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Domingo, 28 de marzo de 2010
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La caída

Sergio Olguín ganó el Premio Tusquets con Oscura monótona sangre. Una fuerte historia que con ritmo de policial y aliento clásico planea sobre la agenda social más actual para armar la tragedia inexorable de un hombre al que le fue bien en la vida.

Por Luciana De Mello
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Oscura monótona sangre, Sergio Olguín, Tusquets, 184 páginas

Sergio Olguín volvió a meterse con el barrio, en el barrio. Pero esta vez no solo cruzó sus límites sino que los subvirtió mediante la construcción de una trama que hace de puente entre las fronteras geográficas, sociales e ideológicas de la Villa 21 y el Palermo sohero. “La muerte de un chico de 13 años de la villa no es un tema de inseguridad”, dice Olguín. Claro que no lo es, más aún si el asesino es uno de esos empresarios que conocieron la pobreza de un barrio pero supieron salir de ella en la época del ascenso social de la clase trabajadora. Uno de esos empresarios que no logran recuperarse del odio hacia su clase de origen y se aterran frente a los carros de los cartoneros en la puerta de su departamento de la calle Charcas. Pero esta historia no termina ni empieza ahí, y eso es lo que intranquiliza. Olguín esta vez fue por más: con una narración aséptica que mira por los ojos de su protagonista, en Oscura monótona sangre se concentra la pulsión de las obsesiones del autor: las relaciones entre amor, sexo, violencia y condición de clase. Ganadora del V Premio de Novela Tusquets, la novela se mete con la prostitución infantil y el paco, reflejando una realidad de la que poco se habla: la de las clases medias de recorrido por las villas, buscando lo que quieren y les falta: sexo, droga y rocanrol.

La novela se concentra casi exclusivamente en la construcción del personaje de Julio Andrada y sus itinerarios. Subido a su auto de vidrios polarizados, el empresario irá recorriendo los cinco espacios físicos que nombran cada capítulo de la novela y que son los que armarán el escenario de su ascenso y caída final: villa, edificio, fábrica, calle y cielo. Julio Andrada se ganó su lugar en la clase media gracias al mérito de la fábrica propia. De ahí a ser prestamista de usureros, tener un policía que le hace de investigador privado, ser el propietario de un piso en Palermo, aburrirse de su monótona vida hasta dar el gran salto hacia la ruina total, hay un solo paso –o unos cuantos barrios de por medio–. Una tarde escucha una charla de camioneros en una parrilla. Hablan de los mejores lugares donde conseguir putas y el empresario se calienta cuando en los relatos aparecen mencionadas las chicas de catorce años. Entonces entra en escena el lado oscuro de la sangre: el empresario va a buscar sexo y se encuentra con mucho más. Se enamora, o se obsesiona, lo mismo da. Planea una vida paralela junto a su niña, sacarla del paco y de la prostitución para poder consumirla él solo, pero hasta llegar a urdir estas buenas intenciones, Andrada primero prueba con otras chicas –incluyendo a la puta cara que vive en su edificio y a la que luego intentará desalojar–. Esta doble vida aventurera que comienza le significa al empresario meterse en la villa, matar a un pibe chorro en defensa propia y comenzar a llevar un arma debido al aumento de la paranoia que la inseguridad de la ciudad le provoca. Los cartoneros se amontonan en la puerta de su casa y Andrada teme por la integridad de su hija adolescente. Simplemente nefasto, Andrada. Sin embargo, el logro y la incomodidad mayor de esta novela es justamente su falta de juicio, ese punto de vista que logra momentos de empatía hacia el personaje y que le da profundidad de clásico a lo que podría fácilmente ser un policial más en el escenario de la Buenos Aires actual. Ese último espacio físico, nunca nombrado en el cuerpo de la novela y que sin embargo la contiene, es el que le da título: “Nunca sabré nada de mi vida/ oscura monótona sangre”. Estos dos primeros versos del poema de Salvatore Quasimodo abren la novela a modo de epígrafe y encierran al personaje en su humanidad, en los límites de su sangre. La narración va desplegando, de manera subterránea, un relato de la insatisfacción, la soledad y la violencia contenida de toda una sociedad. En este caso encarna en un hombre que a fin de cuentas podría ser de cualquier clase. Esto es lo que hace que Daiana –la adolescente prostituta– y Andrada se encuentren en un lugar común, es lo que hace que la lectura necesite un tiempo de digestión y cuestionamiento. Porque donde hay un personaje bien construido, hay un inevitable eco de lo que pulsa dentro de todos nosotros.

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