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Domingo, 26 de febrero de 2012
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Poesía de hospital

En La insuficiencia, Pablo Chacón narra con precisión y laconismo la experiencia de una internación a raíz de una insuficiencia cardíaca. Dolor y reflexión en un relato tan atípico como poético.

Por Mariano Dorr
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La insuficiencia. Pablo E. Chacón Biblos 62 páginas

El libro se abre con una dedicatoria a los cirujanos, enfermeros, médicos, residentes y anestesistas del Hospital Argerich. Como epígrafe aparece una cita de Gilles Deleuze: “El tiempo pone la verdad en crisis”. Lo que sigue es un breve relato sobre la experiencia hospitalaria de un hombre adulto con insuficiencia cardíaca congénita. A medida que pasan las horas, entre análisis, visitas, extracciones de sangre, complicaciones, etc., el individuo hospitalizado va despojándose de toda identidad, casi olvidándose de sí, completamente harto: “No se acuerda con quién habló, cuántas veces lo midieron, evaluaron, controlaron. No se acuerda cuántos ni quiénes fueron a verlo, ni qué dijo, ni por qué dijo lo que dijo”. Como señala Luis Gusmán en la contratapa, el lenguaje cotidiano del paciente –y con el lenguaje, todo su mundo– se medicaliza. La muerte se acerca (y se aleja) con un vocabulario específico: “hipoquinesia difusa”, “deterioro severo de la función sistólica”, “válvula aórtica bicúspide con área de dos centímetros e insuficiencia”.

La espera también es enferma. En la cama de enfrente “depositan” a un hombre de edad con un pie vendado, se acerca un médico y comenta que hay que cortar la pierna debajo de la rodilla: “El médico se va; menos la víctima, todos lloran. Al rato, cuando vienen a buscarlo, el hijo de puta mortifica: ‘La próxima vez, cuando vea que tiene todo podrido, venga antes al hospital’”.

El ambiente que describe Pablo Chacón nada tiene que ver con el mundo de las series norteamericanas de hospital. No hay amores ni doctores sobresalientes, apenas un asomo de piedad en alguna enfermera. La mayoría de ellas son identificadas por el paciente como “las muertitas” que van y vienen por los pasillos: “Aparecen, prenden la luz, una, dos, retan al viejo, lo limpian con gasas, se ríen, lo humillan, lo dejan en bolas, lo dejan llorar, cambian las sábanas, los pañales, con una lentitud que exaspera, lo empujan al baño”. Ni enfermos ni enfermeros desean estar allí, es una extraña fuerza la que los arrastra a unos y a otros.

El hospitalizado de Chacón pierde peso llorando. Durante horas y horas caen las lágrimas, quizás involuntariamente. En realidad no sabe si está llorando o no, pero entre lágrima y lágrima pierde dos litros de agua en un día. Va desapareciendo, encogiéndose, abandonándose. La exposición es total y la invasión, multitudinaria. Sin embargo, eso mismo es sobrevivir en el hospital, en medio de ensoñaciones y pesadillas, mientras va convirtiéndose en otra cosa, en lo que –en todo caso– su cuerpo pueda convertirse. Chacón deja un espacio en blanco entre párrafo y párrafo, como si el narrador hiciese un esfuerzo por respirar. Pero la escritura es hospitalaria; acompaña y obliga al lector a acompañar al enfermo en el proceso mismo de volverse otro: “El ya no es más él. Es otro. Era otro. Y morirá otro”.

Hay un efecto paradójico en la lectura de La insuficiencia porque, a pesar de que se lee tan rápido, el rumiar de ese vocabulario médico sigue impregnándose y como yuxtaponiéndose página a página, haciendo de esos breves fragmentos un solo lamento. Un quejido doloroso y bien escrito –contiene poesía de hospital– sostenido en la impotencia de quien todavía sigue con vida.

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