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Domingo, 30 de mayo de 2010
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La tierra prometida

Hitos > A pesar de su tono menor, afable e integrador, alejado de la grandilocuencia de los fastos, Los gauchos judíos de Alberto Gerchunoff quizá sea la obra literaria más destacable del Centenario. Cien años después se mantiene como un emblema de la búsqueda de la integración del inmigrante en la identidad nacional y de una incipiente diversidad que se siguió abriendo difícil camino a lo largo del último siglo.

Por Alejandro Soifer
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En el marco de las discusiones acerca del concepto de Nación Argentina que se sucedieron en el primer Centenario de la Revolución de Mayo apareció el curioso primer libro de un judío inmigrante y veinteañero. Los gauchos judíos, la mayor obra de Alberto Gerchunoff, recopilaba una serie de viñetas, con cierto tinte autobiográfico, cinceladas por los recuerdos de la infancia y una armoniosa solemnidad que habían ido apareciendo desde 1908 en las páginas del diario La Nación.

El autor había nacido en 1884 en Tulchín (actual Ucrania) y emigrado a la Argentina, junto con su familia, a los cinco años de edad, apenas uno después de la fundación de la primera de varias colonias agrícolas judías, Moisesville, donde miles de inmigrantes de Europa oriental se establecieron escapando al horror de los pogroms.

Es en ese encuentro del gringo judío con la tierra productiva de Entre Ríos donde se ubican los relatos de Los gauchos judíos y se produce su intervención en el proceso de construcción de la identidad del Ser Nacional. En un contexto intelectual dominado por los llamados “Jóvenes del Centenario” que, encabezados por Manuel Gálvez y Ricardo Rojas, buscaban recuperar para ese sitial la tradición hispánico-católica, con la entronización ensayada por Leopoldo Lugones de El gaucho Martín Fierro como épica nacional, las masas inmigrantes y en especial las judías, eran vistas con desconfianza como mínimo, cuando no se las perseguía con la Ley de Residencia en la mano.

Ese nuevo sujeto nacional que empezaba a surgir de la mixtura de lenguas, costumbres, colores, cocoliches y vida de conventillo que terminaron siendo el cemento de la identidad nacional emergido de las grandes ciudades, era atacado con un esoterismo raigal por parte de estos jóvenes que veían en el gaucho la encarnación de un Ser Nacional auténtico, autóctono y anterior a la inmigración europea masiva.

Hay un detalle biográfico en la vida del autor que puede guiar la contextualización de su obra por este camino. Según se indica, el padre de Gerchunoff había sido un respetado rabino y talmudista en su pueblo natal que murió acuchillado por un gaucho de estas pampas luego de un malentendido producto de la incompatibilidad de lenguas.

La anécdota, reescrita en el cuento “La muerte del rabí Abraham”, condensa en el paisano don Goyo hundiendo la hoja en el pecho del rabino colono esa unión, esa fusión violenta de tradiciones contrapuestas cuyo resultado será la constitución de una asimilación del judío al país emergente ya desde la alegoría que opera en la sangre del rabino mezclándose con la tierra que lo recibió.

Pero aun antes de ese relato, en la primera página, donde dedica su libro al Centenario de la Revolución de Mayo, Gerchunoff compara el evento con la festividad de la liberación de los judíos de Egipto. Es la primera de una serie de operaciones que abre el libro; una cadena sutil en algunos cuentos y más explícita en otros tendientes a componer un cuadro de situación donde se puede ser gaucho y judío: argentino.

Con un lenguaje preciso y sin estridencias, el autor desarrolla una descripción de los tipos humanos y geográficos de Rajil, la colonia judía entrerriana donde pasó su infancia, en la cual los inmigrantes judíos van adaptando sus costumbres a la nueva realidad, encontrando en la Argentina una nueva tierra prometida donde vivir en libertad.

Las tensiones de la aculturación se presentan en esos espacios comunes del gaucho y la tierra (aunque sin la nieve ni las matanzas) y también en la asimilación de los hijos nacidos en el nuevo hogar que empiezan a abandonar de a poco las tradiciones judías estrictas, pasando del samovar al mate, de los sobretodos y sombreros de piel para el frío a las bombachas gauchas. Al mismo tiempo que se muestran esas fricciones, se van disolviendo en un estilo que mezcla la laconía con la grandilocuencia de palabras y pensamientos que la magna hora del Centenario exigía. En el último relato del libro, “El candelabro de plata”, un judío piadoso reza la oración del inicio del shabat en su casilla sencilla en medio del campo argentino mientras un ladrón se asoma por su ventana y roba el candelabro del título, único registro de su herencia europea. El judío sigue rezando, absteniéndose de hacer nada, y susurra que el día sagrado ha comenzado, implora al ladrón que se detenga pero no hace nada para impedir el robo. El cuento termina con su mujer recriminándole haberse dejado robar la herencia. El judío responde que no podía hacer nada, había comenzado el día sagrado.

Así, de forma alegórica también, el robo del candelabro puede pensarse como la pérdida de esa herencia traída de afuera, para la inserción en un nuevo contexto a pesar de lo cual no cambiará su esencia íntima, sino que se mezclará, aportará a esa nueva construcción.

Se va dando lugar al juego de la doble identidad que propone el título, compuesta por la disolución y el reacomodamiento de ambas tradiciones, la autóctona y la extranjera. En ese sentido se direcciona el relato “El himno”, donde la gente de la colonia, maravillada por ver cómo en otros pueblos cercanos se celebra el 25 de Mayo, decide también sumarse a los festejos pero, desconociendo los colores de la bandera nacional, cuelgan cintas de variados tonos, incluyendo, sin saberlo, los auténticos. Es en esa mezcla y asimilación donde trabajan los relatos de Los gauchos judíos, pero también en la apropiación de la tierra entrerriana como reflejo de tierras bíblicas, donde los nombres judíos, del Antiguo Testamento, son insertados en medio de gauchos, compadritos y mateadas. El texto de Gerchunoff se acomoda desde el telurismo de moda por esos años para darle un lugar a su gente en el entramado patrio.

Los gauchos judíos se constituye así en el documento nacional de identidad para la colectividad judía en la Argentina y su publicación en el marco del Primer Centenario de la Revolución de Mayo no es para nada casual.

El cuento “El caballo robado”, que relata una escena de antisemitismo en el campo argentino, señala en su último párrafo el deseo del narrador que se confunde en este caso con el autor: “Yo quiero creer, sin embargo, que no siempre ha de ser así, y los hijos de mis hijos podrán oír en el segundo centenario de la República, el elogio de próceres hebreos, hecho después del católico Tedéum, bajo las bóvedas santas de la catedral...”.

Mediante la apropiación literaria de una lengua que no le pertenecía como materna, y focalizando en un terreno nuevo para su gente, Gerchunoff colocó la piedra fundamental de la constitución del judaísmo argentino como un aporte ineludible a la conformación de la identidad nacional.

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