Cultivar la renuencia, una forma posible de pararse ante el mundo, el enigma que somos, pero ante todo un modo de lidiar con el lenguaje, de trabajarlo. Ante lo inabordable de lo real y la evidencia de eso que nos queda grande, descubrir otra fuerza, otra forma de tránsito. Como dice la cita de Clarice Lispector, “su hazaña es, sin conocerse, entre tanto, proseguirâ€. Por medio de un lenguaje despojado, hecho de imágenes enjutas y oscilaciones leves, Hilda Rais construye un pensamiento. Si hay ideas, conceptos (y vaya si los hay), será sólo a partir de aquellas menudencias. Ensayos, serenatas, repiques de una voz que exhibe sin pudor ni corrección: “Me canso de escuchar cómo estás / quiero que sepas cómo estoyâ€.
Los poemas avanzan a través de tensiones (cultivar la renuencia/ clavarse los puñales), que siempre se resuelven torciendo hacia un lugar inesperado. Ese tembladeral arranca una sospecha primordial: el lenguaje es precario, la comunicación está expuesta a los vientos del equÃvoco, la malinterpretación, el tono (“qué malicia descompone lo que hablamosâ€).
Pero la vida sigue, uno se las arregla. Es este el hálito, la actitud de la voz que sobrevuela el libro. No hay queja, ni lamento. Hay altivez. Resignación a veces. Aceptación vital de ese desorden.
En el mismo sentido corre el sutil despecho ante un psicologismo que cree en comprender y mejorarse. Hay un conocimiento subterráneo en cambio. La fuerza de otro orden, intuitivo y vital. Asà podrÃa leerse el daimón de este libro: algo funciona solo y sabe lo que hace más allá de nosotros, de nuestras intenciones. No es fácil entregarse. Tampoco hay garantÃa de reposo o de felicidad.
A prudente distancia del lirismo, la actitud estoica y el desapego meditador, Hilda Rais se entrega cotidiana, un poco descreÃda a lo que ha de venir. Temas como la vejez y el deterioro fÃsico, recurrentes a lo largo del libro, se tratan sin trascendentalismo, con un toque de humor compasivo, sin que esto impida (al contrario), enfrentarse a los hechos, padecerlos: “No quise envejecer, era mejor morir/ pero ahora no tengo ganasâ€.
Finalmente la poeta deja en claro su ansiedad de desvÃo ante aquello que fija identidad o genealogÃa. Contra la “santuarización†del género, la herencia y el origen, poner constantemente en duda una certeza ciega: “Creer que descender arraigaâ€.
Como en sus dos anteriores libros de poesÃa (Indicios de 1984, publicado por De La Campana, y Belvedere, en Tierra Firme, 1990), Hilda Rais vuelve a pensarse y a pensar mirando de soslayo, riendo de lo mismo como forma de amor, de aceptación. Zancada tan cabal al drama le dan a esta poesÃa vitalidad y don de juego, ese su “acribillar la madurezâ€, y en la extraña conciencia de que “nadie está solo bajo lo que nos irá cayendoâ€.
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