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Domingo, 25 de enero de 2004
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Hacia la Gran Biblioteca Virtual

La selva amazonica

La librería virtual Amazon.com se propone ahora digitalizar todos los volúmenes que oferta, con lo cual amenaza convertirse en la más grande biblioteca de consulta de todos los tiempos.

Por Rodrigo Fresán
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La noticia y la información aparece claramente comentada en la última edición de Wired –la respetada revista presente/ futurística (ese nuevo gran tiempo en el que todos vivimos desde hace un tiempito)–, pero cualquier usuario o voyeur del site de la librería virtual Amazon ya ha tenido muestras gratis del asunto en cuestión.
Sí, el Citizen Jeff Bezos y los suyos se han propuesto escanear in toto y subir a la red todos los libros que ofrecen a la venta. El motor y la inspiración detrás de semejante empresa es, claro, comercial (te ofrecen capítulos selectos para engancharte y vender el libro). Pero lo cierto es que este emprendimiento inaugurado en el verano de 2003 ya supera, con 120.000 volúmenes ya procesados, lo acumulado por todos los otros existentes y de mayor antigüedad, como el Project Gutenberg, el Million Book Project y The Rosetta Project, entre otros. El objetivo de Amazon es procesar todo su catálogo y competir –a la hora de la consulta– con gente como Google, Yahoo! y eBay (que se nutren de los mensajes publicitarios de todo aquello que buscan y encuentran).
Lo que –una vez más– vuelve a poner en discusión el ya tan clásico y novedoso dilema. Está claro que estos movimientos atentan contra la figura del libro tal y como la conocemos. Y está claro también que los lectores curtidos no quieren que el libro cambie. Algunos han denunciado el asunto –la digitalización de la materia impresa– como si se tratara de un nuevo y monstruoso holocausto; y ahí está ese furibundo alegato del escritor Nicholson Baker titulado Double Fold (2002), ya comentado en su momento en las páginas de este suplemento. El libro es, sí, un objeto romántico. Y, como todo lo romántico, es problemático. Basta con invocar una sola palabra para expermientar el horror pasado, presente y futuro de este romanticismo: mudanza.

MARCA REGISTRADA
La idea de Amazon, en principio, era que los usuarios pudiesen consultar sólo los títulos de los libros que alguna vez habían comprado (lo cual, admitámoslo, era un poco difícil de comprobar e implicaba cuestiones como que el cliente enviara a Amazon fotos de su biblioteca); pero Bezos decidió jugar a lo grande, a lo generoso: todo para todos y potenciar la oferta con seducciones como la búsqueda avanzada en la que basta con poner un nombre de persona, lugar, producto, o lo que sea, para que se nos ofrezca lista de ficciones y no-ficciones donde -para orgasmo de académicos y de adictos a la manía referencial y a no tan libre asociación de ideas– aparece mencionado el párrafo en cuestión. Y, sí, el gran conflicto legal a superar aquí era cómo manejar el tema de los miles de copyrights. La solución de Amazon fue sencilla: el banco de datos no se publicita como ente comercial sino como benéfica biblioteca. Se busca, se encuentra, se pueden consultar varias páginas para adelante y para atrás; pero en ningún caso se puede leer el libro al completo o bajarlo a la computadora doméstica. Resultado: el viejo y eficiente truco de te doy a probar un bocado especulando con que te va a gustar y vas a querer comerte la torta entera. Y, humanos somos, el truco suele funcionar. La idea es, dicen, “contribuir a que los usuarios encuentren un libro –no funcionar como una fuente indiscriminada y gratuita de información– y ayudar a los autores y editores a que ese libro se venda más”. Y, sí, la gran paradoja: todos y cada uno de esos individuos que sucumben a la tentación o a la gracia lo que en realidad quieren es, después de tanto teclear, sostener en sus manos el premio de un libro.

A ESCANEAR QUE SE ACABA EL MUNDO
Y lo más interesante de todo: con proyectos como el de Amazon, los libros no desaparecerán. Al no ocupar espacio, con el correr de los años y de las páginas, el espíritu virtualizado de todo papel será preservado y posible de ser invocado por el medium de turno. Mucho mejor y más útil que el fracasado e-book despuésde sus correspondientes quince minutos de fama. Este es el principal argumento que esgrimen los cibernéticos contra los guardianes del fondo y de la forma y que -.más temprano que tarde-. acabarán justificando la maniobra porque así, libros que ya no resultan provechosos para editores o bibliotecas podrán ser solicitados a la carte y con formato tangible por precios que no superan un dólar. Con lo que aquella idea del out of print o el fuera de catálogo o el agotado pasa a formar parte de un tiempo irrecuperable, porque, de pronto, todo se recupera. Tiene su gracia, tiene su encanto, sí, romántico: un viejo libro muere y se convierte en electricidad del limbo on-line que, si así se lo requiere, vuelve a reencarnarse en una nueva versión en papel de aquel viejo libro.
Y otra paradoja: en estos tiempos donde la mayoría de los libros se escriben en computadoras y se imprimen a través de maquinarias digitales, el escaneo se realiza a partir del libro terminado. Es decir: del viejo y querido y unplugged objeto físico. Los sistemas más comunes –según explica Wired– son tres:
a) Se guillotina el libro a la altura del lomo, las páginas quedan sueltas, y se las van introduciendo en un escáner de alimentación automática (máquina que cuesta unos U$S 25.000 y que despacha unas noventa páginas blanco y negro por minuto). El problema, sí, es que el sistema no sirve para libros raros o antiguos o valiosos. Nadie quiere guillotinar sus primeras ediciones.
b) Comprarse un robot que se dedique a pasar páginas. El año pasado la compañía Kirtas Technologies presentó en sociedad un escáner con brazo incorporado capaz de pasar 1200 páginas por hora. El único y más que atendible problema es el precio de seis cifras.
c) Por supuesto, la opción más elegida y literalmente popular: enviar contundentes cargamentos de libros a lugares como India, China o Filipinas y poner a hojear a la fuerza de trabajo local. Casi todos los programas de digitalización de libros –incluyendo el de Amazon– se han decidido por este método porque basta y sobra con un escáner barato y una persona todavía más barata que el escáner que se haga cargo de dar vuelta las páginas, los capítulos, los tomos a cuarenta centavos de dólar por hora, y los gobiernos locales están encantados porque lo consideran un apoyo a sus respectivas economías.
Y todos –menos Nicholson Baker– felices.

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