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Domingo, 14 de febrero de 2016
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Perfiles > Agustín Fernández Mallo

EL HOMBRE QUE SALIÓ DE LA TARTA

Es físico y poeta. Ultimamente más lo segundo que lo primero. También incursionó en la narrativa. Es español y más específicamente, gallego. Casi ganó el premio Anagrama con un ensayo sobre postpoesía y, defensor de la apropiación en el arte contemporáneo, escribió un libro sobre/con Borges. Tuvo problemas legales con María Kodama. Además inventó el concepto de “nomadismo estético”. Agustín Fernández Mallo es un escritor que sustenta conceptos poco convencionales y al que vale la pena asomarse y leer. Su poesía reunida se está publicando por estos días en España.

Por Violeta Serrano
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No creció viendo dibujitos de Disney. Recuerda, sí, que tras ver Tarzán se le ocurría colgarse de las cortinas de la casa como si fueran lianas. Y lo hacía. Inquieto, hijo menor de cuatro hermanos. único varón. Cuando se hizo grande se licenció en Ciencias Físicas. Asegura, aún hoy, que la mirada de un poeta y la de un científico funcionan de un modo similar al “preguntarse por la naturaleza de las cosas y, a través de diferentes lenguajes, desarrollar respuestas que nunca son definitivas”. El, para dejarlo claro, se considera primero poeta, a pesar de que defiende que la buena poesía es una oferta constante de nuevas preguntas. Quizás entonces no sea tan raro lo que le espetó su padre dándole una palmadita en la espalda el día que volvió a casa y le dijo que había rendido su última materia: “Vale, hijo, ya eres un analfabeto. Ahora de aquí para adelante”. Y el recién estrenado físico obedeció el mandato. Además de continuar su búsqueda artística, por más de una década trabajó investigando sobre la cura contra el cáncer. Su último puesto estaba en el Hospital Son Dureta, de Palma de Mallorca. En todo ese tiempo nunca dejó de escribir. Y, finalmente, dio resultado. Hoy se dedica exclusivamente a esa tarea y acaba de publicar en España su antología poética en Seix Barral: Ya nadie se llamará como yo + poesía reunida (19982012), una obra en la que se plasma una madurez rotunda y en la que se entiende la muerte como una oportunidad y un regalo de quien fallece porque de ese modo es capaz de renacer en uno mismo de otra forma.

Para llegar hasta un libro que maneja una esencia de ese calibre, el camino fue tortuoso, largo y variado: Fernández Mallo es protagonista de un recorrido que abarca desde la pertenencia a una propuesta transversal en la narrativa española llamada ‘Grupo Nocilla’, hasta la conformación de un dúo musical llamado Fridalaponia, pasando por un show junto con el escritor Eloy Fernández Porta e, incluso, un juicio impulsado contra él por María Kodama a razón de su obra El hacedor (de Borges), remake (Alfaguara, 2011). Un generoso periplo en el que nunca olvidó una ley personal: Borges es todo, un autor seminal.

Heredero a ultranza de la teoría expuesta en “Pierre Menard, autor del Quijote”, Agustín Fernández Mallo no es de origen porteño ni mallorquí, sino gallego. Y de los auténticos. Nació en A Coruña en 1967. A los 34 años, Fernández Mallo decidió autoeditar su primera obra titulada Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus. Once años después, Alfaguara la sumó a su catálogo, tal y como venía haciendo con sus textos narrativos desde 2008. Dejaba atrás Candaya, la primera en publicar el inicio de su trilogía Nocilla Dream, con un fantástico éxito de ventas. Por eso, dicen, sobre todo por eso, le tildan de “raro” en el ecosistema literario español. Y, es cierto, un poco extraño resulta en su entorno. Él, por su parte, sigue negando la existencia de la Generación Nocilla, sobre la que se le otorga una paternidad de la que reniega diciendo que aquello fue sólo una etiqueta que acuñó la crítica para clasificar a una serie de autores que, como él, pretenden hacer “una lectura transversal de la sociedad de consumo” donde “la baja cultura y la alta quedan equilibradas [y] No renuncia[n] a cualquier herramienta que es propia del presente para narrar (palabra, dibujo, fotografía, película, cómic, etc).”

¿Y qué narran? Según él nada más allá de la realidad. Pero, ¿cómo entiende un físico ese concepto? Habla de un pacto, tal y como lo es el de la ficción. Y apunta que es justo así como funciona la memoria: con el mecanismo de un recurso que toma de ésta elementos para construir el pasado en el presente. Sobre este tema, de hecho, tratará su próximo ensayo que, según adelanta, trata “de exponer y aventurar cómo la creación no se hace sólo a través de ocurrencias propias sino fundamentalmente con materiales que otros nos han legado y que luego adaptamos, retorcemos, actualizamos, etc. Toda esa trasmisión, que al fin y al cabo es lo que vagamente llamamos ‘inspiración’, cobra otro carácter, un carácter de obra en sí, cuando desde mediados del siglo XX es utilizada de un modo explícito, sin tapujos, sin ocultarlo al lector/espectador, hasta tal punto que el apropiacionismo es hoy una de las ramas importantes en todas las artes. En lo que me centro más es como, en realidad, de lo que nos apropiamos es de la `basura’ que dejaron otros, de las zonas conflictivas de las obras de otros, de sus partes inexplicables o que en su día quedaron en la oscuridad y, en definitiva de lo que podemos llamar los residuos de los demás”.

Desde esta perspectiva es lógico que Fernández Mallo diga que él escribe de forma orgánica, porque no concibe otro modo de hacerlo. Así como también afirma que no piensa en el lector cuando crea, pues lo contrario sería una falta de respeto hacia el mismo. Además, dice que para él “es una necesidad escribir lo más al margen posible del mundo literario”, para que no se vea afectada su independencia creativa.

Como para Mallo la realidad y el mundo son rizomáticos, la poesía también ha de serlo. Con Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma, quedó finalista del Premio Anagrama en 2008. Ahí explica, entre otras cosas, que este arte en España, salvo honrosas excepciones, se ha vuelto peligrosamente inofensivo. Él siempre intentó ponerle remedio con obras que vomitan incomodidad para quien espere expresiones decimonónicas. Siguiendo su propia premisa de miembro de la Generación Nocilla que, se supone, nunca existió, mezcló formatos y lenguajes para publicar libros con títulos tan sugerentes como: Creta Lateral Travelling (2004), Joan Fontaine Odisea (2005), Carne de Píxel (2008) y Antibiótico (2012), único poemario que escribió en el mismo lugar en el que se gestó gran parte de su último trabajo, un pueblo perdido de León, al noroeste de España, donde no hay más que otra persona con la que, asegura, nunca se cruzó: “Al otro habitante del pueblo nunca lo vi, pero sí veía cada mañana sus huellas en la nieve. Una vez me dijo un antropólogo que era un caso extraño y gracioso, pues cuando dos humanos están aislados es común que intenten conocerse, entablar algún contacto, cosa que no ocurrió por ninguna de las dos partes”.

Por si hubiese pocas teorías sobre lo que hace, inventó otro concepto, el de nomadismo estético, que consiste en “crear mapas de tránsito entre diferentes espacios y disciplinas, y con ello suscitar emociones, hacer un realismo que integre la complejidad de lo contemporáneo. Ello pasa por extraer de la tradición todo cuanto te suscite ideas y te resulte valioso para releerlo hoy, y actualizarlo. Son procesos que viajan en todas direcciones”. Y por eso, entonces, rizomas, y por eso, entonces, postpoesía y la explicación de que la portada de su último libro esté integrada por tres círculos concéntricos sobre los que reposan unas letras que se expanden. Al fin y al cabo, será ante todo poeta, pero no puede negar que es físico. Como Sabato, de quien asegura que lo influyó mucho su primer libro, Uno y el universo, pero no así el resto de su obra que, por otro lado, admira y respeta. Hoy, suponemos, Fernández Mallo sigue siendo analfabeto como sentenció su padre, aunque quizás un poco menos, porque nunca dejó de buscar. Para seguirle la pista conviene bucear en la red e indagar en un formato que ya parece antiguo: el blog El hombre que salió de la tarta sigue llevando su firma. Y flota, como la concepción de la identidad que defendió en Limbo (Alfaguara, 2014), su última novela: “no estamos en ninguna parte, estamos vagabundeando. Vivimos en un estado intermedio, de flotación”.

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