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Domingo, 22 de noviembre de 2015
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LA NOCHE OSCURA DEL ALMA

No deja de ser llamativo que la obra poética de Fernando Sánchez Sorondo se mantenga en una línea de culto o de poca visibilidad, teniendo en cuenta también su historia personal y un paso fulgurante por la narrativa. A propósito de la publicación de su último libro de poemas, Salida al mar, Guillermo Saccomanno reflexiona sobre esta entrega y también sobre su recorrido en la literatura, en nada ajeno al rastro de los poetas religiosos.

Por Guillermo Saccomanno
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Eran los primeros años de la dictadura y trabajábamos en una agencia de publicidad. Fernando ya había publicado algunos libros entre cuentos y poesía. Fue quien me dio el empleo de redactor. Supe que Fernando había sido apadrinado, junto con el más tarde desaparecido Miguel Angel Bustos, por Leopoldo Marechal. También era amigo de Enrique Molina y Alberto Girri. Nos hicimos amigos. Alentó la publicación de mi felizmente olvidado primer y último libro de poemas. En ese tiempo negro las sirenas estremecían la ciudad y nosotros, en la agencia, con una botella de vodka en un cajón del escritorio, empastillados, nos agarrábamos de la literatura. Cero autocompasión si cuento que hubo instantes en que tocamos fondo, que estuvimos del lado oscuro de la luna. Tal vez porque bajo el terror no quedaba otra que el descenso al infierno individual. Más tarde, en los 80, elegimos, cada uno como pudo, su camino de salida. Dejamos la publicidad antes de que ella nos dejara a nosotros. Fernando se orientó en la búsqueda espiritual, sus viajes a la India, y yo, por mi lado, me recluí en el mar y en la escritura. Nos rescatamos y a la vez dejamos de vernos. Sin embargo, aunque no nos encontrábamos, no nos habíamos perdido. Nos seguíamos leyendo. Nuestros libros seguían la conversación. En su poema “La literatura y la vida” Fernando se refiere al “buen dolor”. Y así se llamaría una de mis novelas.

Hace unas semanas, cuando nos reencontramos después de años, nos dimos cuenta de que uno, a pesar de lo que imagina, no cambia demasiado. Nuestra conversación, por ejemplo, seguía siendo la misma, la poesía. Ahora Fernando me pedía que le presentara un libro que, lamentablemente –por una cuestión lumbar– me está impedido. No importa, acá están algunas de las notas que había bosquejado para traer a esta reunión. He preferido reunir estas notas sobre su obra poética antes que limitarme a Salida al mar, el libro que hoy presenta. Hice esta selección. Las hipótesis que aquí insinúo pueden rastrearse en su obra y también ahora en Salida al mar. Son sus constantes.

Estoy convencido de que Fernando es una de las voces más puras de nuestra poesía y no entiendo cómo, una obra coherente que se secuencia en un sinfín de títulos, no ha sido reunida en un volumen de “obra completa”. Es cierto que los poetas religiosos, con la excepción de Marechal y Viel, no alcanzan fácil la obra completa. Pero no creo que sea por su índole metafísica solamente que se produce esta situación. La causa más plausible es que Fernando, como Marechal en sus años de poeta depuesto, como su amigo Viel, como su también amigo Hugo Mujica, otro poeta místico, es una voz apartada de los ghettos. Su relación más profunda, una relación existencial, sostengo, es con la escritura y nada lo distrae de su quehacer. En hora buena.

UNA MISTICA DE LO COTIDIANO

1. La poesía a diario.

Cada libro de poemas de FSS es parte de un diario de vida. Que su forma expresiva sea el verso y no la prosa constituye su rasgo particular. Los volúmenes, a modo de summa existencial, componen un registro de distintos estados del alma, el transcurso del tiempo y sus efectos en un yo que trasciende lo subjetivo y persigue un más allá de la belleza, pero que la incluye. Cada poema se propone un intento de introspección, mirada sorprendida ante la realidad. Con frecuencia el malestar, la angustia, la crítica de lo cotidiano, dan paso a la gratitud: entonces, la mirada es de gratitud. Y es aquí donde el poema, siempre coloquial, adquiere un carácter reconciliatorio con el destino, le encuentra un sentido.

2. Lo religioso.

La palabra es herramienta de búsqueda de una verdad que se esconde en la poesía. Aunque se pueda comprender como absoluto, la creación poética no es más que un medio que el poeta, en su actitud religiosa, emplea para buscar la verdad esencial. Esta verdad esencial puede definirse en un elemento mínimo de lo cotidiano que, al ser nombrado –por la forma de ser nombrado, su articulación en el lenguaje, su ensamble en la realidad– se convierte en pasaporte a otra parte. Nombrar consiste en acceder, desde lo profano, a una relación con la divinidad. De igual modo, el escenario de lo cotidiano es representación divina, el lenguaje es el modo de conectarse con la divinidad y, a la vez, de celebrarla. Me acuerdo de haberlo escuchado a Fernando comentar una idea de Santa Teresa: “Dios anda en los pucheros.”. A la vez, creo entrever por qué Auden, uno de los poetas que Fernando admira, tenía como lectura constitutiva Las obras del amor de Kierkegaard.

3. La oración.

Fernando se levanta a escribir rigurosamente temprano, cuando el día es todavía noche. Su método tiene bastante de la actitud de un monje. El amanecer: momento de la escritura, momento de la oración. Por qué entonces no interpretar el poema como rezo íntimo que se ocupa tanto del amor como de la ausencia, de lo vivencial en todas sus manifestaciones, a medida que el día se vuelve luz y las cosas adquieren contornos y significaciones tan concretas y personales. Aunque las cosas y los actos parezcan por conocidos rutinarios, no lo son nunca. Tampoco las palabras, aunque su lenguaje es sencillo, simple, son las mismas. El poema, como la oración, es siempre personal como lo es, para el creyente, el vínculo con Dios. Su palabra, como la bíblica, es sencilla.

4. Dos consejos de Rilke.

“No escriba a menos que sea necesario”, le aconseja Rilke al joven Kappus. Y también, si se encuentra sin motivación para la escritura: “Vuelva a la infancia”. La poesía de Fernando tiene en cuenta estas dos máximas. La primera puede sonar contradictoria con el comportamiento del hombre que madruga metódico para concentrarse en la escritura. Pero, por qué no comprender este método como una necesidad existencial. El amanecer es el momento no sólo del nombrar sino de la meditación y el recuerdo. Y en esa evocación lo que se trae a la luz es el pasado, remoto o reciente, una toma de distancia de los sucesos de la infancia y también de ayer. Los poemas, de esta forma, no solo conforman una perspectiva de lo vivido, evocación que conforma entonces el poema como fragmento del diario. La memoria de Fernando –desde esta perspectiva– puede leerse en orden desde su primer libro hasta el último. En su obra constan tanto la iniciación, la madurez, la derrota, el descenso y después el ascenso entendido como ascesis. También se debe pensar este ejercicio diario de escritura como la obsesión con que Kafka lleva su diario, sin el cual le resulta imposible sobrellevar sus días.

5. La madre.

Entre los poemas de Fernando que recuerdo hay uno que me quedó grabado. En sus versos la madre muerta vuela en los espejos de los alojamientos vecinos al cementerio de la Recoleta. Mitología personal, pero también cruce de exorcismo del fantasma personal y festejo del erotismo. La poesía de Fernando se mueve a menudo entre dos polos: la muerte, el fin y el amor como gesto de resistencia, canto a la vida. El ejemplo: su poesía amorosa que se desliza con suavidad a lo erótico.

EL OTRO Y LA LITERATURA

Hay otro poema suyo entre mis predilectos –y no sólo porque supo dedicármelo hace años–, se refiere a, y así se llama, “La literatura y la vida”. Allí Fernando alude “al buen dolor”, cuestión de raigambre cristiana, el dolor como aprendizaje. O si se prefiere, el túnel que conduce a la iluminación mística. ¿No habla de esto San Juan de la Cruz cuando se refiere a “la búsqueda de luz en la noche oscura del alma”? El poema cierra: “La literatura y la vida, las dos que, a veces, me asquean por igual”. Confesión y blasfemia a un tiempo, la división entre ficción y realidad, si se quiere, está planteada en la advertencia de Starbuck, el segundo comandante del Pequod, al irascible y poseído Capitán Ahab: “Que Ahab se cuide de Ahab”. Lo que nos remite, en esta antinomia entre arte y vida, a la discordia de los dos Fernandos que, cada tanto, asoma en sus poemas. Así como en un poema anterior Fernando le recomendaba a Fernando separarse de Fernando, acá, en su producción reciente, la tensión se manifiesta: “gano o vengo ganando/ en otros enfrentamientos/ los de Fernando contra Fernando”. Es decir, la visión del yo dividido, el clásico tema del doble, el contemplar la vida y, a la vez, no sólo dudar de la subjetividad, sino de la mirada de esa subjetividad.

ECLESIASTES

Ese otro, a la vez espejo y prójimo, nosotros. Creo que es cuando Fernando se introduce en estos desgarramientos que su poesía alcanza la sospecha proveniente de Eclesiastés: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Y es al ingresar en esta zona donde se advierte la admisión de la propia vanidad –no otra cosa es la evidencia del doppelgänger– surge entonces exasperada, como reclamo, la humildad, eso que hace de su escritura un motivo de reflexión o, si se prefiere, de meditación.

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