Los tĂtulos de los libros pueden ser más o menos enigmáticos, decirnos algo directo o quedar ahĂ flotando casi de por vida, sin revelarnos nada especial. Algunos son cantados; otros, como Señora grande, sostienen el misterio durante un buen trecho. El libro de JosĂ© Fraguas es una colecciĂłn de cuentos preciosos, bellos, que parecen tener todos un mismo narrador, bastante sagaz y simpático, pero sobre todo sensible y atento a lo que sucede a su alrededor. Un narrador que de ser una persona de carne y hueso, seguramente querrĂamos de amigo; serĂa alguien un poco tĂmido, de esa clase de gente que en las reuniones se sienta en un rincĂłn y observa para despuĂ©s tomar apuntes en una libretita e irles sacando la ficha a quienes lo rodean.
Varios de los cuentos son biopics, con un personaje principal al que el narrador persigue con un pincel en la mano para retratar pequeños gestos de su personalidad, reacciones simpáticas, reacciones antipáticas, cómo dice tal cosa, cómo dice tal otra, cómo se relaciona con la gente que la rodea y cómo ve esa gente a esa persona. Y todo bajo cierto tono neutral, cierta ausencia de juicio, como dejando que los detalles escogidos casi por azar, que el montaje de furcios, tics y costumbres de los personajes hablen por sà solos. Asà y todo, la voz del narrador siempre parece demostrar un poco de cariño, cierto sentimiento candoroso por los retratados que se adivina detrás de la elección de ponerlos ahà y hacerlos formar parte de ese compilado de retratos.
“Aunque sonreĂa poco parecĂa tener la certeza de que su vida era perfecta. Con frecuencia encontraba signos que presagiaban una vida afortunada: los planetas en su carta natal dibujaban una estrella, los nombres de todas las calles en las que viviĂł, Sucre, Oro y Rosales, indicaban un destino brillante. Los que no la querĂan veĂan otra cosa: que sus padres eran ricos, que su novio la habĂa engañado, la acusaban de frĂvola o de no tener conciencia social. A Liana parecĂa no importarle, desde chica le dio ilusiĂłn la vida de reinas, princesas y zarinas. No negaba la cuota de sufrimiento que tiene la vida humana, pero ella podĂa estar tranquila, una mentalista le habĂa informado que ya habĂa padecido bastante en vidas anteriores.”
A decir verdad, los primeros cuatro cuentos tienen, sĂ, como centro a cuatro señoras grandes: “Manuela” –un comienzo entrañable del que es difĂcil de-sengancharse–, “Susana”, “Pichiester” y “De repente”. Pero esa unidad se diluye rápido, y los relatos pasan a girar en torno tanto de hombres como del propio narrador e incluso lugares u objetos –un árbol, estatuas– que son narrados con la misma minuciosidad aleatoria, hasta incluir tambiĂ©n una carta a los amigos que empieza declarando “Queridos amigos: estoy enamorado de casi todos ustedes”.
Pero lo fundamental es que desde la distancia, desde el rincón en el que permanece sentado y mira, el narrador mismo es un personaje importante de esas historias, e interactúa con los retratados y los retratos de forma tal que éstos parecen tener algo de marca de vida para el narrador.
Las historias empiezan más o menos en algĂşn lugar y terminan más o menos en otro: empiezan y terminan en lugares elegidos por el narrador pero que parecen tener algo de arbitrario, de simple corte. En algĂşn punto paradĂłjico esa arbitrariedad del narrador les otorga una nueva dosis de realismo a las historias, como si esas historias fueran mucho más largas, verĂdicas historias de la vida real de las cuales el narrador conoce o decide contar sĂłlo una parte, sencillamente porque no se puede y no interesa contar detalladamente toda la vida de una persona. Las historias, entonces, parecen continuar antes y despuĂ©s de la narraciĂłn, y vale quedarse pensando: esas personas son reales, el narrador las conociĂł en ese momento de sus vidas.
Señora grande es un libro extremadamente bello. Tan bello como escuchar a una abuela contando una y otra vez las mismas historias. ÂżAlguien no le pedirĂa que las repita? Y ahĂ, entonces, podemos empezar a sospechar algĂşn sentido para ese tĂtulo en ese narrador que intenta –y lo consigue– contar historias, minucias y no tanto, de la vida con el tono y la magia con el que cuentan las cosas las señoras grandes.
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