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Domingo, 21 de septiembre de 2003
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Elogio de lo mestizo

Durante un mes, San Pablo fue la sede de un Festival de las Artes que reivindicó la latinidad como alternativa cultural a la modernidad del neoliberalismo.

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por Daniel Molina, desde San Pablo

San Pablo se parece a la Shan-ghai que habita en el cine y en las revistas de arquitectura: edificios altísimos de todas las épocas y estilos, siempre grandiosos, como si fueran fruto de una alucinación. Es una ciudad gigantesca, que nadie puede abarcar mentalmente en conjunto, con autopistas que la cruzan en todas las direcciones. Es también la Shanghai de los Supersónicos: los ricos viajando en helicópteros, de helipuerto en helipuerto (no se sabe cuántos hay, pero los helipuertos parecen ser miles, y cada día surgen otros nuevos, en la cima de cada edificio). San Pablo es más un país que una ciudad. Los taxistas dicen con orgullo: “Aquí vive más gente que en todo Portugal”.
Semejante conglomerado humano es además una especie de confederación de culturas y nacionalidades, pero los paulistas –no importa el origen cultural del que provengan– se sienten profundamente latinoamericanos. Una de las capitales de la latinidad dispersa por el planeta: una identidad cada vez más gigantesca y también más amorfa. ¿Qué significa hoy ser latino? O mejor dicho: ¿es posible seguir hablando de una latinidad o es necesario pensar en diversas latinidades?

Manifiestos
Impulsado por estas cuestiones, desde mediados de agosto y hasta el domingo pasado se desarrolló un Festival de las Artes organizado por el Servicio Social de Comercio (Sesc) de San Pablo –la institución de promoción cultural más rica de Brasil–: su presupuesto local más que duplica el presupuesto nacional del Ministerio de Cultura, que dirige Gilberto Gil. En la Mostra Sesc de las Artes participaron 140 grupos artísticos de 22 países: teatro, cine, video, artes visuales, cultura digital, música, literatura y debates intelectuales se desarrollaron en las muchísimas sedes que tiene el Sesc en la ciudad de San Pablo y en 80 ciudades del interior del Estado.
En el centro cultural de Vila Mariana del Sesc (un edificio como el complejo San Martín de Buenos Aires, pero más moderno, y con pileta de natación gigante, más una buena biblioteca pública, más salas con decenas de máquinas conectadas a Internet y abiertas a todo el mundo de manera gratuita, más muchas cosas más) se desarrolló la principal actividad intelectual de la Mostra: el ciclo Manifestos, producido y coordinado por el argentino Jorge Schwartz, crítico y profesor de literatura argentina en la Universidad de San Pablo.
Enmarcados por una cuidada muestra –también curada por Schwartz– de publicaciones y manifiestos de las vanguardias artísticas latinoamericanas (en la que se podía ver reproducciones de alta calidad de las más significativas publicaciones literarias y artísticas del siglo XX) se desarrollaron las mesas de debates que pusieron en discusión el tema de las modernidades latinoamericanas y que discutieron el papel y los alcances de las rupturas en la cultura continental.
El martes 26 de agosto hablaron en la mesa inaugural (“Modernidades latinoamericanas”) Ivo Mesquita –quien fue director del Museo de Arte Moderno de San Pablo hasta el año pasado– y Rodrigo Naves –uno de los críticos de arte más brillantes de Brasil–. Al día siguiente se desarrolló una mesa convocada a debatir “Vanguardias y Manifiestos: ¿Para qué?”. En ella participaron Patricia Artundo (quien dirige el archivo y la biblioteca del Museo Xul Solar y ha curado una muestra sobre Berta Singerman en el Museo Lasar Segall de San Pablo), el propio Schwartz (reconocido especialista en el tema, su libro Las vanguardias latinoamericanas es un clásico sobre el tema) y Carlos Augusto Calil, director del Centro Cultural San Pablo y profesor universitario, documentalista y ensayista. El jueves 28 el tema convocante del ciclo fue “Brasil pos-todo: tropicalismo, marginalismo y otros ismos” y contó también con tres participantes de lujo: el poeta, narrador y ensayista Glauco Mattoso (traductor de la poesía de Borges al portugués); Samuel León, editor de Iluminuras –una exquisita editorial paulista que ha difundido allí la obra de varios de los escritores argentinos contemporáneos–, y Eduardo Escorel, de larga trayectoria en el cine brasileño (participó como montajista en varios films históricos, como Terra en transe y Macunaíma; además de dirigir varios proyectos propios).
El viernes 29 el eje del debate fueron las artes visuales y participaron la conocida crítica Aracy Amaral (quien coordinó la mesa, expuso, preguntó y cuestionó); Ticio Escobar, director del Museo del Barro de Asunción, Paraguay; Numo Ramos, artista y escritor brasileño, que participó tres veces en la Bienal de San Pablo y una en Venecia, y José Avellar, crítico de cine, especialista en cine latinoamericano (especialmente argentino).
Con puntos de vista muy diferentes en general (y, a veces, en algunas cuestiones muy puntuales, casi antagónicos), sin embargo todos los panelistas concordamos en que lo que caracteriza hoy a la cultura latinoamericana es la mezcla, la indefinición de fronteras, la problematización de la identidad.
El espíritu que alentó este ciclo de debates en San Pablo podría sintetizarse en la necesidad de pensar las latinidades en un continuum que viene de Roma y llega a nuestra América desde todos los rincones del mundo para hacer de nosotros unos mestizos del alma, mulatos culturales, con el corazón remixado. Chino de Buenos Aires mezclado con japonés paulista, un toque de yoruba bahiano y algo de quechua, italiano y libanés.
¿Quién quiere ser puro? Ese es el sueño derrotado del ario. No es nuestro deseo. Uno se sueña imperial, porque los imperios son impuros, integradores. En Roma convivían más de 500 religiones antes de que el cristianismo triunfara y las prohibiera a todas. El cristianismo se proclamaba la verdad única. Pero uno no quiere la verdad, quiere la impureza, la complejidad, la vida. Quiere la belleza.

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