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Domingo, 26 de diciembre de 2010
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El padre de la democracia

Después de escribir unas novelas históricas en coautoría con Dalmiro Sáenz, Laura Elizalde ganó el primer premio del Fondo Nacional de las Artes con una excelente recreación de la Atenas de Pericles.

Por Omar Ramos
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Uno de los objetivos de la novela histórica es mostrar de manera verosímil una época, de forma tal que se configure una cosmovisión realista e incluso costumbrista de su sistema de valores y creencias, lo que exige del autor un estudio documental; pero también en la novela histórica el autor puede escaparse de lo que ya informan los libros científicos –lo que podríamos catalogar como la historia oficial– y aventurarse dentro del marco de lo creíble a conjeturar situaciones y debate de ideas que se profundizarán y se definirán en siglos posteriores. Es lo que lleva a cabo con autoridad, incluso con maestría, Laura Elizalde, en Pericles de Atenas, la novela que le valió el primer premio Fondo Nacional de las Artes, Género Novela 2009, cuando formula en el siglo V antes de Cristo, en boca de filósofos, artistas, políticos y el propio Pericles, consideraciones sobre la nada y el ser, la conveniencia o no de que el hombre siga sus deseos, las profecías de que los números y la geometría serán los nuevos dioses de las generaciones venideras al igual que la dialéctica, la posibilidad de que el Universo tuviera una forma concéntrica, la duda que percibe Pericles en muchos maestros jónicos sobre si los dioses son una invención de los hombres y éstos de sí mismos, o la igualdad entre los hombres y las mujeres, en la que creía Aspasia, su mujer.

Pericles de Atenas. Laura Elizalde Biblos 256 páginas

La escritora es graduada en sociología y en coautoría con Dalmiro Sáenz ha publicado dos novelas históricas: El depredador. Ptolomeo II de Egipto (2002) y El profanador. Herodes el Grande (2004). No es ocioso este dato, ya que en Pericles de Atenas se percibe cabalmente el conocimiento que posee la autora sobre la historia antigua, información que no es dada en forma directa a través de un narrador omnisciente, lo que lo conduciría a un mero manual de historia, sino que es Pericles, el narrador protagonista, el que reconstruye con documentada fidelidad, pero también con imaginación creíble, el pensamiento filosófico y político de la época, esa vida helénica que sentó las bases de la civilización occidental.

La novela posee un lenguaje deslumbrante, un equilibro preciso entre la poesía, la acción y la reflexión filosófica, en ocasiones surgidas del propio Pericles. La estructura sigue con cierta linealidad la vida de Pericles, ese magistral orador, militar, político y fundamentalmente gestor de la democracia ateniense, si bien él había nacido en una familia aristocrática. Luchó para que las decisiones políticas estuvieran en manos del pueblo y no en corporaciones de miembros vitalicios, aunque hay que recordar que en la antigua Grecia sólo eran ciudadanos una minoría de la población.

La voz reflexiva y polemista de Pericles relata su viaje por el Asia de los escitas, su estada como espía en Bizancio, su condición de gobernante de Atenas, su vida íntima y su siglo, que no por nada lleva su nombre.

El texto encuentra también el espacio adecuado para secuencias de erotismo, descriptas con delicadeza, pero a la vez con potencia narrativa. Hay pasajes que denotan una precisa belleza borgeana, un ritmo musical y matemático en la prosa, que armoniza las descripciones y la acción, rica en aventuras épicas y estrategias de la guerra, diálogos, enigmas, pensamientos y dichos atribuidos al protagonista que lo muestran en toda su identidad.

Más allá del manejo virtuoso de la prosa y los recursos literarios, hay en Pericles de Atenas una conjunción técnica entre la preocupación por la estilística y las vías argumentales que construyen la historia. Es también una narración placentera, ávida de imágenes sensitivas que reconcilian con el espíritu y la belleza donde, según los filósofos griegos, reside la verdad.

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