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Domingo, 1 de junio de 2003
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Reseña

Pampillo > Cinco mujeres

Cuatro viajes
y un prostíbulo
Gloria Pampillo

Beatriz Viterbo Editora
Rosario, 2003

por Andi Nachon

Es una bahía en la Patagonia. La bahía encierra una playa. El cielo está gris y muy cubierto. El viento quiere arrancar todo, no puede, y aúlla. Cuatro mujeres frente a cuatro viajes y una quinta que enfrenta un regreso: así la anomalía que plantean los traslados estructura estos cinco relatos de Gloria Pampillo. Cada mujer, un destino y un conflicto que se devela en la pérdida misma del hábito y el sitio conocido.
Así, con una prosa medida, transcurren estas historias íntimamente ligadas a la desmesura. Sin brújula, cada una de ellas clama a su manera por un orden que la contenga, pero esa posibilidad fue perdida mucho antes de cualquier viaje o retorno, y ahora, en la novedad, se presenta como imposible. Algo se ha extraviado para siempre, las conexiones que sostienen lo real de manera confiable, y cada personaje enfrenta el desafío de completarlo nuevamente, para cargar así de sentido el transcurrir. Con habilidad, cada relato exhibe pequeñas tragedias, un vértice que de forma no estruendosa altera el curso de los acontecimientos y a la vez vuelve evidente la inestabilidad de cualquier curso.
“Y ahora, ya no se anima siquiera a asomarse a la ventana. Hay dos amenazas que, si se cumplen, no podrá soportar. Una es que el auto de Luis aún no haya llegado. La otra es que la lluvia continúe y en vez del timbre del portero eléctrico suene el del teléfono y Luis le avise que no harán el viaje.” Sí, con eficacia, lo intolerable se adueña de cada relato y Laura, la Gringa o Julia deben mostrarse capaces de atravesarlo y permanecer enteras, aunque ya no iguales, luego del desafío.
Tal vez el mayor acierto del universo propuesto por Pampillo se encuentre en cierta habilidad para crear climas enrarecidos, ambientes que de un insoportable cotidiano pasan al terreno del horror o lo fantástico en apenas un desliz que marca la violencia inexplicable detrás de escenarios reconocibles. Todo itinerario resulta de por sí amenazante, no sólo por el viaje mismo, sino porque pone en evidencia una falta de conectores entre situaciones para las que los personajes no pueden hallar justificación. Así, el instante donde en “La Gringa” la mujer pasa de dibujar el cuerpo desnudo de su cliente-amante, a ser víctima de una golpiza atroz. O en “Besarse la boca”, el momento en el que los celos hacen que la pareja de Julia sea capaz de golpearla y humillarla.
En el sistema planteado por Cuatro viajes y un prostíbulo, las mujeres surcan estos traslados en una búsqueda impenitente, aunque sin instancias de conciliación. El espacio de lo mítico, presente en forma de linaje femenino o a través de símbolos y arquetipos como en “Tejuelas”, tampoco ofrece reparaciones posibles.
Sin embargo sí habría esas posibles alianzas entre mujeres, el resquicio del cuchicheo no necesariamente pacífico aunque sí claramente entre iguales: así sucede tanto para la Gringa en el prostíbulo como en el caso de la profesora y sus dos alumnos ante la mesa de examen.
Por eso, con estos viajes sin destino fijo y con un retorno a la casa de citas que no podrá ser ya un hogar, Pampillo nos entrega terrenos de catástrofe, no menores, aunque evidentes zonas que estas miradas femeninas deberán resignificar o, al menos, replantearse –y replantearnos– para decidir cómo continuar en viaje a pesar de la ausencia de un sentido totalizador. Entonces sí gana toda su intensidad esa consigna: “El desierto es un buen lugar para el corazón”.

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