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Domingo, 3 de diciembre de 2006
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Libros de mucho(s) peso(s)

Una excursión a los indios futboleros

Por Juan Sasturain
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El libro no está foliado, no se lo permiten el diseño y el espíritu. Es un ladrillo pesado –arrojadizo y con filo en los bordes– de papel ilustración de gramaje considerable y tapa dura, que en manos irresponsables puede hacer estragos desde el tablón. Es un ladrillo paquete, a la vez, nada de barbarie en el diseño y el (digamos) packaging: Gastón Silberman –fotógrafo (con Luis Abadi) y autor de los textos bilingües que acompañan– es glamoroso a su pesar, acaso y sobre todo porque abre el paraguas desde el inicio al respecto. El/los autores vienen de afuera. Invitación al sentimiento, a la contemplación al menos del sentimiento más crudo, Colores en la piel - (Del Nuevo Extremo), que pareciera haber comenzado como un registro del tatoo futbolero y luego se hubiera expandido, es una excursión sincera de una cámara ajena y curiosa, nunca irónica, al país de los gronchos, de los viejos, de los buscavidas, de los enfermos, de los deformes monstruos domingueros de la ceremonia y la pasión del fútbol y alrededores. Son fotos fijas, congeladas, del paseo habitual de la cámara –digamos– de Fútbol de Primera en los alrededores del acontecimiento ritual del fin de semana. Fútbol encarnado en gente y pasión, tomado sin distancia.

Pero no sólo. La estilización de este tipo de libros de fotos costumbristas suele llevar por selección al amaneramiento. No es el caso. Aunque alevosamente for export, no hay en el botín recogido tras dos años de aventuras furtivas en los alrededores del estadio y los aledaños del partido –no hay jugadores, no hay juego, no hay pelota– nada asimilable a una tarjeta postal. Y tampoco morbo fácil, “testimonio” equívoco, el registro de la violencia aparatosa. Es fiesta, fiesta ajena, se intuye, pero fiesta al fin.

El tono de los textos que presentan cada secuencia –pieles tatuadas, paredes marcadas, alrededores contaminados, laburantes del rito, hinchas, folklore...– es didáctico, alevosamente autorreferencial de intenciones e ideología, pueril de gestos, casi un ejercicio práctico con pautas de programa acotado contra los desbordes del amarillismo y la ironía. El resultado, que es lo que importa, supera incluso las necesidades de ese discurso correcto.

Parecía difícil hacer algo así, con tanto que hay. Un libro de imágenes con olores y humo de chorizos, gritos de cocacoleros, humedades y salpicaduras de meo, sonrisas desdentadas, panzas partidarias, pinturas descascaradas, alegorías berretas, carnets y canas orgullosas, tatuajes patéticos y conmovedores. Un civilizado libro bárbaro.

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