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Domingo, 22 de febrero de 2004
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tsé-tsé y la revolución cubana

Por Patricio Lennard
tsé-tsé, Nº 13 (Buenos Aires, octubre de 2003)

Lejos de cualquier superstición, el número 13 de la revista tsé-tsé propone a sus lectores, una vez más, la experiencia de la poesía como eficaz amuleto. El recorrido comienza con una exploración del campo literario cubano en los años ’90, a través de las voces que constituyen la primera camada de escritores y poetas nacidos en los albores de la Revolución Cubana, y que a partir de 1996 se congregaron alrededor de la revista Diáspora(s). Críticos del régimen político, detractores de la “literatura nacionalista” producida en Cuba, y especialmente preocupados por reflexionar acerca de las formas totalitarias del Estado, los integrantes de Diáspora(s) pueden ser vistos como el grupo de escritores más organizado en el ámbito literario cubano desde Orígenes, la mítica publicación fundada en 1944 por Lezama Lima, que aglutinó a gran parte de la intelectualidad de su época.
Además de la transcripción de varios de los artículos que se publicaron en la revista –entre los que sobresalen un excelente texto sobre el fascismo de Rogelio Saunders, y uno de Carlos A. Aguilera en que analiza el impacto de Virgilio Piñera y Severo Sarduy en la literatura de la isla–, se reponen también parte de las traducciones que en sus páginas vieron la luz, de las que los poemas de Denis Roche son un ejemplo particularmente bello. El apartado dedicado a Diáspora(s) concluye con una antología de textos poéticos de los más destacados miembros de la revista. Jerome Rothenberg, poeta norteamericano, traductor, pionero del multiculturalismo en su rescate de la poesía indígena y del chamanismo en la década del ’60, autor de compilaciones de poesía que lo convierten en uno de los más grandes antólogos contemporáneos, y sobre todo, vanguardista en un sentido lato, es el otro protagonista de este número de tsé-tsé. En versiones de Mercedes Roffé, los poemas de Rothenberg son uno de los platos fuertes de la revista, junto a algunos artículos en que desarrolla sus ideas sobre la etnopoética y la poesía experimental, siempre desde la perspectiva que se sintetiza en una de sus frases más célebres: “primitivo significa complejo”. Es en los ensayos de quien alguna vez propuso que en las escuelas de Estados Unidos se sustituyese el estudio de Homero por el del Popol Vuh, donde es posible leer una de las cartografías más lúcidas de la poesía norteamericana de la segunda mitad del siglo XX.
El tríptico que forma lo más destacado del sumario se completa con Juan Ojeda, “un nombre marginal pero central de la poesía peruana”, según se dice en uno de los textos a él dedicados. Autor de tan sólo dos obras éditas –Ardiente sombra (1963) y Elogio de los navegantes (1966)–, Ojeda se revela, a través de sus textos, como el artífice de un lirismo sombrío de ribetes existencialistas. Con más poemas y una entrevista al artista cubano Carlos M. Luis se cierra esta edición de tsé-tsé. Recomendable es, entonces, que los lectores se acerquen a sus páginas como las moscas inquietas a la miel.

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