Alguna vez dijo que le gustaba considerar su obra como un m贸vil en el que la aparici贸n de un elemento nuevo o el desplazamiento de los ya existentes creaban nuevas figuras y nuevos sentidos. En esa construcci贸n permanente, Saer situaba como punto de partida 鈥淎lgo se aproxima鈥, un cuento publicado en su primer libro, En la zona (1960). En ese trabajo aparecen algunos de sus personajes m谩s conocidos 鈥揃arco, Tomatis, a煤n no identificado con ese nombre鈥 y se narra una escena a la que volvi贸 en otros textos posteriores y constituye una de sus marcas: el encuentro m谩s o menos casual de un grupo de amigos, una larga conversaci贸n que transcurre en aparente desorden y vuelve, a veces de manera lateral, a veces con insistencia, sobre la literatura y la interrogaci贸n del mundo, de los objetos y de las formas de la percepci贸n.
Esas escenas tienen un correlato en las reuniones que, por la misma 茅poca de aquel libro, celebraban Saer y un grupo de j贸venes escritores santafesinos que reivindicaban como maestro a Juan L. Ortiz, 鈥渁lrededor de un asado y de un poco de vino, qued谩ndonos a conversar el d铆a entero, la noche entera, la madrugada鈥. Saer no tuvo buenas relaciones con las instituciones de provincia. Empez贸 y abandon贸 estudios universitarios, y su experiencia como periodista en el diario El Litoral termin贸 abruptamente en abril de 1959, tras la publicaci贸n del cuento 鈥淪olas鈥 (tambi茅n parte de En la zona): la alusi贸n a una relaci贸n l茅sbica entre dos prostitutas provoc贸 protestas de lectores, la suspensi贸n del suplemento literario y un breve exilio del autor en Rosario. En esta ciudad tambi茅n conoci贸 el prestigio guerrero que dan las pol茅micas: 鈥淭e vi por primera en una mesa redonda (o cuadrada) de escritores aqu铆 en Rosario 鈥搑ecord贸 en una carta el poeta y editor Francisco Gandolfo鈥. Presid铆a la mesa el viejo (Luis Arturo) Castellanos y vos, que entonces eras estudiante, tomaste parte como p煤blico en la pol茅mica y me acuerdo que tuviste una actuaci贸n muy fogosa. Te contradijeron la defensa de Borges, y cuando te impidieron seguir hablando te mandaste mudar iracundo a grandes trancos y mascando no s茅 qu茅 t茅rminos. Lo hiciste poner muy rojo a Castellanos鈥.
En 鈥淎lgo se aproxima鈥, Barco esbozaba un proyecto, o un deseo: 鈥淵o escribir铆a la historia de una ciudad. No de un pa铆s, ni de una provincia: de una regi贸n a lo sumo鈥. La literatura en ciernes no reconoc铆a 鈥渦na tradici贸n que la sustente鈥. En ese vac铆o, que es el que descubre o m谩s bien el que sanciona Saer, lector voraz desde sus primeros a帽os, cobr贸 sentido la figura de Juan L. Ortiz. En un art铆culo period铆stico publicado en 1969, Carlos Mastronardi dijo que se hab铆a encontrado en Santa Fe 鈥渃on fervientes admiradores de Ortiz que no pod铆an razonar la causa de su admiraci贸n鈥. El juicio, por supuesto, no correspond铆a a Saer y a Hugo Gola, los miembros principales del grupo de Santa Fe. Ambos coincidieron en se帽alar a Ortiz como el fundador de una tradici贸n, en la que t谩citamente se inscrib铆an. Gola fue quiz谩 m谩s radical, al se帽alar que el autor de En el aura del sauce inauguraba un modo de escribir poes铆a sin antecedentes; Saer, en cambio, lo ubic贸 en una serie que remit铆a a los or铆genes de la literatura argentina (el Facundo) y a lo que 茅l entend铆a como el cauce central, que era, desde ya, el espacio en que se situaba su propia obra: la 鈥渢ransgresi贸n liberadora鈥 de los g茅neros.
En su valoraci贸n de esa obra Saer destac贸 la aparici贸n de 鈥渦na forma poco utilizada en la poes铆a argentina, que podr铆amos definir como una l铆rica narrativa鈥. El poema-libro El Gualeguay, publicado por primera vez con la primera edici贸n de la obra completa de Ortiz (1970), es el texto que muestra la consumaci贸n de esa forma, que no es sencillamente una parte m谩s del conjunto sino la coronaci贸n de un trabajo po茅tico iniciado sesenta a帽os antes. Las reuniones de amigos fueron el 谩mbito donde el maestro transmiti贸 esa lecci贸n a sus disc铆pulos, con algunas derivaciones curiosas y a la vez reveladoras. 鈥淢e contaron 鈥揹ice Sergio Delgado, que prepar贸 la reciente reedici贸n del libro鈥 de una vez que Juan L. hizo una lectura de El Gualeguay, en alguna de sus frecuentes visitas al grupo que se reun铆a en Santa Fe, en Colastin茅, en la casa de Saer o de Gola. Se trata del tipo de lectura que 茅l hac铆a, es decir deteni茅ndose una y otra vez ante un verso o una determinada palabra para dar una explicaci贸n. Aquella vez la lectura, que avanzaba de interrupci贸n en interrupci贸n, se prolong贸 hasta la madrugada y el auditorio, en su gran mayor铆a, se hab铆a quedado dormido. La an茅cdota, que me la cont贸 un testigo, ahora que la pienso se parece a la de Cristo en el Monte de los Olivos. La moraleja en todo caso ser铆a la siguiente: es dif铆cil luchar contra la vigilia del poeta, poseer sus ojos, su mirada sobre el mundo.鈥
La vigilia se formalizaba en una narraci贸n armada sobre una compleja red de alusiones o, para decirlo en t茅rminos de Saer, con briznas o astillas de experiencia y de memoria, para elaborar las posibilidades po茅ticas del acto de narrar. En la lectura de El Gualeguay puede encontrarse el origen del proyecto de escribir una novela en verso, que Saer consider贸 durante mucho tiempo y que finalmente despleg贸 en la sustituci贸n de los procedimientos cl谩sicos de los g茅neros, para 鈥渙btener en la poes铆a el m谩s alto grado de distribuci贸n y en la prosa el m谩s alto grado de condensaci贸n鈥.
El car谩cter marginal de Juan L. Ortiz fue para Saer un dato revelador respecto del sistema literario, del funcionamiento del aparato editorial y las instancias de reconocimiento. Y un argumento para embestir contra la cr铆tica literaria y poner de relieve la arbitrariedad de las nociones de centro y de margen. Con los mismos t茅rminos se refiri贸 a Antonio Di Benedetto, el otro escritor con el que construy贸 su zona. El valor que le adjudic贸 a Di Benedetto (鈥渆s in煤til buscarle antecedentes o influencias en otros narradores: no los tiene鈥) creci贸 en la misma medida que se distanciaba de Borges, precisamente el escritor que ocup贸 el centro de la consideraci贸n de la literatura argentina a partir de los 鈥60, el momento en el que para Saer inici贸 su declive como escritor y su regresi贸n a formas estandarizadas. Su mirada sobre la obra de Borges, e incluso los reconocimientos que le tribut贸, estuvo matizada por advertencias y reparos; uno de los ejes de su cr铆tica fue la misma definici贸n de la obra, el hecho de que la firma de autor funcionara instant谩neamente como sanci贸n literaria.
Ortiz y Di Benedetto, le铆dos y asociados por Saer, comparten un rasgo central, el haberle dado al conjunto de sus obras 鈥渓a forma inequ铆voca de un objeto bien diferenciado en el plano de la lengua鈥. Los textos de ambos, identificables a simple vista, por su disposici贸n en la p谩gina y la peculiaridad de su puntuaci贸n, muestran que un escritor crea su propia lengua, a su manera. Si en su origen la escritura de Saer no encontraba referencias en lo que aparec铆a dado como literatura, en su desarrollo reconstruy贸 una tradici贸n, defini贸 sus caracter铆sticas y la proyecta hoy como un legado susceptible de nuevas transformaciones.
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