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Domingo, 5 de mayo de 2013
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EL RÍO DEL FUTURO

Cuando ayer se dispersaron sus cenizas en el río Gualeguay, se terminó de cerrar el ciclo de uno de los escritores más silenciosos, pero altamente respetado por sus pares locales. Juan José Manauta, nacido en esa ciudad, murió la semana pasada, a los 93 años, dejando una obra que, sin ser muy extensa, cuenta con un título fundamental, Las tierras blancas (llevada al cine por Hugo del Carril) y un volumen de Cuentos completos que siguen siendo objeto de lectura y estudios universitarios. En esta despedida, se pasa revista a su larga trayectoria como escritor, militante comunista y protagonista de una vida de amor y amistad por los hombres, las mujeres y los paisajes de Entre Ríos. Un escritor cuya obra seguramente tiene un futuro por delante en la literatura argentina.

Por Angel Berlanga
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Hugo del Carril y Juan José Manauta durante el rodaje de Las tierras blancas.

Por Angel Berlanga

“Escribí sobre transportadores de almas, y de brujas contrabandistas; también velé a un niño dormido sobre un maloliente basural y soñando que remontaba su barrilete con auxilio de viento y aire puro; recordé a un hombre sin trabajo que hablaba con su perro y a otro que convertía en locomotora una carretilla. Por todo eso y algo más me llamaron realista.” Juan José Manauta escribió esto sobre su obra a fines de 2005 en un texto que tituló Dentre, invitación y puerta a sus Cuentos completos editados por la Universidad Nacional de Entre Ríos, en los que reunió los seis volúmenes que publicó entre 1961 y 1999, desde Cuentos para la dueña dolorida hasta El llevador de almas. Hay, ahí, de la raíz al cielo, un tema que predomina en su narrativa: la relación entre hombres y mujeres. “Donde hay amor, hay dolor”, le hace leer casi al principio a una mucama peronista que recibe en una pensión a un muchacho acaso comunista, quizá filósofo, al que le oye decir: “Lucía, has penetrado en mi alma”. En el relato final, el que da título al último libro de cuentos, el llevador rastrea una tumba silvestre para cargar en su bolsa, junto a unas flores de cardo azul y un ramito de nomeolvides que usa como cebo, el alma de un difunto que debe acercarle a una viuda, para que lo velen como corresponde. “Nadie ha podido saber, ni se sabrá jamás, en qué momento de la noche un alma cede y se allana al tránsito”, escribe.

En su misión, el transportador atraviesa la provincia, cruza a nado el Gualeguay y camina hasta cerca de Las Mercedes, y ésta es otra marca en la narrativa de Manauta: el territorio en el que nació y se crió, su ser entrerriano, latente y vigoroso más allá de geografías cotidianas y tiempos, vital en su literatura y su vivir. Territorio y lenguaje: el entramado de las criaturas que los habitan. Un asterisco acompaña en la puerta a la palabra Dentre: apunta Manauta que el término no figura en el Diccionario del habla de los argentinos, y que tal vez habría que incluirlo en un “probable diccionario del habla de los entrerrianos”.

Dentre.

La música de la poesía

“El lenguaje entrerriano tiene características particulares: es una especie de isla –decía Manauta seis años atrás, en una entrevista con este suplemento–. Durante décadas no hubo túneles ni puentes, era difícil llegar. A veces un viaje a Gualeguay desde acá duraba doce horas: ahora cuesta tres. Durante mi infancia, Buenos Aires estaba lejos, y eso incluía también al lenguaje. En ese sentido, Entre Ríos fue lingüísticamente autosuficiente durante muchos años. Le doy un ejemplo sencillo: a un pan que acá le llamamos ‘felipe’, allá le llamamos ‘telera’. Es un término que viene de España, directamente. Esa palabra quedó en Gualeguay, nomás. Bueno, yo creo que esa característica geográfica le impuso al entrerriano cierta autonomía, autosuficiencia cultural. Probablemente eso esté patentizado en mis textos: no es algo que yo haya querido evitar. Pese a lo que digo, he escrito muchísimas cosas sobre Buenos Aires, porque amo a esta ciudad.”

En esta ciudad murió Manauta el martes 23 de abril. Tenía 93. Cuenta Lucía Montero, su mujer, que sobre el final, en el sanatorio de Colegiales en el que estaba internado, pidió ver en una computadora portátil Primavera sin alcohol, un corto basado en uno de sus cuentos: le gustó la versión. A comienzos de 1959, Manauta asistió al estreno de lo primero que se filmó sobre su obra, la película que Hugo del Carril hizo en base a su segunda novela, Las tierras blancas: esa versión no le gustó tanto, sobre todo por el recorte del personaje de la madre, vital en este libro que publicó en 1956. Algo más atrás, con Los aventados, su primera novela (1952), cosechó a favor y en contra: se agotó en poco tiempo y recibió una crítica áspera de Bernardo Verbitsky. No todo es lo que parece: Manauta apreció lo cierto de los comentarios adversos y los aprovechó para dar un salto en su narrativa y, por la otra parte, se encontró con una sorpresa cuando intentó cobrar los derechos de autor por ese libro. “El editor se asombró –evocaba–. ‘¿Cómo? (me dijo) si yo lo he lanzado a usted. Me he arriesgado a publicar a un desconocido y todavía quiere que le pague.’ Era como si yo tuviera que pagarle a él por haberme ‘lanzado’. Sin embargo, él había ganado dinero con mi obra.”

“Nací en Gualeguay –contaba en una entrevista de 1985 con El Litoral, de Santa Fe–. Allí mismo hice la escuela primaria y también me gradué de maestro. Pero tan importante como eso o más es, quizá, que esa etapa de la niñez y adolescencia me permitió conocer una realidad que más tarde se haría presente en la obra del escritor: mi casa era una escuela ‘infantil suburbana’, de las que abundaban entonces en Entre Ríos, destinadas a la alfabetización y muy poco más, pero donde se cumplía estrictamente con los principios de gratuidad, obligatoriedad y laicismo de la escuela sarmientina de la Ley 1420. Conocí, pues, niños y familias de todo tipo, especialmente los más pobres. Por otra parte, mi padre era dueño de un negocio de ramos generales, de esos que miran más hacia el campo que hacia la ciudad. Eso me abría las puertas del conocimiento del paisaje y de los hombres de campo: agricultores, troperos, cazadores, carreros, camioneros. Personajes que luego desfilarían a lo largo de toda mi obra.”

En ese almacén, entre la yerba y las galletas, su padre ponía a la venta los libros de Juan L. Ortiz, que se pagaba sus propias ediciones. Manauta contaba que fue el poeta el que convenció a sus padres para que lo dejaran ir a estudiar Humanidades a La Plata. Allá se fue, a los 18, a estudiar el profesorado de Letras. Se recibió, pero nunca ejerció ni dio clases.

Es de poemas el primer libro de Manauta, La mujer de silencio, publicado en 1944. Y también el segundo, Entre dos ríos, una edición perdida de 1956, reeditada en 2009 artesanalmente para la familia, los amigos, los cercanos, como celebración de sus 90 años. Son los dos únicos libros de poemas que escribió, pero la música de la poesía suena en casi toda su narrativa, en especial en los cuentos, y en Las tierras blancas.

Decepciones de

la Unión Soviética

Máximo Gorki: contaba que la musicalidad de ese nombre, dicho por un tío anarquista, lo guió de adolescente a la biblioteca de Gualeguay, donde le dieron a leer La madre. En una entrevista de Mempo Giardinelli, para la revista Puro Cuento, Manauta dijo que su otro cuentista predilecto era Sherwood Anderson: sigue la música. También gustaba de los relatos de Ambrose Bierce, de Chéjov, Maupassant, Caldwell. Y de aquí, los cuentos de Roberto Arlt y de Enrique Wernicke, a quien consideraba un genio. “El sentirse satisfecho no es un estado recomendable para un escritor o para cualquier artista –decía–. No tener excita la imaginación, las ganas de tener, de manotear: a veces así se acierta con la verdad.” Escribió sobre la explotación, la pobreza, el destierro, los afectos machacados, el amor roto. “Pocas veces he escrito sobre amores triunfales –decía seis años atrás–. Los más auténticos, entrañables, profundos y sufridos son los amores imposibles. Aunque yo no me puedo quejar. Incluso a esta edad tengo una compañera a la que amo profundamente. Pero eso no deja de suscitar, en la imaginación, amores imposibles.”

Se afilió al Partido Comunista en los ‘40, antes de terminar los estudios, y permaneció afiliado casi medio siglo. Trabajó en varias publicaciones partidarias: dirigió Hoy en la cultura desde 1964, hasta que cinco años después la cerró Onganía. También fue redactor de Novedades de la Unión Soviética durante 28 años, hasta que tuvo que hacerles juicio: no le hacían los aportes. No era el primer inconveniente que experimentaba en el PC: cuando escribió su tercera novela, Papá José (1958), se encontró con furibundas críticas de los camaradas, que le cuestionaban que el protagonista, un militante del partido, no quedara muy viril (para colmo con ese nombre, tan de Stalin) ya que no lograba quedarse con la muchacha. A diferencia de tantos escritores del realismo socialista, en la literatura de Manauta no hay panfleto. Y más allá de la decepción soviética, siguió sintiéndose marxista hasta el final. Y decía, con todo, que el partido le dio mucho más que lo que le quitó. “Me dio la posibilidad de conocer más profundamente la realidad, de conocer problemáticas que de otro modo no hubiera conocido”, explicaba.

La brisa y las fogatas

Vivía en Buenos Aires desde mediados de los años cuarenta, pero todo el tiempo volvía allá, a las conversaciones de la trastienda del almacén de su padre, a las escenas de la escuela de su madre, al paisaje entrerriano. Volvía en los sueños, también: el cuento “El tigre”, por el que venían a visitarlo a su casa los chicos de la Villa 31 que lo leyeron en la escuela, se le armó una noche, mientras dormía. Camino al río el protagonista, asediado por un yaguareté, decide si la estrategia es refugiarse o no detrás de su caballo. A Las tierras blancas llegan Odiseo y sus padres después de cruzar el Gualeguay por el puente Pellegrini: desde ahí pidió Manauta que tiren sus cenizas al río. Eso planeaban cumplirle ayer, sábado 4 de mayo de 2013, sus más cercanos.

“Hablaba de la muerte sólo en la ficción. En la vida, la mencionaba pocas veces”, recuerda su mujer, Lucía. La Universidad Nacional de Entre Ríos reeditará, en breve, sus Cuentos completos, y tiene también en preparación un volumen que reúne su poesía, con algunos inéditos. En esa reedición casera que hizo de Entre dos ríos, a modo de dentre, anotó: “Cumplir noventa es como llegar a una cima. Desde allí se ve el precipicio, pero también se puede mirar a lo lejos”. Sirven, de deriva, unos versos de “Un río”, el primer poema de ese libro:

Es bueno regresar a su primera imagen,
cuando el agua era nueva, balbuceando el
[ contorno.
¿Quién puede imaginar la soledad, el alba,
la brisa fundadora que animó las fogatas?


POR JUAN L. ORTIZ

JUAN L. ORTIZ Y JUAN JOSE MANAUTA A ORILLAS DEL RIO GUALEGUAY

“Está dicho que Manauta es un poeta con ‘sensibilidad humana’. Yo diría simplemente con sensibilidad. Y que su elegía no está sólo en relación con la soledad del paisaje y con un sentimiento ya más personal, por más abierto e iluminado, de su propia soledad, sino también con el drama silencioso de los desheredados. Pero es una elegía viril y cruzada de esperanza. Entre los poetas jóvenes, él es el único en quien nuestro paisaje transparece en lo que tiene de pobre y de dolorido, aun en su belleza ligera, casi absorta. Verdad que su paisaje es esencialmente el de Gualeguay, pero se le ha revelado en dimensiones que lo trascienden, si bien allí tales dimensiones cobran una gravedad particular.”

Este texto de Juan L. Ortiz, “El paisaje en los últimos poetas entrerrianos”, fue escrito en el año 1948. Está publicado en Obra completa, Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1996.

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