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Domingo, 16 de agosto de 2009
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Vamos por partes

Con El hombre desnudo, el zoólogo Desmond Morris completa la trilogía iniciada con el exitoso El mono desnudo. Aquí estudia la especie humana de los pies a la cabeza y acepta la homosexualidad para combatir la superpoblación.

Por Damian Huergo
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El hombre desnudo
Desmond Morris

Emecé
350 páginas

Todo empezó cuando el hombre, que todavía no era hombre, bajó del árbol y cambió su alimentación. A diferencia de otros monos y primates reemplazó su dieta de frutas y raíces por la carne. Obtener el nuevo alimento no era sencillo. Debía disputarlo con otros depredadores que lo aventajaban en musculatura y agresividad. Para suplir la desventaja el hombre utilizó por primera vez el cerebro y comenzó a desarrollar su inteligencia. Desde ese momento, mediante la astucia y el ingenio, no sólo sació su apetito sino que comenzó a alejarse gradualmente del resto de las especies. El zoólogo Desmond Morris tiene el ojo entrenado. Luego de su best seller El mono desnudo y del polémico La mujer desnuda, finalizó la trilogía donde “estudia al hombre como el hombre estudia a los animales”, haciendo foco en el macho humano.

Sin adentrarse en la anatomía y esquivando la prosa y fundamentos de la literatura médica, Morris plantea un acercamiento a la superficie del cuerpo masculino. En el primer capítulo el zoólogo realiza una síntesis de la evolución que abarca desde el Australopitecus robustus hasta el Homo sapiens, brindándole al lector un marco de referencia para la comprensión de los apartados siguientes, donde estudiará en detalle –de la cabellera a los pies– el cuerpo del macho humano.

Morris se acerca al objeto de estudio alternando dos disciplinas que se complementan. Por un lado utiliza la lupa del zoólogo para señalar las características biológicas del cuerpo masculino y para compararlas con otras especies. Por el otro lado, se apoya en la antropología para describir las diferentes maneras en que las experiencias locales modificaron o adaptaron cada característica según la coyuntura histórico-social. Así, Morris profundiza en los usos sociales de cada parte del cuerpo, armando un inventario de acontecimientos que van desde comentarios de popes literarios, pasando por historias fundacionales y leyendas, hasta las excentricidades del Guinness World Records.

El hombre desnudo mantiene el tono neutral y objetivo que se adjudican las ciencias duras cuando se encargan de la historia y del hombre. Plantea una evolución lineal que tiene como “concepto de origen” a las tribus de cazadores-recolectores. Según el zoólogo esa fase es la fuente desde donde manan las habilidades y se establecen las diferencias entre ambos sexos. Morris busca y justifica una esencia.

Morris conserva en su último libro la misma estructura que en La mujer desnuda: un capítulo para cada parte del cuerpo. La única diferencia es el apéndice final en donde se propone investigar “las preferencias sexuales” del hombre. Para ello hilvana dos hipótesis. En la primera plantea que el reconocimiento de los derechos a homosexuales en las constituciones de los países avanzados tiene una justificación biológica: “la sobrepoblación del mundo va a terminar con la especie”, señala, por lo tanto es un deber de los Estados nacionales fomentar y valorar las prácticas no reproductivas. La tesis de Morris demuestra que puede existir una derecha progre, no conservadora, que incluya a las minorías (siempre y cuando sea “útil” para mantener el orden hegemónico). En la segunda hipótesis da una explicación biológica a la homosexualidad. La causa la localiza en los primeros veinte años de vida del ser humano. Según el autor los chicos quedan “adormecidos” en esa etapa y no alcanzan “la madurez sexual”; se estancan en la infantilización donde sólo se relacionan con integrantes de su mismo sexo. Por lo tanto la heterosexualidad, según Morris, sería una etapa superior en la escala evolutiva, confinando la homosexualidad a un estado rudimentario.

Morris es políticamente correcto: debe tener un amigo gay, y sostiene que las mujeres son diferentes a los hombres, pero que tienen la misma importancia, y promueve “abandonar las rígidas creencias y antiguas intolerancias” para aceptar las diferencias y la variedad de seres humanos. Aceptar las diferencias, sí, pero con argumentos que siempre buscan preservar las esencias universales, lo natural.

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