La capacidad de mentir es, segura y definitivamente, lo que separa (salvo en las pelĂculas de Walt Disney) al hombre del animal. Y a lo largo de la historia, el ser humano ha conseguido elevar cierto tipo de mentira a la categorĂa de bellĂsima y autĂ©ntica arte. Una mentira verdadera –algo que en principio no es cierto pero que acaba adquiriendo y ganándose la gran medalla a la realidad incontestable– son esos contados cuentos perfectos. Algo que –en el decir de un maestro de la forma como John Cheever– “puede contribuir a nuestra comprensiĂłn de unos y otros y, algunas veces, del confuso mundo que nos rodea”.
Tobias Wolff naciĂł en Birmingham, Alabama, en 1945. Está considerado uno de los más grandes narradores norteamericanos en actividad y es el orgulloso poseedor de una vida interesante y confusa y, por lo tanto, narrable. Ya hemos leĂdo sobre ella en Vida de este chico (1989), en el tour bĂ©lico por Vietnam recordado en El ejĂ©rcito del faraĂłn (1994), y en la educaciĂłn delictivo-literaria fraguada en esa magistral suerte de novela/memoria que es Vieja escuela (2003).

AsĂ, Wolff es, tambiĂ©n, un muy respetado profesor de literatura y escritura y en más de una oportunidad ha declarado tener en la escritura la fe que otros entregan a los dioses: “Yo creo en el poder de las historias para aclarar nuestro sentido de la realidad”.
Y Tobias Wolff –hijo de adorable madre fabuladora y de compulsivo padre fantaseador, “Mi madre leĂa de todo excepto libros. Anuncios de los autobuses, la carta entera de los restaurantes, vallas publicitarias; si no tenĂa tapas, le interesaba”, leemos en el relato “El mentiroso”, página 55 de AquĂ comienza nuestra historia– sabe mucho sobre este tema. Y lo demuestra con creces en esta galardonada antologĂa personal de sus mejores veintiĂşn relatos a los que suma diez nuevos a la altura de los clásicos. Y donde se explica y justifica, en una nota al lector, la reescritura y el retoque; entendiendo a los cuentos como algo que muta, que no reconoce forma original y que siempre se puede mejorar “como forma de cortesĂa” para con el lector sin por eso desatender “una cierta inquietud estĂ©tica” del autor. De este modo, Wolff afirma no considerar marmĂłreos, inamovibles y “sagrados” a sus textos sino “vivos”, por lo que “me tomo un interĂ©s constante por dar a esa vida su mejor expresiĂłn”. De este modo tambiĂ©n, un milagro como “Mortales” –uno de los muchos textos aquĂ, al igual que el ya mencionado “El mentiroso” o “La declaraciĂłn”, cuyo tema pasa por el engaño o la versiĂłn alternativa de una misma trama– aparece en AquĂ empieza nuestra historia aĂşn más cerca de la inmortalidad de la perfecciĂłn. Si no me creen, lean esta breve pero enorme historia en que un cĂnico redactor de necrolĂłgicas de un periĂłdico resulta vĂctima de un mentiroso patolĂłgico y es despedido de su trabajo. Pero nada se pierde, todo se transforma. De semejante sombrĂo encuentro surge la luz encandiladora de un cuento inolvidable, de la más verdadera de las mentiras, dentro de un libro que acaba funcionando como taller literario portátil.
Lo sintetiza bien la escritora Marianne Wiggins: “La mente de Wolff corta con la elegancia de un cirujano de nivel mundial. Y la analogĂa es apta: estos cuentos pueden salvarte la vida (si eres, como yo, de las personas que piensan que la buena literatura es la mejor forma de medicina preventiva)”.
Pasen y lean y aprendan a mentir y a narrar y a salvarse.
Y es que, a la hora de la verdad, nada nos gusta y nos sirve más y mejor que el que nos mientan con maestrĂa.
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