Pescado, limĂłn, ajĂ. SegĂşn El Sapo, Ă©sa es la trĂada indispensable para hacer un ceviche. Y a juzgar por las primeras páginas de la novela que lleva ese nombre, El Sapo sabe muy bien de lo que habla. Sabe, por ejemplo, que asegurar que un ceviche se “cocina” es algo asĂ como una mentira piadosa para tentar a los miedosos. “Pescado crudo y alimonado no suena tentador para los devoradores de carnes bien hechitas y pastas ahogadas en salsa”, escribe El Sapo, que entiende que el proceso con el que se prepara un ceviche es más cercano a la alquimia que a la cocina. Como El Sapo lo sabe todo, sabe –y comparte– que su plato preferido se hace mejor con los limones pequeños y ácidos que con los tradicionales. Si quiere que el asunto se vuelva exĂłtico y memorable, concede, le agregarĂa al limĂłn un poco de vino blanco bien frĂo. Pero es un caluroso mediodĂa de verano, y El Sapo asegura estar básico. Por eso acompañará su ceviche con una cerveza, bebida que tomará a raudales durante las casi trescientas páginas de una novela que pide a gritos ser sĂłlo la primera de las aventuras de un personaje contundente. No sĂłlo por su presencia fĂsica –El Sapo parece ser un individuo muy grande–, sino tambiĂ©n por la contundencia de su verba. Y su glotonerĂa: como la cerveza, son incontables los ceviches que el protagonista de la novela Ădem consumirá en las páginas que le tomará resolver la muerte de El Rey, lĂder del grupo de mĂşsica peruana bautizado como Sus Majestades Incaicas. Un evento del que el azar –y su hambre insaciable– le permite ser testigo privilegiado, pero sĂłlo los caprichos de las novelas policiales pueden encaminar a nuestro frustrado periodista gastronĂłmico en la ruta de su resoluciĂłn. Una ruta que lo meterá de lleno en el submundo de la más informal inmigraciĂłn paraguaya al barrio del Once, donde vivirá sus aventuras detectivo-gastronĂłmicas El Sapo, cuya verba se dispara con el miedo y la cerveza, que vuelve al primero en insensata bravuconada, un salto al vacĂo que permite que la trama avance mucho más rápido de lo que podrĂa moverse la contundente humanidad de su protagonista en un entorno brutalmente estival como el de la novela de Federico LevĂn. Como digna integrante de la colecciĂłn Negro Absoluto, dirigida por Juan Sasturain, Ceviche es –antes que nada– un policial bien porteño. Pero esa porteñidad se entiende como algo en tránsito, por eso el plato aparentemente ajeno al paladar del lugar se yergue como justo eje de una historia curiosa como la de El Sapo, solo contra el submundo paraguayo. ÂżSolo? Nada de eso, como en dislĂ©xica pareja literaria, a su figura de Sancho Panza convertido en Quijote le aparece a su lado un flaco Sancho de esquelĂ©tica figura quijotesca, un linyera llamado Dionisio. Gordo y flaco enfrentarán la intriga de la muerte de El Rey, confundiĂ©ndose en una interminable sucesiĂłn de sospechosos, y apariciĂłn de dilemas vinculados al trapicheo de drogas, con traficantes y policĂas mezclados en el mismo lodo, todos bien manoseados. Como novela policial, Ceviche es un disfrute mientras se suelta y se deja hacer, y la alquimia de su pulido lenguaje divierte y entretiene al punto que el lector se descubre dejándose llevar donde sea que quiera llevarlo. Es una lástima que, una vez planteada la intriga, esa fantástica alquimia devenga en cocina, y entonces se arrebate la trama –y ese hipnĂłtico personaje que es El Sapo– con golpes de horno que lleven a los tumbos una historia que podĂa haberlo conseguido todo sin quererlo. Porque, al comienzo, cuando no parece estarle dando nada al hipotĂ©tico lector de policiales, es donde Ceviche aparece como una novela generosa. Pero cuando quiere encarrilarse y dar todo lo que parecerĂa tener que dar el gĂ©nero –sospechosos, acciĂłn y hasta sexo– es cuando la novela justamente se deshace, como cuando –segĂşn las sabios consejos de El Sapo– alguien pretende hacer un ceviche con una merluza anorĂ©xica, de esas que inundan las pescaderĂas de Buenos Aires, y sĂłlo consigue un purĂ© incomible y ácido. Porque no hay que andarse con chiquitas en el caso de un ceviche, hay que ir directo hacia un pez gordo. Y no hay nada más gordo que El Sapo, un personaje de esos con los que cualquier lector querrĂa volverse a encontrar.
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