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Domingo, 29 de marzo de 2015
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UN HÉROE FALLADO

En el vasto mundo de la fantasía épica hay vida más allá de Juego de tronos. Entre muchas sagas y ciclos se destaca la Trilogía del Asesino, de Robin Hobb. Creando un mundo mágico accesible y poniendo el acento en la construcción de personajes, los tres volúmenes que se publican ahora en castellano, escritos originalmente en los noventa, condensan el clima anterior al desborde de las más recientes expresiones del género, con un clasicismo equilibrado y un héroe que no acierta a terminar de entender su lugar en el mundo de los asesinos, los conspiradores y la magia.

Por Mariana Enriquez
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El mundo literario de la fantasía épica es tan vasto que resulta casi imposible para el vagamente aficionado –por ejemplo, el lector de apenas El señor de los anillos, Un mago de terramar, de Ursula K. Le Guin y Juego de tronos, de George R. R. Martin– saber cuál puede ser el próximo libro entre algunas joyas ocultas, pero demasiada hojarasca. La Trilogía del Asesino de Robin Hobb, que Plaza y Janés viene publicando desde el año pasado, es un ejemplo de fantasía épica que aborda casi todos los territorios y temas habituales del género, pero se destaca porque lo hace desde un punto de vista diferente, algo lúgubre y en ocasiones exigente. Y sobre todo porque Robin Hobb es una escritora notable, capaz de someter a su protagonista a 600 páginas de caminata y sin embargo retener la atención del lector con su exquisita construcción de personajes, su gusto por la descripción vívida y la capacidad de definir un territorio geográfico y mágico acotado y manejable.

El verdadero nombre de Robin Hobb es Margaret Ogden y ésta no es la primera vez que usa un seudónimo: durante una década –entre 1983 y 1992– firmó como Megan Lindholm. Como Lindholm es sobre todo escritora de ciencia ficción; como Hobb, hace fantasía épica bastante tradicional desde mediados de los ’90, cuando publicó originalmente esta trilogía.

La historia, narrada en su totalidad en primera persona, es clásica: comienza cuando llega al castillo de Torre del Alce un niño llamado Traspié, hijo bastardo del príncipe heredero al trono de los Vatídico, Hidalgo. El chico es entregado al asistente, amigo y caballerizo del príncipe, un hombre duro y buenazo, Burrich. Hidalgo, ante la noticia, abdica y poco después muere. El chico, solo, crece en el castillo entre animales, hasta que su abuelo, el rey Artimañas, decide ponerlo a su servicio. Y el rol que le asigna es el de asesino del rey, el sicario de la corona. Su instructor es un viejo misterioso, Chade, también bastardo de la familia real Vatídico. Así, durante sus dos primeras entregas, Aprendiz de asesino y Asesino real, que se corresponden con la infancia y la adolescencia de Traspié, la saga descansa en tres pilares: el aprendizaje político del joven bastardo, que incluye intrigas palaciegas y alianzas con nobles, sus torpes relaciones afectivas –con su familia, con su novia– y su instrucción en la Habilidad, la magia telepática propia de la familia Vatídico, que se usa especialmente para la guerra. Y el mundo de la Trilogía del Asesino está en guerra: es atacado por los corsarios de la Vela Roja, asesinos sin rostro que, además de matar, “forjan” a los vencidos, los convierten en seres que siguen vivos pero viven como zombies, desesperados por comer y destruir.

Y hay mucho más: Traspié aprende que tiene el don de la Maña, una magia antigua que le permite vincularse con animales; su tío Veraz, ahora el príncipe heredero, es su protector y a la vez el hombre que no duda en ponerlo en peligro cuando lo necesita; su otro tío, Regio, ambiciona el trono hasta la locura y el crimen y ve en Traspié, bastardo pero finalmente en la línea sucesoria, su mayor obstáculo. Las tramas se retuercen, cierran y amplían; por momentos se abren demasiado pero hay algo muy interesante en el personaje de Traspié: es un héroe fallado. Nunca puede desarrollar del todo su capacidad mágica, un poco porque el maestro encargado de enseñarle lo odia, otro poco porque a él mismo le falta seguridad. Es eficiente como asesino pero no es notable y claramente no entiende la faceta conspirativa de la política. Es noble pero se equivoca demasiado seguido y sus equivocaciones provocan catástrofes. No hay arco de redención en Traspié, no acaba como hombre sabio. Sus derrotas y sus heridas le enseñan poco.

Un acierto de la Trilogía del Asesino es la importancia que le da a la violencia. Esta no es una saga donde la tortura, la violación y el crimen son notas al pie: Traspié queda profundamente traumatizado después de su paso por las mazmorras de Regio, donde es torturado. La juglaresa Estornino está marcada por la violación que sufrió y su posterior aborto. La brutalidad de un padre alcohólico es determinante en la personalidad de Molly, la novia plebeya de Traspié. Un desacierto de la saga es que se apoya demasiado en extensos diálogos, largas disquisiciones que van desanudando o enredando la trama y también en luchas mágicas que transcurren en planos paralelos o en la dimensión de la mente: cuando funcionan son apasionantes, cuando no parecen borradores, explicaciones sobrantes, lo que termina en que muchas páginas de la Trilogía del Asesino puedan resultar tediosas. Es uno de los problemas, también, del punto de vista único, el de Traspié: la primera persona en ocasiones resulta insuficiente, excesiva –hay que atravesar todas sus dudas y dilemas– y es imposible no pensar (y comparar) en la multiplicidad de puntos de vista de Juego de tronos, que ayuda tanto al dinamismo de la saga.

Las cosas cambian en el tercer libro, el más largo, La búsqueda del asesino. Para no arruinar la trama a los lectores, no diremos aquí cómo termina Asesino real, en un nudo de trama desesperante y asombroso. La tercera parte sólo puede sufrir después de semejante impacto: Traspié ya no es el mismo, se separa de muchos de sus amigos y deja el castillo y la ciudad real para ir tras su tío en un relato en el camino de más de ochocientas páginas, donde, además, se van sumando sus derrotas personales y afectivas. Si el primer libro era una novela de aprendizaje, el segundo uno de iniciación, política y acción, el tercero es sobre magia y adultez: aparecen, al fin, personajes diversos, sobre todo las mujeres –presentes pero periféricas en los libros anteriores– y el Bufón, que está desde el primer momento pero recién acá se revela como queer aunque no hay que esperar escenas de sexo al estilo de Juego de tronos: el Bufón es frágil, gracioso, algo trágico, un retrato conservador pero consistente con el tono de la saga que no intenta salirse de los parámetros tradicionales del género. Hay que tener en cuenta que la Trilogía no es un libro reciente: los tres tomos fueron publicados hace veinte años, entre 1995 y 1997. La moda de la ultraviolencia y la diversidad –étnica, sexual– recién empezaba a llegar al género, especialmente –una vez más– con Juego de tronos, que empezó a publicarse en 1997.

Compleja, creíble, imperfecta, en una traducción amabilísima, la Trilogía del Asesino es de lo mejor que puede conseguirse en fantasía épica tradicional ahora mismo, con un héroe que el lector quiere proteger, la vieja e infalible fórmula de magia y dragones y un final emocionante, amargo y triunfal al mismo tiempo.

TRILOGIA DEL ASESINO

Robin Hobb


Libro I. Aprendiz de asesino

391 páginas

Plaza y Janés


















Libro II. Asesino real

654 páginas

Plaza y Janés

















Libro III. La búsqueda del asesino

829 páginas

Plaza y Janés
















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