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Sábado, 30 de abril de 2016
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Eduardo Blaustein

RETRATO DEL MILITANTE CACHORRO

Periodista y escritor, Eduardo Blaustein aborda en su novela El Pichi o la revolución de los frágiles un tema recurrente en la literatura argentina: la turbulenta conjunción de vida e Historia en los años ’70, pero lo hace a partir de los aspectos más humanos de esa forma de vivir en plena acción, en pura revulsión, abordando tanto el debate acerca del “No matarás” como sometiendo los aspectos autobiográficos a las complejidades de los diversos planos narrativos de una novela que cuenta la iniciación de un joven revolucionario.

Por Sebastián Basualdo
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Se paga un precio muy alto por conocerse a sí mismo; ya lo sabían los antiguos con su Conócete a ti mismo, que no era más que un modo de aceptar las propias limitaciones. Y es justamente ahí donde está la clave de uno de los temas centrales de El Pichi o la revolución de los frágiles, la nueva novela de Eduardo Blaustein, donde narra desde diferentes perspectivas la historia de Pablo, un adolescente que integró como muchos otros, la fila de los “soldados” más jóvenes de la organización Montoneros. “Básicamente quise contraponer el relato heroico de revolución a la idea de fragilidad. Y para eso busqué abordar los ’70 desde un lugar distinto, es decir donde los factores humanos estuvieran por encima del ideológico, sin negarlo naturalmente”, dice el escritor y periodista Eduardo Blaustein. “Mi apuesta más íntima fue reconstruir aquellos años a partir de un interrogante: ¿Por qué fuimos lo que fuimos? O dicho de otra manera, ¿cómo un pibe con sus vulnerabilidades y entusiasmos, sus estupideces y demás cosas propias de su edad, se transforma en un cachorrito de guerrillero? La reconstrucción ficcional se sirve naturalmente de los autoritarismos de todo tipo, ya sean barriales, familiares o políticos, que dan lugar a los códigos, las canciones que sonaban, los libros que circulaban y de ese modo formar el vendaval gigantesco, es decir, un estado de época que nos levantó a todos y nos metió donde nos metió. Pero te repito, lo que yo quería era desmitologizar”.

Pensada en rápidos borradores que iban a parar a un cajón, escrita y corregida durante diez años, El Pichi o la revolución de los frágiles se despliega con la misma arbitrariedad con que funciona la memoria en una tercera persona que, a modo de espiral, deja traslucir una voz intensa, cargada de ironía, humor, momentos de gran intensidad poética y las reflexiones que podría hacer un hombre que, cuarenta años más tarde, se mira en un espejo hecho de palabras para narrarse a sí mismo una historia que no es otra cosa que las cicatrices que conforman su propia vida bajo ese legado sartreano de no perder nada de nuestro tiempo.

Partiendo de la infancia con su universo lúdico y familiar en un típico barrio porteño, el narrador no se limita a lo anecdótico en términos nostálgicos sino a una especie de radiografía espiritual para acercarse todo lo posible a una esencia que será fundamental para entender al Pablo adolescente que años más tarde tendrá que vivir en el exilio. “Sábados y domingos a media mañana, también los días felices de faltar a la escuela por una angina, podía permanecer una hora mirando cómo entraba por la ventana el rayo de luz solar. Lo interesante no era la luz salvo cuando se filtraba en tiras entre las maderas de la persiana, lo interesante eran los microbios. Hasta avanzada edad creyó que eran microbios los que danzaban brillando en el rayo de luz porque incluso cuando le dijeron ‘motas de polvo’, la expresión le pareció poco creíble, ajena y frustrante”. Eduardo Blaustein dice que el pudor surge al reconocer hasta qué punto hay una clara manifestación de lo autobiográfico en la ficción. “De modo que podría plantear que es mi propia mirada, más de treinta años después. Pero sólo en parte, primero porque es una novela y entonces tuve que trabajar un narrador que sirviera como punto de encuentro de otras miradas que no son exactamente las mías”. Y agrega: “Sin mencionar que no soy un hombre que tenga una gran memoria. Trabajé como si lo hiciera a partir de titulares resecos en mis recuerdos, quizá sea parte de mi desviación profesional como periodista. No voy a negar los recuerdos, por supuesto; pero digo que en algún momento de la ficción tuve que distorsionarlos en función de la trama. Hay recuerdos que me dan un poco de miedo porque pueden ser muy dolorosos para ciertas personas que compartieron esas historias. Por ejemplo, el juego de la copa que aparece en la novela. Es terrible. Me sigue fascinando el hecho de todos esos ex Nacional Buenos Aires, chicos cultos, positivistas, en el medio de su desolación invoquen a un desaparecido en el juego de la copa”.

HASTA ACÁ, SOS JUSTO

En medio de la desolación también surge la inocencia y es uno de los grandes hallazgos de la novela. La fragilidad tiene muchas aristas. Y al narrador le basta con una suave pincelada para retratar al adolescente: pensará que zafa de una prueba de matemática en el momento exacto de iniciar su viaje de exilio en Barcelona y después México, lugares donde experimentará todo tipo de angustias y penurias.

La mirada retrospectiva es muy interesante: un narrador que plantea la ino-cencia desde un adolescente. Luego el mismo personaje, cuarenta años más tarde, revela una posición tomada con respecto a la militancia.

–Sí, pero buscando un equilibro que me sigue costando porque esa mirada crítica habría que pensarla como la multiplicación de los diarios del lunes desde la época de la derrota de la experiencia armada. Es fácil hacer una crítica cuarenta años después. A ver, si yo fuera yo y voy por el túnel del tiempo al ’73, no hago lo que hago. Ahora, si yo fuera yo en el ’73 y siguiera siendo yo sin saber cómo sale, hago lo mismo. Para muchos de nosotros era irresistible participar. Pero también estaban aquellos que se sentían mortificados porque no le cerraban los diferentes proyectos políticos. Dudaban y hasta sentían culpa por no poder involucrarse. Creo que la época te sensibilizaba, y no tenía que ver solamente con una cuestión ideológica o intelectual. La cuestión de la sensibilidad tiene muchos costados. Yo trato de plantearlo en la novela más allá de Pablo. Por ejemplo, hay un personaje que es un cura inspirado en un señor catalán que conocí. Hay algo que me conmueve en los curas, y eventualmente en los rabinos, como si yo de ellos esperara todavía alguna verdad sagrada sobre la vida. Te digo esto porque tiene relación con la novela y conmigo. Supongo que necesitaba un referente de justiciero que me dijera: “Hasta acá sos justo”. En ese sentido soy como profundamente religioso siendo ateo. No sé por qué tengo todavía una fascinación por una fundamentación religiosa profunda, ancestral, que tenga que ver con la historia del ser humano. Soy un tipo muy atormentado por ser justo, quizá suene un poco Ernesto Sabato, pero es así. Y a Pablo le ocurre algo parecido, sólo que está en un mal viaje, espantoso. Ahora, paradójicamente, en retrospectiva toda aquella época nos dio un lugar en el mundo. Quiero decir: el famoso fin de la militancia a todos nosotros nos implicó un vacío terrible. La militancia era nuestra vida. Era todo certezas y plenitud mientras duró la primavera camporista y un poco más. Era peñas, amores, alegrías, dar todo por los demás. Cuando termina esa historia donde vos eras pleno y tenías el mundo clarísimo se te hace un agujero en el pecho que es muy difícil de reemplazar.

Se plantea que la literatura tiene la virtud de permitirte vivir las cosas dos veces, tanto para bien como para mal. Y un poco se parece al mecanismo con que funciona la memoria en la novela: la resignificación constante.

–Ocurre todo el tiempo, ya desde el principio con los recuerdos infantiles o de adolescente pero antes de la militancia. La furia que descargábamos, en eso pienso. Por ejemplo, una de las escenas que aparece: la figurita a la marchanta, en la escuela primaria. Los promotores en esa época iban a las escuelas a promocionar, tiraban a la marchanta y se armabas unos quilombos terribles. Un día la directora, que era de lo peor, se cae al piso en medio de todos los chicos y yo me sentí muy feliz. Me refiero a esos pequeños placeres. Venganzas de niño insolente. El placer de descargar la furia contra lo autoritario, lo conservador y lo pacato. Pero si hubiera sido yo y no el personaje, que la está pasando muy mal en el exilio, resignificaría las fiestas, recitales y algunos noviazgos. Volviendo a la novela, Pablo la está pasando muy mal en Barcelona, trata de conseguir trabajo y no lo logra. En un momento hasta se mete a dealer de poca monta. El cura intenta ayudarlo y le consigue trabajo. Vive cambiando constantemente de casa. Vive así durante tres años hasta que vuelve a la contraofensiva. Mi modo de generar una trama de acción y de poder abordar el tema de ‘No Matarás’ era que Pablo volviera al país. Ahora, y digo esto pensando en la resignificación a la que te referías, esa especie de mirada crítica y distante que el personaje tiene ante sus pequeños conductores en Barcelona y en México, no tiene que ver con la realidad porque yo no pretendo para nada reflejar historias reales de quienes hayan vuelto a la contraofensiva.

LA CUESTIÓN DEL LÍMITE

Lo que hace de El Pichi o la revolución de los frágiles una novela original con respecto a la vasta literatura que existe sobre el mismo tema o los alrededores del tema y su época, se encuentra justamente en la cuestión del límite, materializado a partir del planteamiento notablemente logrado que gira en torno al ‘No Matarás’, desde una profundidad ética y filosófica, en el momento exacto en que una misión lo pone a Pablo frente a un dilema que involucra a personas muy cercanas a su entorno familiar. “Un día de estos, casi pasado mañana, Osvaldo, generosamente, convencidamente, le dirá a Pablo que siempre los quiso a ellos, al viejo, a la vieja, a Liliana, a él mismo, por ser buena gente, honestos, idealistas. Y dirá idealistas del modo en que los escribió John Berger, como lo hacen todos los hombres de mundo: con afecto”.

A lo largo de la novela aparecen momentos muy intensos en relación a la experiencia del miedo.

–Si retomáramos esa idea del viaje del tiempo, podríamos pensar en la cantidad de personas que tuvieron miedo cuando había que realizar un determinado operativo. A mi me pasó. Y la lectura que hago es que quizás, sencillamente, era más lúcido o tenía más imaginación que otros compañeros míos y por eso llegué a experimentar esa intensidad del miedo a la que te referís. Un miedo concreto a la muerte y a la tortura. Lo real se trasladaba transparentemente a que estabas en cualquier lugar, esperando a que llegara un camión del ejército o que te levantaran en la calle y vieran tu documento. Había en esa época un sistema preinformático que se llamaba Digicom, miraban tu documento y chequeaban si tenías antecedentes o te estaban buscando o te habían señalado. Todo el tiempo estabas esperando que te vinieran a buscar. Recuerdo que durante una semana en la que volví a dormir en la casa de mis viejos, un día sonó el timbre. Fijate hasta qué punto uno lo esperaba que mi vieja abre la puerta y me grita desde abajo: “¡Eduardo, ya llegaron!”. Estaban buscando a mi hermano mayor.

Hay un encuentro entre la ficción y la realidad y tiene que ver con la dedicatoria a los padres.

El Pichi o la revolución de los frágiles. Eduardo Blaustein Marea 203 páginas

–Mientras escribía la novela, repasaba la cotidianidad de la dictadura, que yo no la viví acá sino en México y en Barcelona, y pensaba pobre mis viejos, que tuvieron que bancarse toda esa mierda de la censura. Qué solos quedaron mis viejos, pensé. Y sobre esto fui adquiriendo cada vez más conciencia y, por sobre todo, un relativo complejo de culpa al respecto. Ahora, ¿qué pensaba mi viejo? No sé, un mar de contradicciones porque teníamos muchas y terribles debido a la discrepancia política, más allá de que él fue un hombre de izquierda. Por supuesto, sentían miedo porque sus hijos arriesgaban la vida. Era muy compleja la convivencia. Mi padre murió en los años ’90, pero la elaboración de todo eso lamentablemente nunca la pudimos hacer. Me queda una profunda sensación de deuda porque nunca pude hablar con mis padres en relación al modo en que ellos vivieron todo aquello. Me hubiera gustado preguntarle, ¿viejo, a vos qué te pasó? ¿Por qué nos fuimos tan peleados? Porque nos seguimos peleando incluso en las primeras dos visitas que nos hicieron en Barcelona. Ahora te estoy hablando de la vida real aunque aparecen algunas cosas en la novela. Por esto y otras cosas más, les dedico la novela a los padres que se quedaron solos.

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