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Domingo, 14 de febrero de 2010
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El iracundo

Conocida en 1977 a la muerte de su autor, la autobiografía Bajo el signo de Marte, de Fritz Zorn, se convirtió en un retrato lleno de furia y dolor sobre la rigidez victoriana de una burguesía fría y cerrada sobre sus rígidos valores.

Por Fernando Bogado
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Bajo el signo de Marte Fritz Zorn Anagrama 304 páginas

Sudor y lágrimas. Dos secreciones naturales, dos formas de hacer que la vida fluya, circule. Al mismo tiempo, dos secreciones reprimidas: a nadie le gusta transpirar, ni llorar en público; y si se hace, hay que tratar de mantener el decoro y ocultar rápidamente la emanación, sea de la forma que fuera: ante todo, hay que conservar la calma. Fritz Zorn (en alemán, “ira”) presenta en el ensayo autobiográfico Bajo el signo de Marte un trabajo póstumo que funciona como la mejor arma en contra del peor enemigo de la vida, de su vida, sobre todo: la tranquilidad.

Fritz Angst (tal su verdadero apellido, “angustia”) muere en 1976 víctima de un linfoma maligno que creyó cáncer al comienzo. Como bien aclara, no hay ninguna diferencia sustantiva entre la elección de un término u otro para hablar de su malestar; pero hay un universo de distancia si se toma como referencia la intención de todo el ensayo: la claridad. Desde las primeras páginas, Zorn quiere decir hasta la repetición las cosas por su nombre, y saber específicamente de qué va a morir es sólo una de las muchas manifestaciones de este afán por contar la verdad hasta el límite.

Hijo de unos típicos miembros de la clase burguesa y acomodada de Zurich, Zorn abre el texto tratando de retratar las miserias más profundas de un núcleo familiar en donde todo debe ser reprimido en nombre del decoro, hasta el desacuerdo: debe primar la armonía, y manifestar cualquier opinión personal, en ese ambiente, es un claro gesto de mal gusto. Este no hablar de cosas poco decorosas llega a límites absurdos, pero no por eso menos reales: no se puede hablar del dinero, no se puede hablar de la sexualidad (Zorn cree de joven que nos reproducimos mediante el intercambio de sudor), no se puede dudar de la Iglesia (no de Dios, de la Iglesia: Dios es un concepto demasiado corriente, lo que interesa en demasía a esta familia son las instituciones). Toda esa tranquilidad, desde la perspectiva de Fritz, lo cautivó durante su niñez y adolescencia, convirtiéndolo en un muchacho neurótico y triste que no sabía por qué no le pasaban las cosas que a cualquier persona de su edad tenían que pasarle (y que nunca le pasaron: el autor muere virgen a los 32 años). Descubrir que tiene un tumor, que le queda poco tiempo de vida, funciona como un despertar a una nueva vida en donde la muerte funciona como un combustible que se utiliza para quemar todo: su pasado, sus padres, Suiza, Dios.

Casi en la línea de un estudio sociológico, Zorn toma como testimonio su propia existencia para entender el proceder de cualquier persona que haya vivido en el frío ambiente de Zurich, en el medio de una sociedad ultraconservadora que vive silenciosa en el displacer. El objetivo, en definitiva, son y no son sus padres: ellos, en verdad, tienen la culpa de toda una existencia miserable que culmina de la peor manera; pero al mismo tiempo son exonerados (no por eso menos culpables) porque sólo repitieron un comportamiento constante en su ambiente burgués. En la línea del vitalismo de Nietzsche y del existencialismo de Sartre (y también del muchas veces mencionado Camus y en especial El mito de Sísifo), el sensible carácter de Zorn se ve afectado por su medio social y la respuesta es un tumor como contracción de la vida, como concentración de toda su miseria... El tumor, en palabras del autor, son “lágrimas tragadas”.

Originalmente publicado en 1977, y editado por primera vez por Anagrama en 1992, la reedición de Bajo el signo de Marte dentro de la colección “Otra vuelta de tuerca” apunta a resaltar el cariz científico de un texto que atrae inicialmente por su valor literario, pero que no por eso deja de ser un análisis certero de las miserias de una existencia sujetada por un entorno social sofocante que accede, en los últimos momentos de vida, a la rabia creadora propia del dios Marte: contra el calmo dios de las formas que es Apolo, Zorn levanta la ira de la deidad de la guerra, la rebelión última contra todos los dioses que podamos crear. En algún punto, el libro retrata ese movimiento de la angustia entendida en su sentido existencialista (aquel sentimiento provocado por algo que no se sabe dónde está) hacia la cólera destructora, llegando al punto de autodenominarse cáncer de Dios. Zorn, sin adscribir a ninguna postura política, boga por una revolución que comience en este levantamiento individual: el sudor y las lágrimas son las manifestaciones de los sentimientos más profundos que no deben ser contenidos por ninguna calma social. Después de todo, ellos sólo reclaman una cosa, de él como de cualquiera de los posibles lectores: la rebelde y poco decorosa sangre.

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