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Domingo, 16 de noviembre de 2003
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El extranjero > Charles Baxter

SAUL AND PATSY
Charles Baxter
Pantheon, 2003
317 páginas, U$S 24

Dentro del paisaje de la literatura norteamericana, Charles Baxter (1947) es lo que para bien y para mal se conoce como un “escritor de escritores”. Es decir: alguien admirado por sus colegas (J. M. Coetzee es un fan admirado y confeso), ganador de premios de prestigio, habitual invitado a las mejores antologías y celebrado por la crítica, pero desconocido para el gran público lector de esa literatura de calidad que, de vez en cuando, se cuela en las listas de best-sellers.
Esto cambió para bien con la publicación de El festín del amor, novela atomizada que gira alrededor de historias de insomnes iluminados, fue finalista del National Book Award 2000 y se convirtió en sorpresivo best-seller cuando la publicó RBA en España. Baxter –que trabaja territorios similares a los explorados tanto por los tres grandes John de la literatura de los Estados Unidos (O’Hara, Cheever, Updike) como por los tres grandes Richard (Yates, Ford, Russo)– practica una ficción gentil pero peligrosa, de claroscuros, donde lo cotidiano apenas esconde cierta potencia mítica e inmemorial que flota con cierto aire shakespeareano (Paul Auster ha definido a Baxter como un Chejov nuevo y algo bizarro) sobre los suburbios de las grandes ciudades y los amores de pequeños hombres y mujeres. Y la palabra clave es, claro, epifanía.
Todo esto vuelve a reaparecer en Saul and Patsy, dos personajes ya conocidos por los seguidores de Baxter. La pareja suele aparecer en varios de sus cuentos, reordenados aquí como los primeros capítulos de la novela. En principio, Saul and Patsy se propone como una elegante comedia matrimonial con dos personajes queribles –un profesor de literatura en un colegio secundario y una empleada de banco– que se conocen en un college de la Costa Este, se enamoran, se casan y se mudan al Medio Oeste, donde se convierten en padres. Todo parece conformarse con ser una radiografía perfecta, muy bien escrita, de la vida cotidiana, hasta que un alumno disfuncional de Saul llamado Gordy se obsesiona con su maestro, comienza a aparecer cada vez más seguido por la casa de la pareja y, a la altura de la página 135, acaba suicidándose de un tiro en el jardín de la hasta entonces feliz pareja. Cosas todavía más extrañas empiezan a ocurrir: el suicidio de Gordy es interpretado por los adolescentes góticos del lugar como una suerte de nuevo evangelio y empieza a prosperar un culto que honra la memoria del chico muerto. Un culto en el que, para sus practicantes, no está del todo claro si Saul ocupa el rol de San Juan Bautista o de Judas.
Es entonces cuando lo que se nos presentaba como una comedia doméstica muta a indisimulada historia de horror. El Sueño Americano se despierta convertido en pesadilla; el lector descubre que siente miedo con un libro que, en teoría, no debía dar miedo, y aquello que habíamos imaginado como un resplandeciente Bedford Falls construido con la lógica sentimental de Frank Capra, cambia su arquitectura por la de algo mucho más cercano al Twin Peaks de David Lynch.
Buena mezcla, libro raro. Y luego de un clímax angustiante suena una coda/final –¿feliz?– donde todo parece haber vuelto a la normalidad, pero no: Saul ha dejado de ser maestro para dedicarse a escribir una violenta columna de opinión en el periódico local y atraer el odio de la ciudadanía toda, mientras Patsy lo contempla tan enamorada como el primer día, y –no estoy del todo seguro de que el efecto sea buscado– uno se pregunta si estos dos no estarán, después de todo, un poco locos.

Rodrigo Fresán

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