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Domingo, 9 de enero de 2011
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> Sobre sus papeles inéditos

El libro imposible

Por D. F.

Son trece páginas a un espacio, cubiertas de apuntes como el que copio aquí:

> st. (págs 11 y 12 de I). “Amor salpicado/ Ensartao”. Tengo dudas acerca de si “Amor salpicado” no será el título, pero, como no hay ninguna indicación, lo dejo así, como primer verso y sin título. Tengo dudas sobre si termina ahí, en “abismo líquido que me das alas”, al final de la Página/12 de I, y quizá hasta el texto de la página 13 sea su continuación. Pero al leerlo con cuidado me parece ver con bastante nitidez un cambio de tema y de tono, así que me animo a quitar lo que aparece en la página 13. Y, por otra parte, me parece que el texto queda realmente muy bien de esa manera (es un poema que me gusta mucho), y que ese final es perfecto. Aparece el tema del fuego en las islas, pero no es otra versión de “Incendio en las islas”. Otras dudas: 1) “cameleotao” en la 3ª línea: podría ser, pensando en “camalote”, y en que el poema habla del río y de camalotes, “camaloteao”, pero por las dudas lo dejo así. 2) “pero no se hogue”: suponiendo que hay un error de tipeo, y sin poder consultar, me arriesgo a cambiar “hogue” por “ahogue”. En la línea siguiente, en cambio, debe quedar como está, “bogue”. 3) un poco más abajo: en la línea que sigue a “zarandeado”, tiene que ir “machuque”: son dos versos seguidos con la palabra “machuque”, y en total cinco versos seguidos compuestos de una sola palabra cada uno. 4) en la Página/12, después de “y siempre esperada”, hay una línea tachada: no creo que corresponda una línea en blanco, de modo que el verso siguiente debería ser, inmediatamente abajo, “es todo lo que puedo hacer”. [...] Pero, así y todo, me cuesta mucho decidirme acerca de si se trata de un poema o dos. Para mi gusto, quedaría mejor si el de la página 11 fuera un poema y el de la 12 otro, y que uno vaya inmediatamente después del otro.

Cuando el editor, Mario Pellegrini, recibió el trabajo que durante más de un año estuve haciendo con la poesía de Ricardo Zelarayán, se disgustó. En vez de los poemas listos para publicarse, le llegaba una larga lista de indicaciones que le resultaba incomprensible, así que decidió tomar la edición en sus manos. El resultado es la segunda mitad de Ahora o nunca. Poesía reunida, y, como devolví los originales, no sé qué es lo que dejó, qué quitó, qué decidió cambiar o por qué. Nunca voy a saberlo y lo lamento, como lamento haber trabajado tanto para nada. Aunque no fue para nada, y eso sí que no lamento: por más que la haya pasado mal, acosado por la necesidad de tomar decisiones de las que luego podía arrepentirme si la puntería o el criterio me fallaban, pude adentrarme hasta el fondo en un proceso de escritura “en vivo”, y de ese modo ir comprendiendo esa poética, ciertas profundas razones que al principio me había costado percibir.

Fue el propio Zelarayán el que me propuso el trabajo, y la dificultad, con ser mucha, no parecía tanta cuando se trataba nada más que de reunir los tres libros publicados y unos inéditos salvados de la costumbre de perder sus textos que el poeta había convertido en leyenda. Pero, mientras iba revisando y tratando de ver qué podía decir de lo que leía, empezaron a aparecer más inéditos: muchos. Zelarayán no había perdido nada: estaban, ahí, en hojas desparramadas, sin orden cronológico ni de cualquier otro tipo, tanto que muchas veces no podía uno saber si tenía ante sí uno o dos o tres poemas, o si el poema estaba completo o no. Para colmo, cuando Zelarayán creía perder un poema, lo volvía a escribir, muy cambiado, y había que ver qué se hace con las dos o tres o cuatro o cinco versiones. El problema es que, a esa altura de las cosas, el autor ya estaba mal y no había cómo consultarle. Me decidí, entonces, por una mezcla de investigación criptológica y reconstrucción imaginativa para proponer a los tipeadores y el editor, sin tocar los papeles, que me parecían sagrados. Pero el paso del tiempo, aún más alargado por mis dudas, y la impaciencia del editor, apremiado por el propio Zelarayán, produjeron el cortocircuito. Me arrepentí entonces de no haber sido más resuelto, menos escrupuloso en cuanto a respetar las razones internas de los textos o a buscarlas. Al fin y al cabo, hiciera lo que hiciera, siempre estaría presente esa potencia que uno llama “Zelarayán”, ese peculiar gusto, lo que vuelve inconfundible y única una escritura que durante ese trabajo no sólo aprendí a valorar sino pude ir disfrutando en sus matices y detalles. Si me preguntaran hoy cuál me parece la mejor edición de su poesía inédita, diría: “publicar todo”. Con errores, con repeticiones, con un orden descuajeringado, me gustaría muchísimo contar con ese libro, que es un libro impublicable, un involuntario Finnegan’s Wake que tal vez a RZ no le disgustaría. En cierto modo, sin embargo, a ese libro lo tengo, lo puedo disfrutar: como suele pasar con algunos grandes poetas, en un verso de Zelarayán está en germen el poema entero, y en cada poema toda la obra.

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