Domingo, 14 de noviembre de 2004
El comienzo de 2666
Por Roberto Bolaño
La primera vez que Jean-Claude Pelletier leyó a Benno von Archimboldi fue en la Navidad de 1980, en ParÃs, en donde cursaba estudios universitarios de literatura alemana, a la edad de diecinueve años. El libro en cuestión era D’Arsonval. El joven Pelletier ignoraba entonces que esa novela era parte de una trilogÃa (compuesta por El jardÃn, de tema inglés, La máscara de cuero, de tema polaco, asà como D’Arsonval era, evidentemente, de tema francés), pero esa ignorancia o ese vacÃo o esa dejadez bibliográfica, que sólo podÃa ser achacada a su extrema juventud, no restó un ápice del deslumbramiento y de la admiración que le produjo la novela.
A partir de ese dÃa (o de las altas horas nocturnas en que dio por finalizada aquella lectura inaugural) se convirtió en un archimboldiano entusiasta y dio comienzo su peregrinaje en busca de más obras de dicho autor. No fue tarea fácil. Conseguir, aunque fuera en ParÃs, libros de Benno von Archimboldi en los años ochenta del siglo XX no era en modo alguno una labor que no entrañara múltiples dificultades. En la biblioteca del departamento de literatura alemana de su universidad no se hallaba casi ninguna referencia sobre Archimboldi. Sus profesores no habÃan oÃdo hablar de él. Uno de ellos le dijo que su nombre le sonaba de algo. Con furor (con espanto), Pelletier descubrió al cabo de diez minutos que lo que le sonaba a su profesor era el pintor italiano, hacia el cual, por otra parte, su ignorancia también se extendÃa de forma olÃmpica.
Escribió a la editorial de Hamburgo que habÃa publicado D’Arsonval y jamás recibió respuesta. Recorrió, asimismo, las pocas librerÃas alemanas que pudo encontrar en ParÃs. El nombre de Archimboldi aparecÃa en un diccionario sobre literatura alemana y en una revista belga dedicada, nunca supo si en broma o en serio, a la literatura prusiana. En 1981 viajó, junto con tres amigos de facultad, por Baviera y allÃ, en una pequeña librerÃa de Munich, en Voralmstrasse, encontró otros dos libros, el delgado tomo de menos de cien páginas titulado El tesoro de Mitzi y el ya mencionado El jardÃn, la novela inglesa.
La lectura de estos dos nuevos libros contribuyó a fortalecer la opinión que ya tenÃa de Archimboldi. En 1983, a los veintidós años, dio comienzo a la tarea de traducir D’Arsonval. Nadie le pidió que lo hiciera. No habÃa entonces ninguna editorial francesa interesada en publicar a ese alemán de nombre extraño. Pelletier empezó a traducirlo básicamente porque le gustaba, porque era feliz haciéndolo, aunque también pensó que podÃa presentar esa traducción, precedida por un estudio sobre la obra archimboldiana, como tesis y, quién sabe, como primera piedra de su futuro doctorado.
Acabó la versión definitiva de la traducción en 1984 y una editorial parisina, tras algunas vacilantes y contradictorias lecturas, la aceptó y publicaron a Archimboldi, cuya novela, destinada a priori a no superar la cifra de mil ejemplares vendidos, agotó tras un par de reseñas contradictorias, positivas, incluso excesivas, los tres mil ejemplares de tirada abriendo las puertas de una segunda y tercera y cuarta edición.
Para entonces Pelletier ya habÃa leÃdo quince libros del autor alemán, habÃa traducido otros dos, y era considerado, casi unánimemente, el mayor especialista sobre Benno von Archimboldi que habÃa a lo largo y ancho de Francia.
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