Todo es sospechoso porque todo conspira contra un ideal que siempre puede aparecer en el umbral por alcanzar, el umbral de una sociedad medieval, teocrática, donde la moral sea ley y la ley, punición.

Admitiendo diferencias en los ideales políticos y religiosos, la sociedad debería acercarse lo más posible a una práctica de la escritura de la historia en la que no se prolonguen las prácticas de represión y censura. El mundo argentino que se abre al próximo volumen de esta historia política contempla la voluntad del poder político militar de dominar, es decir tergiversar, la historia. Controlar la documentación, destruir información, ordenar por ejemplo qué es lo que debe decir a los jueces el Registro del Automotor, incinerar ficheros, etcétera. A mi modo de ver, los militares en el poder ejercieron un ataque despiadado contra tres ciencias, entre otras, ataques que se volvieron en su contra: la informática, la biología, la historia. En 1968, cuando la Argentina tenía un desarrollo de la informática tan elevado que podía compararse con los mejores del mundo, los centros universitarios fueron castigados y los científicos emigraron; catorce años después la brecha enorme entre el desarrollo informático de los ejércitos fue una de las causas que decidió la guerra en Malvinas. En otro orden, la biología genética, aunque castigada como todas, pudo recuperarse lo suficiente para constituir el método por el que se va a escribir el mejor plano de la acción criminal organizada desde el Estado. Queda la historia, que tardará quizá más tiempo, pero que está destinada a reconstruir el conocimiento de los hechos, en los que el ensamblaje de eclesiásticos y militares ha dejado mucho material para la documentación y el análisis.

Este no es un libro escrito contra personas, ni escrito con odio. El lector se da cuenta de que cuando aparece alguna de las penetrantes ironías del autor está dicha contra el diablo, no contra Dios. Antes de comenzar, nos encontramos con una Advertencia que dice: “Estas páginas no contienen juicios de valor sobre el dogma ni el culto sino un análisis del comportamiento de la Iglesia Católica Apostólica Romana como ‘realidad sociológica de pueblo concreto en un mundo concreto’ según los términos de la propia Conferencia Episcopal Argentina”. Escribir una historia de acontecimientos desde una perspectiva ajena al dogma y a las creencias es perfectamente lícito y necesario en una comunidad plural. Pero también este libro ofrece una perspectiva de reexamen para aquellos que leen la historia de su comunidad desde una perspectiva creyente. La misma teología católica afirma la historicidad de la fe. El desarrollo histórico no puede verse entonces como una realidad externa e indiferente respecto de algo oculto e inalterable. La memoria histórico-política del catolicismo encierra momentos contrapuestos desde los orígenes de la comunidad primitiva que esperaba un cambio inminente de la situación del mundo por obra del Mesías por regresar, pasando por la idea de la construcción de una comunidad de fraternidad y mutualidad que significaba y adelantaba el reino de Dios o llegando, más de una vez, a la identificación de la Ciudad anunciada por los profetas con alguna expresión política concreta, sea bizantina o romana. Las experiencias históricas de combinación del ejercicio de dos poderes, uno referido a la administración democrática de los hombres y otro referido a la intervención divina, con sus correlatos políticos, judiciales y militares, están presentes en la memoria, en los ideales y en las prácticas de los hombres que conforman esa “realidad sociológica” de la que habla Verbitsky. Y si bien el libro no lo hace ni está forzado a hacerlo, en caso de encontrar un lector creyente, éste deberá relacionar los problemas encontrados con las mismas cuestiones que trata su teología: ¿cómo combinar experiencias contrapuestas de la historia cristiana sobre la relación con el poder de las naciones? ¿Cómo concebir la vida humana creyente en un tiempo en el que Dios se ha revelado completamente, pero dejando marcas de espera, es decir de ausencia? ¿Cómo conciliar la convicción de la comunidad particular con la pertenencia a una sociedad donde juegan plurales convicciones religiosas y visiones diversas del mundo? El libro comentado nos presenta, de alguna manera, una historia de un esfuerzo muy humano y muy fallido por ayudar a Dios a realizar sus presuntos planes salvíficos.

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