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Domingo, 9 de noviembre de 2008
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Nieblas del Riachuelo

Es española, vive en Austria y se especializa en literatura fantástica. Pero aquí, Elia Barceló sorprende con una novela realista con tango en Buenos Aires.

Por Ezequiel Acuña
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Corazón de tango
Elia Barceló

451 Editores
177 páginas

El escenario es Buenos Aires, allá por 1920. El tango está de moda, flota en el aire sin melancolía saliendo de los cafetines de la ciudad. Una muchacha inmigrante del barrio de La Boca está a punto de casarse con un marinero alemán al que no ama, pero que la cuidará frente a la inminente muerte de su padre enfermo. Unos días antes de la boda, un bailarín de tango –uno de los mejores de la ciudad– cruza miradas con la muchacha. Y entonces el amor los quema por dentro y abre una herida que ya no será posible cerrar, ni aun bailando tango. “Tendría que haberme muerto en aquel momento, porque yo sabía que la vida no volvería a traerme nada igual”, dice el bailarín. “Pero no me morí. Terminó la pieza, nos aplaudieron y me arranqué de su cuerpo con un tirón que me dolió como una puñalada.”

Elia Barceló es conocida en España como “La Gran Dama del Fantástico”, título que le debe a sus primeras novelas y a sus varias intervenciones en el género, incluida la ciencia-ficción. Y aunque en Corazón de tango apuesta al realismo trágico en una Buenos Aires más que creíble, la magia de la novela crece desde el clima fantástico del tango, ese arrebato de pasión, tragedia y fantasmas del alcohol que bien se corresponden con las letras de Homero Manzi o Cátulo Castillo.

El acierto de Barceló no está en la originalidad de la historia sino en los relieves que proyecta sobre los personajes y sus voces, como el fraseo de un cantante. Cada uno de ellos narra una parte de la historia, y entonces el relato se hace profundo, desesperado, en carne viva. Es cómo se cuenta esa historia de amor lo que conmueve y donde sale a relucir todo lo que el tango comparte con la clásica tragedia griega: la pasión que nubla los sentidos con ese efecto tan similar al del alcohol, el desencanto de la herida absurda, la traición y la culpa. A Elia Barceló le gusta demostrar, dice, que “el amor es el motor del universo”. Y si ya había hecho sus intentos con El secreto del orfebre y Cordeluna –novelas sobre un amor que trasciende el tiempo–, Corazón de tango insiste sobre ese rojo y negro del amor que siempre será tema de la literatura. Una vez más, los amantes de miradas encendidas como cuchillos relucientes.

Barceló no exagera los prototipos de personajes tangueros, pero tampoco intenta huirles a los lugares comunes de ese universo. Más bien se nutre de ellos y los desarrolla con cuidado y trazo fino. Por eso, Corazón de tango parece escrita con recortes de versos, un medido collage de ese género literario rioplatense, como si toda la novela fuera un tango extendido a lo largo de las páginas. Y todo gracias al buen manejo del lunfardo y el castellano porteño que luce la prosa.

Tal vez sorprenda al principio que el título no mienta ni un poco –porque en el corazón de la novela están las letras de Pugliese y Manzi, el canto del Zorzal y el llanto del Polaco–, y sobre todo que una escritora nacida en Alicante y residente en Austria escriba tan bien sobre tango sin caer en la imagen mítica y sobrevaluada del compadrito. Para un lector de este lado del Atlántico ya es bastante que el prejuicio se olvide fácilmente al leer las primeras páginas y que el tango pueda ser entonces un género literario que sobrepase los límites nacionales. Pero al mismo tiempo hay algo en Corazón de tango que la inserta en las letras argentinas y que tal vez sea consecuencia de la pasión que Barceló profesa por Julio Cortázar –sobre quien realizó su tesis de doctorado y a quien agradece en el epílogo del libro–, hay cierta cadencia sensual en la narración y un lenguaje bien aprendido al que estamos acostumbrados, pero que en este caso es difícil pasar por alto.

Lo cierto es que Corazón de tango conmueve a pesar de su historia sencilla y tal vez previsible, más allá de la habitual comparación entre los bailarines de tango y los amantes que se atraen como imanes. O, precisamente, su logro consiste en afrontar con éxito ese lugar común para convertirlo en un libro preciso, donde las fichas van cayendo al ritmo de los compases, en el momento justo, con la pierna quebrada y la vuelta firme. Porque, como en las tragedias griegas, las historias del tango son la misma repetida. Lo que importa al final es cómo se deja sonar al bandoneón que las cuenta.

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