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Domingo, 4 de enero de 2004
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Encuentros

La última ola

Los poetas “casi jóvenes” reunidos al comienzo del verano en Mar del Plata permitieron, con sus lecturas y su práctica vital, interrogar una zona de la literatura argentina que no deja de sorprender por su dinamismo y su capacidad para sobreponerse a cada crisis.

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Por Florencia Abbate

Generosa aún en su larga decadencia, “La feliz” lo alberga todo: rancias estrellas del teatro de revista, apostadores errantes, ilusionados cineastas y, ahora, poetas. Dos días enteros duró el encuentro organizado por Dársena 3 (Ana Porrúa, Valeria Ali, Bárbara Gasalla) y el Grupo Vox de Bahía Blanca (Marcelo Díaz, Marina Yuszczuk, Mario Ortiz, entre otros). Bajo el título “La última ola: poesía argentina reciente”, casi tres decenas de autores casi jóvenes fueron convocados a reunirse el 28 de noviembre en el bar marplatense El ciudadano. Ninguna institución daba su apoyo, de modo que cada quien tenía que arreglárselas para solventar su excursión (como dando el ejemplo, los bahienses resolvieron las suyas con un pozo común recaudado en base a fiestas).
Todos arribaron a la cita bastante más tarde de hora prevista. Muchos con el cabello arenoso, pues apenas pisaron la ciudad habían sucumbido a los aires de la costa, y estos vates no son tan profesionales como para ignorar que la vida debe ser más que una lucha contra el tiempo, y que no hay por qué sacrificar en los altares de la disciplina la importancia de la propia existencia.
Las mesas de lectura se sucedían con saludable rapidez (“Nadie quiere nada largo y deprimente”, dijo un invitado mientras otro elogiaba una audaz y notable remake de la pieza dariana “El coloquio de los centauros”, a cargo de Mabel Gondin). El humor fue sin dudas un rasgo reconocible en todas y cada una de las mesas. Ya sea a través de una ríspida acidez como forma de crítica social, o bien mediante la política de la ironía falsamente ingenua, la mayoría de los textos recitados elegían la risa por sobre cualquier solemnidad. Durante los intervalos, los participantes charlaban junto al mostrador/ feria de publicaciones –superpoblado por una multitud de sellos independientes–, y no era raro que alguno estirara la mano y sustrajera sin más un ejemplar al tiempo que decía “Te regalo mi libro”. Alrededor de cincuenta personas “foráneas” asistieron a escuchar cada tanda de lecturas; curiosamente, más con una natural actitud de parentesco y empatía que con gesto de “He caído en un círculo cerrado donde se habla en verso”. No obstante, la llegada de Fernanda Laguna sobre el crepúsculo del segundo día –peluca mugrienta, vestuario amarillo, cara de estar en otra parte– parecía proponer en clave bufa que de todas maneras la figura del poeta es aún caricatura y misterio.
El público se incrementó en las nocturnas mesas de debate, “Poesía y política” y “Poesía argentina de los noventa”, que contaron con la presencia de dos invitados especiales, Daniel Samoilovich y Arturo Carrera (ver aparte su intervención). En ellas se reflexionó acerca de un fenómeno que había sido más analizado por la crítica que por sus propios actores: los poetas como activistas de un movimiento espontáneo y heterogéneo que, consciente de sí o no, se orientó a crear y propagar espacios de autogestión, apertura, intercambio (editoriales, revistas, bares, páginas web, ciclos, etc.). Dispuestos a dar cabida a los impulsos más dispares –sin miedo a que ese pluralismo optimista le hiciera perder a la poesía su contornos–, en los últimos años los poetas desplegaron una serie de prácticas tendientes a recuperar cierta vitalidad, un activo entusiasmo que escaseaba en el lúgubre acontecer del campo intelectual y artístico del menemismo y lo que le siguió hasta el final del 2001.
Ante el abandono estatal de la cultura (y un clima de aburrimiento, eficiencia, encierro, sálvese quien pueda), hubo más interés en restituir una alegre autonomía que en alcanzar esa belleza que se sienta en la más alta de las sillas de la iglesia donde los directores de arte se congregan a elegir las cosas para la inmortalidad.
En tal sentido, quizá no haya ciudad mejor que Mar del Plata para un evento así: si bien la poesía ya no es, como quería Martí, la levadura de los pueblos, conserva el encanto raro de lo que ha sido excelso alguna vez y supo ser, al igual que “La feliz”, generosa en su decadencia. Esta reunión fue un balance de ese proceso. Y a la vez el comienzo de una interrogación sobre el futuro: si la “poesía joven” cesa de ocupar unlugar entre las “últimas tendencias”, la fruta se acaba en la cáscara? ¿Qué de perdurable deja detrás y qué pueden los autores seguir dando?

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