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Domingo, 9 de octubre de 2011
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Algo más sobre los otros

La nueva novela de Jorge Consiglio continúa en línea con el tono de sus cuentos anteriores, un deslizamiento de la clase media a la marginalidad que, sin embargo, no deja resentidos sino más bien reflexivos a sus personajes.

Por Angel Berlanga
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Pequeñas intenciones. Jorge Consiglio Edhasa 187 páginas

En medio de una tormenta de Santa Rosa, un hombre cuenta su vida. Se la cuenta a otro que está ahí, con él, que no preguntará nada, que no acotará palabra. De arranque se sabe que el narrador y protagonista de Pequeñas intenciones, cuyo nombre el lector no sabrá, está en una situación muy precaria: solo, con los víveres para la subsistencia, con una renguera que le limita los movimientos, instalado en un cuchitril en un pueblo y alejado de la casa de Haedo en la que vivió desde su nacimiento. Lo que se dice en la miseria. Y sin perspectivas. Así que enseguida se hace llamativo el modo en el que recorre el camino que lo llevó hasta ahí, el modo en que Jorge Consiglio compone su voz: sin estridencias ni lamentos cargosos, con una mirada muy perspicaz sobre el funcionamiento de las cosas, pero con notoria resignación ante los sucesos que se le aparecen en el camino.

Hay un notorio parentesco de elementos de composición entre esta novela y el libro anterior de Consiglio, los cuentos de El otro lado (y sobre todo los de la segunda parte de ese volumen, “La verdad de los otros”). Como muchos de los protagonistas de aquellos relatos, el narrador de Pequeñas intenciones transita desde la clase media hacia la marginalidad, vive enredado en la sordidez cotidiana, complicado por una familia que acaso le impregna los materiales fallidos para relacionarse con los otros (asunto del que él no se queja). Intenta, no consigue componer, y sigue su camino consciente de que la cosa va en declive. De buen talante. Así cuenta. Como en su obra anterior, Consiglio prescinde de épicas, espectacularidades, golpes de efecto, marcas políticas señaladas y hasta de marco temporal concreto; pero aquí aparece, cada tanto, algún brillo –módico, por supuesto– que deviene del talante del narrador, que le permite disfrutar de momentos fugaces: una comida, un incipiente gallinero y unos tomates plantados en el fondo de la casa, la lectura de revistas de divulgación científica, sobre todo de artículos de óptica geométrica.

En la narrativa de Consiglio, el deterioro de los materiales, de las relaciones y de los cuerpos es un tema muy presente: hay, ahí, una poética. La voz de este narrador introduce una variante: se lleva, a sí mismo, mejor puesto que muchas de sus otras criaturas. Y eso que la tiene difícil: madre muerta cuando tenía 10 (“un cáncer la barrió en 15 días, de tanto tragar hiel”) y padre ídem cuando tenía 22; un hermano con deficiencia mental que queda a su cargo luego de que otra hermana se case y se largue para mandar, dos décadas después, a un sobrino que lo apretará para vender la casa familiar. Tiempo de derrumbes en cadena: la vivienda se va haciendo inhabitable, las changas como electricista y una pensión no alcanzan para comprar la comida, la salud del hermano empeora y habrá que internarlo, un incendio casi lo liquida y le deja el pie derecho machucado. Aparecerán, en esa cuesta abajo, otros personajes: el cura que les da de comer en la Iglesia, una enfermera, un hombre que sigue internado tras el incendio, una mujer que intentará cuidarlo sin mucha suerte: “Siempre me incomodó la proximidad física”, dice él.

“Hay cosas que realmente me resultan fascinantes –dice el tipo luego de conseguir cinco números de Muy Interesante–. Es como si lo cotidiano se pudiera mirar con otros ojos, como si las cosas guardaran un secreto bajo su aparente simpleza.” Que un tomate sea un 95 por ciento de agua, o que las gotas de lluvia no tengan forma de lágrima, que sean más bien esferoides. “No sé cómo decirlo. Estos datos me asombran: incluso lo más estúpido tiene una vuelta de tuerca”, explica. “Usted me entiende”, le hace decir Consiglio cada tanto, en ese contraste entre la lenta deriva de su vida y la tempestuosidad de Santa Rosa. Bien podría contestarle uno de los personajes de El otro lado, un tanto más escéptico: “Creo que lo único que puede aliviarnos es la confesión, pero nunca vamos a poder alcanzar la tranquilidad: todos los oídos están sordos, completamente sordos”.

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