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Domingo, 19 de julio de 2015
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María Teresa Andruetto

LAS VOCES QUE GUÍAN

Continuando la línea narrativa de Lengua madre, la nueva novela de María Teresa Andruetto pone en marcha la indagación más íntima de la memoria colectiva, a través de un conjunto de voces de mujeres que reconstruyen la vida de un hombre para su hija. Los manchados propone un cambio de escenario y de registro para un proyecto literario fluido y consecuente.

Por Damián Huergo
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Los manchados. María Teresa Andruetto Random House 188 páginas

Una de las cualidades que tiene la literatura es subvertir los órdenes dominantes. La escritora María Teresa Andruetto tiene la máxima clavada en la frente con un alfiler, tanto al escribir para adultos como cuando lo hace para chicos y jóvenes (si es que la distinción existe por fuera de las secciones de las librerías). Por eso en su obra, la voz, el cuerpo, el hambre que empuja las historias, suele ser el de una mujer. O el de varias, como es el caso de Los manchados. Su último libro funciona como una síntesis de su larga trayectoria, donde desembocan y se condensan sus universos ficcionales, sus investigaciones y trabajos críticos, varios de los personajes más próximos y, en particular, el polvo de un territorio páramo que sacude las vidas y muertes que lo transitan.

Al igual que en su novela Lengua madre, la mujer que enciende la historia es Julieta, nacida en un sótano argentino –mientras las calles estaban tomadas por la resaca del cotillón mundialista del ’78– y criada en el exilio europeo. En Lengua madre, la joven Julieta vuelve a la Argentina, a Trelew precisamente, a reconstruir su mapa familiar luego de la muerte de Julia, su madre. Apelando a un recurso recurrente de la denominada “narrativa de hijos” –como sucede en las novelas de Ernesto Semán, Laura Alcoba y Patricio Pron, entre otros–, Julieta va enlazando las partes sueltas de su historia íntima con restos discursivos, con las cartas que su madre recibió durante sus años clandestinos y al comienzo de la democracia. Algo similar sucede en Los manchados, en donde Julieta volverá a cruzar el océano para rastrear los pasos de Nicolás, su padre. Esta vez no andará por la Patagonia, sino que golpeará puertas y escuchará voces y testimonios por la otra punta del país, por Tama; territorio ubicado en el noroeste argentino, castigado por cuatro terremotos que continúan sucediendo en el cuerpo de sus habitantes, tal como narró Andruetto en su primera novela, Tama, y que sirve de suelo seco por donde arborescen las familias errantes que protagonizan Los manchados.

Otro de los contrapuntos –que funciona como complemento en diferido– con La lengua madre, es que Julieta no recibirá por escrito las señales de su pasado sino por un coro de voces femeninas que conocieron a su padre, lo alimentaron, lo amaron, lo cobijaron y lo vieron marchar cuidando su secreto. Un secreto curtido de historia en mayúscula, donde se cruzan en un mismo espacio, en la misma tierra yerma de Tama, diferentes temporalidades y sucesos históricos, como el fusilamiento del Chacho Peñaloza (“una muerte que maldijo la tierra”), los asesinatos de José León Suárez, los años de persecución y sangre de la dictadura cívico-militar y, en el presente, la construcción de una memoria que Julieta desanda como a uno de esos recuerdos de la infancia que cargan con el peso y la duda de la inmaterialidad.

Andruetto construye a los personajes femeninos desde la voz, desde los ritmos y las respiraciones del lenguaje oral. Entre pausas y explosiones verbales, las diferentes voces femeninas, le narran a Julieta pistas sobre su padre, o le cuentan acerca de las manchas corporales que sellan su identidad y procedencia o, con distintas variaciones pero que corresponden a un mismo linaje de género, le nombran al pasar los padecimientos propios. Padecimientos que no están vinculados exclusivamente a su condición de mujer, menos de víctimas, sino que se deben a su desventura, a la ausencia de capitales en todas sus versiones, sea cultural, político, social, económico y, por qué no, erótico. En Los manchados, además de los registros orales, aparecen notas de un cuaderno de memorias escrito por Milagro Linares, bisnieta de uno de los fundadores de Tama, Martirio Linares. En sus palabras, “hija de madre soltera en esta tierra donde son madres solteras todas, todos hijos e hijas sin padre conocido, porque aquí, en este desierto, el padre no es más que el nombre de un hombre”. Con una prosa afinada y afilada, Milagros cuenta la historia del pueblo, sus sequías, sus penas y, en particular, con un deleite triste se pronuncia sobre “la alegría de un día”, el Chaja, el carnaval donde el deseo vuelve a estar a disposición de las mujeres.

Andruetto escribe sobre mujeres de cuerpos marcados, sobrevivientes del uso y abuso de hombres como el ingeniero Lorenzo Lilican o el mismo Manchado. Mujeres de todas las edades que no se expresan desde la corrección de la demanda, sino que lo hacen desde un cuerpo que narra luego de atravesar emociones fuertes; un coro de voces orales y escritas que fundan experiencias y arman una memoria estallada.

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