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Domingo, 24 de agosto de 2008
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Yehoshúa

Recursos humanos

Una novela del escritor israelí Abraham B. Yehoshúa que, con estructura de tres actos, aborda un problema empresarial enrarecido por el conflicto bélico judeo-palestino.

Por Juan Pablo Bertazza

Una mujer en Jerusalén
Abraham B. Yehoshúa
Traducción de Sonia de Pedro
Anagrama
287 páginas

Una novela con ganas de ser obra de teatro que, tal vez, debería haber sido un cuento extenso. Así podríamos presentar a Una mujer en Jerusalén. Y, siguiendo con los equívocos, pese a que su autor, Abraham Yehoshúa, es una de las voces actuales más autorizadas en lo que hace a temas de identidad judía y su relación con los palestinos, y a estar dedicada a “Dafna, muerta en el verano de 2002 en un atentado suicida en la Universidad Hebrea de Jerusalén”, esta novela no indaga tanto en heridas y realidades actuales del Estado de Israel sino que, por el contrario, se explaya en asuntos universales.

Ya en su mismo subtítulo –“Pasión en tres actos”– se ve la intención teatral que intentó asignarle a este libro Yehoshúa y que se intensifica con una especie de coro cambiante y escrito con cursiva que corresponde a los distintos personajes de la ficción. Así, Una mujer en Jerusalén oscila entre los puntos de vista incompletos, un tanto dionisíacos y sesgados de esos personajes secundarios y la letra firme (nada de bastardillas) de un narrador tan omnisciente como apolíneo. Y, justamente como sucede en varias obras de teatro, muestra este libro bastante diferencia entre el estupendo primer capítulo (o acto) y los dos restantes, que son inferiores y más aburridos.

En cuanto a su universalidad, no significa que esta novela no trabaje la actualidad del conflicto judeo-palestino, pero sí que lo hace sin dejar afuera símbolos de otras religiones, ni conflictos de otras latitudes.

El anciano dueño de una empresa panificadora también dedicada a fabricar papel que vio aumentar, extrañamente, sus ingresos con la oleada de atentados en Jerusalén, se alarma al enterarse de que un mediocre periódico local está por publicar un artículo sobre la desidia de su compañía con respecto a la muerte de una supuesta empleada durante un ataque terrorista; en síntesis, una denuncia sobre la falta de humanidad de la empresa. En un intento desesperado, el anciano le encarga al director del departamento de recursos humanos la misión de averiguar el asunto y, en lo posible, disuadir al periodista de publicar esa nota. Una tarea difícil que se dilatará como la misma tarde/noche durante la cual debe zanjarse el asunto, entre la fábrica de pan, la morgue, la casucha alquilada por la difunta y un montón de descuidos, invasiones, órdenes, descubrimientos, extorsiones, culpas que rayan lo obsesivo y, sobre todo, la paradoja de que no siempre los jefes de recursos humanos tienen demasiados recursos humanos, es decir, buena comunicación, sensibilidad y capacidad de entender al otro. Al respecto resulta interesante que no sepamos los nombres del dueño de la empresa, ni del director de recursos humanos, pero sí de la difunta supuestamente ninguneada por la empresa, Julia Ragayev, una extranjera de origen tártaro cuyo fotogénico encanto despierta algo que podríamos llamar necrofilia platónica. De hecho, Yehoshúa construye magistralmente una atmósfera erótica, mortuoria y casi terrorífica a partir de esos símiles de crematorio que son los hornos gigantes para hacer el pan, todo un símbolo mortuorio en sí teniendo en cuenta la transustantación cristiana, que encuentra en el pan de la Eucaristía el cuerpo de Cristo. Y también una referencia oblicua pero evidente a los métodos de los campos de exterminio nazis. Esa noche interminable, entonces, le da marco al fenomenal primer capítulo, y es peligrosa porque la noche “puede vencer aun a aquellos que tras muchos años se consideran ya ciudadanos nocturnos porque poco antes del amanecer, hasta en el alma más noctámbula, se produce un estado de atontamiento de los sentidos que puede provocar errores en el trabajo e incluso desgracias”. Pese a que los restantes capítulos, insistimos, no son tan buenos, esas primeras páginas justifican la lectura de esta novela, capaz de sorprender hasta a los lectores que se acercan con ciertos prejuicios a los autores que se ocupan de las densas complejidades de Medio Oriente.

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