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Domingo, 23 de enero de 2005
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Odio a la opresión, temor al oprimido

A los 72 años, V.S. Naipaul anunció que la recién aparecida Magic Seed es su última novela. El terrorismo y el fin del multiculturalismo son los dos ejes más visibles en esta despedida del prolífico autor.

Por Sergio Di Nucci
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Es, según sus palabras, la última novela que escribe. Y por el énfasis con que lo dijo, y lo que siguió al anuncio (se puso a rumiar acerca de la obsolescencia de la novela en un mundo dominado por el imperio de la imagen, etcétera, etcétera), no habría por qué desconfiar. A los 72 años, V(idiadhar) S(urajprasad) Naipaul dijo basta. Y su novela Magic Seed (Alfred Knopf, 2004) viene a ser el punto de llegada, algo así como una coronación, en el terreno de la ficción, de este vehemente autor que ha publicado 28 obras de las cuales la mitad son ficciones.
Como en su anterior Half a Life (2002), Magic Seed es por momentos una autobiografía animada por Willie Somerset Chandran, el protagonista cándido que recuerda a aquel otro de Voltaire en un mundo apenas un poco menos religioso y fundamentalista. Y aunque las transformaciones morales y políticas de Willie no son menos dramáticas, el happy ending es definitorio: Willie retornará por fin a Londres. Anteriormente había huido de su familia brahmánica y de su país. Ahora, a los 40 años, se une a un movimiento indio, viaja a la India, lee los discursos de Mao, los libros de Lenin, pero es enviado a prisión durante varios años. Al rescate vendrá la instigadora de la novela, Sarojini, su propia hermana, que con pruebas convence a todos de que él “es apenas un escritor”, que no tiene nada que ver con política.
Magic Seed es, desde las primeras páginas, una novela que no deja de remitir a dos escenarios políticos: el del post-11 de septiembre e incidentalmente el del adiós que le dio Europa en el 2004 al multiculturalismo. Esto último vuelve más urgente a Magic Seed, luego de que en Holanda, el laboratorio europeo más avanzado del multiculturalismo, ocurrieran los asesinatos de Pim Fortuyn y Theo van Gogh (y donde derecha e izquierda coinciden en que la “tolerancia” multiculturalista reprodujo el sistema colonial del apartheid en el interior de la patria de la libertad). En la novela retornan –por momentos en un tono crepuscular– los temas ensayísticos del escritor: el exilio, los dilemas de la identidad, la precariedad de la civilización. ¿Y quién más autorizado que Naipaul para hablar de estas cosas? El Nobel 2001, el polemista que aspira al más incorrecto de lengua inglesa, nació en Trinidad cuando ésta era todavía una colonia inglesa, es de origen indio y provino de una familia brahmánica trasladada a las Antillas. Por cultura y por tradición, sus personajes han sido muy distintos entre sí, y sin embargo desplegaron una pareja capacidad para contradecir la imagen estereotipada del país en que su autor los hizo nacer. India, Inglaterra, África y el Caribe son los escenarios predilectos de Naipaul, de los cuales no ofrece nunca idealizaciones románticas (aunque Londres es a menudo el fin de la pesadilla, para aflicción, en la Argentina, del lector de Jauretche). El escritor que consigna los dilemas de la descolonización, pero que no habla de “terrorismo internacional” sino de “terrorismo islámico”, exhorta a sus lectores a “odiar la opresión, pero temer a los oprimidos”. Y si no, vean qué le sucede al pobre Willie Chandran. Palabra de Naipaul.

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