Domingo, 27 de febrero de 2005
El dÃa que conocà a Rulfo
Por Héctor Tizón
Conocà en México a Juan Rulfo casi al mismo tiempo que a MartÃnez Estrada, ambos tan distintos entre sà se convirtieron, a poco del trato inicial, en amigos muy queridos; entre ambos sólo se parecÃan en lo esencial, por lo demás, nada más distinto. El uno caudaloso y breve hasta el hueso el otro. Ambos con un alto sentido del papel de la literatura como instrumento esencial de conocimiento y comunicación entre los hombres, y con una versación literaria que en el caso de Rulfo tendÃa a disimular, quizá por innata timidez. Su pasión fue la literatura, pero también la fotografÃa y los viajes por su tierra como vendedor de neumáticos, creo. Recuerdo con emoción y aún con gratitud las largas charlas –él hablaba poco y yo también, el resto lo prodigaba con bonomÃa y hospitalidad Miguel León Portilla, dueño de casa en el Instituto Indigenista de México–, cuando Rulfo trabajaba allà y yo concurrÃa de vago nomás. Por aquel tiempo, Rulfo, con la publicación de sus cuentos de El llano en llamas era seguramente el escritor más respetado de México y ya habÃa empezado a escribir Pedro Páramo cuando el presidente de la república, licenciado López Mateo, le otorgó una beca de mil pesos mexicanos con lo cual quedó despreocupado del bastimento diario y se quedó a escribir en su casa de Polanco o en Tepoztlán, adonde lo visitaba asiduamente Pedro Coronel, gran pintor y bebedor cuyo nombre fue usado por Rulfo para su principal personaje de la inmortal novela. Ya, también ahora, Pedro Coronel se ha convertido en prominente alma habitante de Comala, como el propio Juan, a quien habÃa dejado de ver durante años hasta que me enteré de su muerte súbita leyendo la noticia en el periódicomientras viajaba en un tren italiano. Nunca más lo verÃa. Ni podré olvidarlo.
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