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Domingo, 1 de noviembre de 2009
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Reflejos en un ojo emotivo

De la Revolución Libertadora a los tiempos monetaristas de Martínez de Hoz, la escritora de Bariloche Luisa Peluffo enhebra la historia de una chica que crece enfrentada a espejos cada vez más turbios.

Por Mercedes Halfon

Nadie baila el tango
Luisa Peluffo
178 páginas
Gárgola.





Inés, la protagonista de Nadie baila el tango, es una ingenua chica de buena cuna que aislada en secretos e inhibiciones familiares salta del delta del Tigre, donde transcurre su primera infancia, a una casa en Palermo Chico, y de ahí al esperable colegio de monjas. Inés es tímida pero no tonta: su educación sentimental se da casi paralelamente a la historia de un país en llamas y sus aprendizajes sucederán en ambos terrenos de un modo vertiginoso. A los tumbos va, entre una línea y otra, desde mediados de los cincuenta a principios de los ochenta. Se precipitan los acontecimientos, contados en primera persona y un continuo presente que por momentos se torna engañoso. Es que la historia, narrada (y escrita) por la misma protagonista en su adultez, hace que caigamos algunas veces en las trampas de su visión retrospectiva. Del relato que Inés se hace a sí misma. Como una persona que pone su más lograda expresión para arreglarse frente al espejo, aunque esa imagen no vaya a ser vista por nadie más que ella misma.

De sus primeros recuerdos infantiles, con su padre llevándosela del colegio antes de los bombardeos de la Revolución Libertadora, al prolongado round con un ex marido implicado en la bicicleta financiera en tiempos de Martínez de Hoz (y a quien ella insiste en llamar, hasta el fin de sus días, Julito) o al romance con un exiliado chileno que toca la guitarra y recita Neruda: vida personal y vida política se unen en Nadie baila el tango y el fruto de esta mezcla es un tercer objeto, encantador y emotivo. Esos hilos mueve Luisa Peluffo, su autora, quien desde mediados de los setenta reside en San Carlos de Bariloche, y obtuvo premios como el Emecé en 1989 por su novela Todo eso oyes. Esta novela, entre otras extensas menciones, fue finalista en el XIX Premio Herralde de Editorial Anagrama.

La prosa de Peluffo construye escenas con ecos familiares, que sin quedarse en lo meramente costumbrista conmueven en su aparente economía de recursos. Hay que decir que Peluffo también es poeta y no le cuesta nada desgranarse en oraciones simples, con un circuito eléctrico que no se corta en ningún punto.

Nadie baila el tango recurre a lo largo de sus páginas al leit motiv del espejo. Espejos reflejando espejos que aparecen, resignificándose cada vez. Algo similar ocurre con la estructura del libro. La primera escena con una nena aterrorizada en la peluquería, aferrada al caballito de madera que la sostiene como la última canoa en la inundación, se opone a la última, con una mujer acostada con igual terror en una camilla, entrando en la sala del quirófano. Estas imágenes, como dos espejos enfrentados, hacen que todo lo que se ubica en el medio sea visto como su resultado, un reflejo cada vez más pequeño, o cada vez más grande y enceguecedor.

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