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Domingo, 21 de febrero de 2010
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> Jueves 20 de agosto (publicado el 27 de noviembre de 1914)

Los alemanes toman Bruselas

”Son las tres de la madrugada.

Un ruido de voces y de herramientas chocando contra las piedras acaba de despertarme.

Me levanto y voy al balcón; una cuadrilla de obreros está quitando los postes y el alambre de púa que defendía frente a mi puerta la entrada de la avenida Bellevue; otro hace lo mismo en la avenida Les Freurs; una tercera, mucho más numerosa, quita postes y alambres y ciega la trinchera abierta a cien metros de casa.

Los guardianes cívicos han desaparecido. Los alemanes deben estar muy cerca, y Bruselas renuncia tristemente a una defensa imposible.

¡El día empieza bien temprano y con cuánta congoja!

Entran a Bruselas los alemanes. La gente se resiste a creerlo, y yo con ella. Vamos con el abogado Urbain al centro y vemos los pelotones que se dirigen a diversos cuarteles. Aunque soy extranjero se me oprime el corazón. ¡Qué sería si tal cosa sucediese en mi tierra! El pueblo sigue a los soldados con ansiedad, formándoles escolta, y por un instante temo que vaya a suceder algo, dando lugar a represalias. (...) La bandera alemana ha sido enarbolada en el pórtico del Hôtel de Ville. Muchos vecinos han quitado las suyas, creyendo que el burgomaestre lo aconseja; pero en el centro, sobre todo, quedan bastantes para seguir dando un aire de fiesta a la ciudad. Por la plazoleta de Ma Campagne pasan carros alemanes, grupos de soldados, automóviles llenos de oficiales, y nuestros amigos tienen que contenerse. Uno ha silbado y me cuesta un triunfo demostrarle que no debe hacerlo, pues expone inútilmente a los demás. Los tranvías no funcionan y regreso a pie. En la plaza Vanderkindere la gente se apeñusca alrededor de los centinelas alemanes, pidiéndoles noticias. En el Globo pasa lo mismo. En la plazoleta del quiosco una banda alemana toca algunos trozos, y la gente la aplaude... posiblemente de miedo. Veo pasar algunas muchachas de la pequeña burguesía, si no son otra cosa, fraternizando con los oficiales. Ciertas mujeres corren al uniforme, etc... Los soldados pagan lo que toman en las casas de comercio con oro y plata alemanes. Todos, o casi todos, piden Barbireu para recuperar cierto aspecto decente, que no tienen, después de tantas fatigas. (...) Diecisiete días les ha costado llegar a Bruselas.”

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