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Domingo, 1 de febrero de 2004
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Viaje al centro de la tierra

Lascaux o el origen del arte
Georges Bataille

trad. y notas Axel Gasquet
Alción
Córdoba, 2003
144 págs.

Por Ariel Schettini
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En 1940 un grupo muchachos que se divertían en el campo decidió hurgar en el pozo que había dejado al descubierto un árbol derribado por la tormenta. Encontraron las pinturas rupestres mejor preservadas de las que se tiene conocimiento. Durante muchos años esas obras fueron objeto de debate sobre la época y las condiciones de su producción y hasta de la veracidad histórica de tales murales.
Muchos analistas y paleontólogos e historiadores lanzaron sus hipótesis. Bataille, quince años después del descubrimiento, las convocó para escribir una hipótesis sobre el arte en general.
El libro que finalmente escribió es tanto un jalón en la etnografía de la prehistoria como en la obra del mismo Bataille. Allí pone a prueba y desarrolla algunas de las teorías que después conformarán el núcleo fundamental de su universo en sus obras mayores: El erotismo o Las lágrimas de Eros. De más está decir que su estudio de las obras realizadas en esas cavernas viene a alimentar sus inquietudes perfectamente.
Para Bataille no se trata de unas obras de arte en la Edad del Reno, del período en el que el hombre apenas se despega de su antecesor de Cromagnon, sino del origen mismo del arte y del lugar que el arte tiene en las sociedades primitivas. Por eso el recorrido que hace por las pinturas involucra sus temas privilegiados: la relación entre el mundo del arte y el del trabajo en general; la necesidad de una comunidad de reproducir, contar y representar sus modos de producción. Hay que recordar que las “escenas” figuradas en las paredes relatan siempre una cacería, la muerte accidental o vengativa de un hombre por un animal salvaje, los hombres persiguiendo caballos y bestias.
Pero también son un problema para Bataille en otro sentido; en su propuesta técnica, en la necesidad del hombre de lidiar con una pared en la que se va a definir su paso por el mundo. La rugosidad de la pared y sus irregularidades, entonces, son el material de una reflexión sobre la mirada siempre sesgada, siempre parcial y siempre “subjetiva” que se pone en la obra de arte cuya naturaleza es, justamente, la de reflejar no sólo la escena de la producción social sino la de la producción artística: quien trabajó la piedra y la hizo hablar de ese modo también tuvo que manejarse con una luz que proyecta sombras, matices y que permite escuchar a la naturaleza de los materiales (la piedra, la pintura, el color) y lo que el diálogo con el artista les permite decir.
Y de lo que hablan es siempre de una multiplicidad de miradas posibles. Por eso, a la hora de describir las obras y elaborar un cuerpo crítico sobre ellas, para el autor es fundamental tomar en cuenta la mirada de otros críticos y otros paleontólogos que lo precedieron en la curiosidad por la “prehistoria”.
Finalmente el libro, que aparece en su primera edición en español, tiene otra belleza. La posibilidad de leer al autor de las teorías más revulsivas y provocadoras de los últimos años, llevando a práctica muchas de sus afirmaciones teóricas con el cuidado de quien se interna en un terreno pantanoso. ¿En qué medida se puede decir que eso que ocurrió en Lascaux haya sido arte cuando sabemos que la condición misma del arte es su articulación con muchas otras prácticas sociales?
Bataille no deja de percibir que en las cavernas no se trata solamente de arte. Seguramente las pinturas han tenido algún tipo de intención religiosa, alguna relación con la magia y con las fuerzas inconmensurables de un hombre que grita desde las paredes acerca de su fragilidad, de sus terrores y de una naturaleza que se presenta incesantemente como una amenaza y un desafío.
Escrito en 1955, apenas dos años antes de su obra mayor, El erotismo, Lascaux no cesa de ser un pequeño compendio de ese nudo que Bataille supo atar como ninguno entre los poderes misteriosos del arte, los secretos inconfesables de la producción social y las vueltas “estéticas” de las prácticas religiosas o los arrebatos místicos. Desde esa reflexión, Bataille nos describe la discusión acerca del poder que hay en las obras (el hombre dominando a la naturaleza) y se detiene extensamente en la relación entre el cazador y la presa para hablarnos de la hipocresía del ocultamiento y la exhibición que los une, del azar que los ata de modo fatal, de la lucha que provoca que en un instante las fuerzas se midan, se crucen, y finalmente se desaten como en una crisis conyugal o, para quienes conocen la obra del autor, como en un rito de liberación de las fuerzas instintivas del sexo.

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