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Domingo, 6 de marzo de 2011
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Serenata a la luz de la vida

Temas hondos tratados sin solemnidad en los versos de una poeta estoica.

Por Mario Nosotti
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Ensayo y serenata. Hilda Rais Ediciones Del Dock 68 páginas

Cultivar la renuencia, una forma posible de pararse ante el mundo, el enigma que somos, pero ante todo un modo de lidiar con el lenguaje, de trabajarlo. Ante lo inabordable de lo real y la evidencia de eso que nos queda grande, descubrir otra fuerza, otra forma de tránsito. Como dice la cita de Clarice Lispector, “su hazaña es, sin conocerse, entre tanto, proseguir”. Por medio de un lenguaje despojado, hecho de imágenes enjutas y oscilaciones leves, Hilda Rais construye un pensamiento. Si hay ideas, conceptos (y vaya si los hay), será sólo a partir de aquellas menudencias. Ensayos, serenatas, repiques de una voz que exhibe sin pudor ni corrección: “Me canso de escuchar cómo estás / quiero que sepas cómo estoy”.

Los poemas avanzan a través de tensiones (cultivar la renuencia/ clavarse los puñales), que siempre se resuelven torciendo hacia un lugar inesperado. Ese tembladeral arranca una sospecha primordial: el lenguaje es precario, la comunicación está expuesta a los vientos del equívoco, la malinterpretación, el tono (“qué malicia descompone lo que hablamos”).

Pero la vida sigue, uno se las arregla. Es este el hálito, la actitud de la voz que sobrevuela el libro. No hay queja, ni lamento. Hay altivez. Resignación a veces. Aceptación vital de ese desorden.

En el mismo sentido corre el sutil despecho ante un psicologismo que cree en comprender y mejorarse. Hay un conocimiento subterráneo en cambio. La fuerza de otro orden, intuitivo y vital. Así podría leerse el daimón de este libro: algo funciona solo y sabe lo que hace más allá de nosotros, de nuestras intenciones. No es fácil entregarse. Tampoco hay garantía de reposo o de felicidad.

A prudente distancia del lirismo, la actitud estoica y el desapego meditador, Hilda Rais se entrega cotidiana, un poco descreída a lo que ha de venir. Temas como la vejez y el deterioro físico, recurrentes a lo largo del libro, se tratan sin trascendentalismo, con un toque de humor compasivo, sin que esto impida (al contrario), enfrentarse a los hechos, padecerlos: “No quise envejecer, era mejor morir/ pero ahora no tengo ganas”.

Finalmente la poeta deja en claro su ansiedad de desvío ante aquello que fija identidad o genealogía. Contra la “santuarización” del género, la herencia y el origen, poner constantemente en duda una certeza ciega: “Creer que descender arraiga”.

Como en sus dos anteriores libros de poesía (Indicios de 1984, publicado por De La Campana, y Belvedere, en Tierra Firme, 1990), Hilda Rais vuelve a pensarse y a pensar mirando de soslayo, riendo de lo mismo como forma de amor, de aceptación. Zancada tan cabal al drama le dan a esta poesía vitalidad y don de juego, ese su “acribillar la madurez”, y en la extraña conciencia de que “nadie está solo bajo lo que nos irá cayendo”.

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