Parecido, demasiado parecido al Erdosain de Los siete locos en su bĂşsqueda desesperada por dar con la rosa de cobre, en su invento de medias que no se corran Arlt parece haber vuelto a conjurar, en vida, gran parte de las obsesiones de su literatura: la lucha por la economĂa, los lĂmites inestables entre fantasĂa e imaginaciĂłn y, por quĂ© no, el universo femenino visto desde el telescopio masculino. La patente de este invento, fechada el 17 de octubre de 1934, dice: “Medias con punteras y talĂłn reforzado con caucho o derivados”. Para tal propĂłsito, Arlt habĂa instalado junto al actor Pascual Naccarati un pequeño laboratorio en LanĂşs. La confianza de Arlt en este invento era a prueba de balas, tal como ratifica lo que le escribe a su hija Mirta: “Tendrán que usar mis medias o andar sin medias en invierno. No hay disyuntivas”. A pesar de los fracasos a medias, el escritor persevera ocho años con su invento, hasta que lo sorprende su muerte temprana, el 26 de julio de 1942.
“Chinita querida, cada dĂa es más pesada y fastidiosa para mĂ tu ausencia. Se me hace ya insoportable. Dios quiera que tĂş no pases los ratos que yo paso. Ya no veo la hora de ir; pero aĂşn no puedo, todavĂa tengo que estar en este destierro.” AsĂ empieza la carta de amor que JosĂ© Hernández le escribe a su esposa, Carolina González del Solar, con quien tuvo siete hijos. Lo hizo desde su exilio en Brasil, en el contexto de una de las Ăşltimas rebeliones federales en la que colaborĂł con Ricardo LĂłpez Jordán, y que desembocĂł en la derrota de los gauchos. AsĂ como Borges pudo plasmar en su relato “El fin” un duelo en que MartĂn Fierro es derrotado a manos de un moreno, en esta carta el escritor parece empezar a encontrar el tono de su emblemático personaje, que empezarĂa a concebir en 1872, poco tiempo despuĂ©s de haber escrito esta carta, y ya instalado nuevamente en nuestro paĂs.
Esta carta que Alfonsina Storni le enviĂł a su amigo Manuel Gálvez dĂas antes del suicidio es uno de los documentos más reveladores del hallazgo de la SADE y acaso uno de los que pueden llegar a enriquecer la imagen de su autora. Escrita en un rojo sangre que tiembla en el blanco de la hoja casi hasta desaparecer, esta carta contundente y desesperada contrasta notablemente con “Voy a dormir”, el Ăşltimo poema escrito por Alfonsina Storni. Si en el poema predomina un lenguaje abstracto y casi etĂ©reo (“dientes de flores, cofia de rocĂo,/ manos de hierbas, tĂş, nodriza fina,/ tenme prestas las sábanas terrosas/ y el edredĂłn de musgos escardados”), la carta presenta ni más ni menos que el tono coloquial y concreto de la desesperaciĂłn: “Querido Gálvez, estoy muy mal. Por favor... mi hijo tiene un puesto municipal, yo otro; ruĂ©guele al intendente que lo ascienda acumulándole mi sueldo”. Si el poema, más allá del dolor, da muestra de una resignaciĂłn estoica y casi arrogante que, ante el inminente suicidio, reclama el olvido (“DĂ©jame sola: oyes romper los brotes.../ te acuna un pie celeste desde arriba/ y un pájaro te traza unos compases/ para que olvides.../ Gracias. Ah, un encargo:/ si Ă©l llama nuevamente por telĂ©fono/ le dices que no insista, que he salido...”), la carta, en su misma naturaleza efĂmera, reclama exactamente lo contrario, memoria: “Gracias, adiĂłs. No me olviden. No puedo escribir más”.
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