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Domingo, 16 de julio de 2006
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Terrorist, la nueva novela de Updike

¡El terror! ¡El terror!

Por Rodrigo Fresán
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En algún momento del 2002, el escritor norteamericano

John Updike entregó al editor de ficción del medio donde publica lo suyo desde hace décadas –el semanario The New Yorker– un formidable relato titulado “Varieties of Religious Experience”. El cuento en cuestión estaba dividido en cuatro bloques narrativos: el primero lo ocupa un maduro abogado de Cincinnati de visita en N.Y. el día en que los aviones se estrellan contra las torres; el segundo transcurre en un strip-club de Florida al que acude el terrorista e inminente mártir Muhammad Atta para sumergirse en la inmoralidad y corrupción de Occidente y así, asqueado, acceder a la inspiración divina; el tercero transcurre en uno de los rascacielos del World Trade Center donde un financista que ha quedado atrapado se dispone a saltar por una de las ventanas; y el cuarto segmento cuenta lo que sucede dentro del vuelo 93 de United. El texto era magistral, pero a la gente de The New Yorker le pareció un tanto arriesgado, decidieron pasar, y Updike no demoró en colocarlo en las páginas de The Atlantic y, seguro, no dejará de incluirlo en su próxima y afortunadamente inevitable colección de piezas breves.

Casi tres años después, The New Yorker no ha tenido problema alguno en incluir –en su Travel Issue del pasado abril– “The Last Days of Muhammad Atta”, fiction non-fiction de Martin Amis. Los tiempos están cambiando y John Updike, quien llegó allí antes, publica ahora Terrorist, su libro más comentado en mucho tiempo y al que la editorial Knopf ha dedicado un megalanzamiento en ejemplares y publicidad.

Y la situación lo amerita: con Updike –quien en su momento “comprendió” la intervención de EE.UU. en Vietnam y cuya última novela había sido la revisionista y excelente Villages (2004), explorando territorios familiares para sus seguidores– nunca se sabe. O sí. Porque estos imprevisibles golpes de timón también son rasgo distintivo de una obra que no se limita a las infidelidades y horizontalidades de parejas wasp y que, de tanto en tanto, no tiene problema alguno en saltar al futuro o a Africa o al Medioevo o a Brasil o a los territorios de lo mitológico o lo brujeril o lo expresionista abstracto. Lo que sucede, claro, es que todas estas aparentemente novedosas explosiones siempre acaban reconduciéndose –incluso dentro de sí mismas– a lo que no pueden dejar de ser y es una suerte que no puedan: legítimas e inconfundibles novelas de Updike donde lo que siempre pasa y pesa es el sexo escrito y descripto, como de costumbre, con el inglés más exquisito y nutritivo desde el de Vladimir Nabokov.

De ahí que Terrorist –que quizá debería haber escrito Don DeLillo– sea también una inequívoca novela marca Updike donde tres personajes principales se relacionan, se cruzan, se juntan y se separan como en un minué peligroso donde lo que rige las reverencias y giros es la pasión primera y original. Y estos personajes, habitantes de New Prospect, New Jersey, son el adolescente y aprendiz de terrorista Ahmad Ashmawy Mulloy (hijo de egipcio e irlandesa), su madre la pintora/enfermera Teresa Mulloy, y el judío y sexagenario Jack Levy (consejero estudiantil del primero y súbito amante de la segunda). Y es la tensión constante entre estos tres vértices de un triángulo ideológico –donde la fe o la falta de fe son dos caras de una misma moneda– lo que marca a Terrorist como más que eficaz thriller doméstico e intimista. Y lo que –aunque las comparaciones ya hechas por la crítica con El agente secreto de Conrad o Los demonios de Dostoievski sean más o menos pertinentes– lo acerca más a ciertos trucos y modales de Patricia Highsmith y a, en especial, su novela sobre la locura religiosa Gente que llama a la puerta (1983). Hay que destacar el valor de Updike –lo que ya le ha costado críticas indignadas y el desprecio de sus lectores en un forum como el de Amazon.com, donde las acusaciones van desde el “oportunista” hasta el “traidor”– de escribir desde el punto de vista del victimario en potencia y no de la víctima impotente. Hay que destacar también el manejo de maestro que hace Updike para racionar e intensificar el suspense. Un tono y un ritmo que en ningún momento le obliga a sacrificar sus características y exquisitas descripciones o sus inteligentes y originales reflexiones acerca de casi todo (con sustanciosas secciones protagonizadas por el secretario de Seguridad y su devota secretaria, tan fanatizados a su manera como aquellos a quienes dicen combatir) y que, aun así, provocan que las páginas de Terrorist se pasen veloces para llegar al final y averiguar si Ahmad ha abrazado su destino de héroe islámico a bordo de un camión cargado de explosivos. O si –en cambio y, mal que le pese, como ciudadano de ese país amplio y generoso y carnal conocido como Updikeland– sólo el sexo podrá salvar a él o a los que se crucen en la trayectoria de su Jihad privada. Porque es bien sabido que, en Updikelandia, las huríes de ojos oscuros –nunca del todo vírgenes, eso sí– están en la Tierra y no en el cielo.

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