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Domingo, 11 de enero de 2004
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The amateur marriage

THE AMATEUR MARRIAGE
Anne Tyler

Knopf
Nueva York, 2004
320 págs.

Por Rodrigo Fresán
Baltimore es la ciudad con la que soñaba Melville, donde murió alucinando Poe, en la que suelen filmarse las epifánicas películas de Barry Levinson, y donde aúllan los films freaks de John Waters. Y Baltimore es la ciudad donde transcurren las soñadoras, alucinadas, epifánicas y freaks novelas de Anne Tyler.
Adorada en los Estados Unidos e Inglaterra, Anne Tyler (Minneapolis, 1941) ha tenido mala suerte a la hora del castellano y así se ha paseado por demasiadas editoriales –Sudamericana, Emecé, Alianza, Plaza y Janés, Altaya, Lumen, Alfaguara– sin conseguir entre nosotros el impacto cult que lograron John Irving, John Cheever o John Updike a la hora de la literatura doméstica con potencia mítica. Lo que es una pena y una injusticia porque –además de tener el dudoso honor de ser la autora preferida de Nick Hornby, quien poco menos que la plagia en su Cómo ser bueno–, Tyler es una gran escritora. Lo que corresponde averiguar ahora –quien firma esto es un fan confeso– es si Tyler ha iniciado la curva descendente de su obra o si, apenas, se ha propuesto un par de novelas sabáticas para así tomar nuevo impulso y regresar a las admirables alturas que supo habitar en los ‘80.
The Amateur Marriage –su novela número diecisiete– arranca ambiciosa con un magistral capítulo sucediendo a lo largo del día del bombardeo a Pearl Harbour y cierra, casi cansada, sesenta años después con el ataque al World Trade Center. Entre uno y otro “día de infamia”, Tyler narra el arco de un matrimonio que nunca llega a asumirse como “profesional” y acaba comprendiendo que “ser un amateur puede causar tanto dolor como el que provoca un villano”. La pareja dispareja de Michael y Pauline Anton –y el modo en que ésta repercute sobre hijos y nietos quienes en un momento los definen a ambos como “hielo y cristal, dos sustancias parecidas pero imposibles de reconciliar”– es el tema de una novela “rara” dentro de la obra de Tyler. De acuerdo: aquí están las constantes de su talento –una amorosa mirada de despiadados rayos x, una prosa sepia y melancólica, y una pasión por el detalle casi invisible pero decisivo– sumadas a un más que interesante uso de la elipsis a la hora de saltar años entre capítulo y capítulo.
Pero también se extraña mucho –demasiado– la voluntad bizarra y casi salingerianamente beatífica de los “héroes” que hicieron inolvidables a títulos como Cena en el restaurante nostalgia (1982), El turista accidental (1985) y Casi un santo (1998). Rasgo reemplazado, desde hace unas cuantos años, por una especie de corriente subterránea más cercana al manual de superación personal feminista o a la miniserie a ser protagonizada por Susan Sarandon o Diane Keaton que a la meganovela que podría haber sido The Amateur Marriage. Seis décadas dan para mucho y aquí se tiene la curiosa sensación de asistir a la autopsia de una limitada cápsula del tiempo donde acontecimientos como la revolución hippie pasan como fotos en un álbum familiar. Aun así, en sus páginas abundan las razones para ser feliz leyendo las tristezas de los Anton: un libro regular de Anne Tyler siempre será mejor que el mejor de muchos de sus colegas. Y Baltimore siempre será Baltimore.

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