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Domingo, 9 de enero de 2011
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> Retrato de un viejo maestro

Esos locos viejitos

Por Rodolfo Edwards

Al Zela lo conocí a fines de los ’90. En esa época ni sabía que era del ’25. A pesar de que era sordo como una tapia y tenía un andar “cansado”, un fraseo demorón y un temple hosco, siempre aparentaba tener sesenta y pico de años, como si el tiempo se hubiese detenido para siempre, empantanado en el barro de sus ojeras. Cuando se ponía a hablar, a contar alguna historia, parecía un Landriscina de ácido... Pertenezco a una generación que se enamoró de los viejos. Recuerdo muchas escenas de esos tiempos en las que muchachotes como Cucurto u otros andaban de aquí para allá persiguiendo a los viejos poetas. ¿Y quiénes eran esos viejos poetas? Francisco Madariaga, Joaquín Gianuzzi, Zelarayán, Leónidas Lamborghini, Manrique Fernández Moreno. Era como ver en la cancha a los franchutes de la Pléyade. Los hits de esa época eran poemas como Criollo del universo o Roña criolla. Madariaga era un recitador increíble, un saco azul oscuro, la chivita puntuda, la cara roja y esa voz que parecía salir de la profundidad de un pozo tropical: “Ensíllame el mejor caballo ruano del universo: para atravesar el agua de oro de la muerte”. Los imberbes los recitaban de memoria por la calle, en los bares, en el subte, a sus novias. Visto desde hoy, pareciera que esos viejos tenían una mágica voluntad de dejarnos algo antes de partir: un gesto, una risotada, un exabrupto, esas palabras con las que teníamos que lidiar, alcoholes fuertes que cuesta tragar, todo eso era parte de una herencia que hoy atesoramos entre el corazón y la memoria: nuestras cajas de seguridad están llenas de joyas oscuras que supieron cartonear estos viejos por los arrabales de la lengua. No eran poetas fáciles ni en el trato personal, ni cuando nos enfrentábamos en soledad con la lectura de sus textos. Imposible leerlos de corrido, siempre había que levantar la vista después de cada verso. La distorsión a veces era insoportable, al lado de ellos los “Sonic Youth” parecían Pipo Pescador. Alta graduación alcohólica. Conozco más de uno que se embriagaba después de empinar la tercera línea. A los que más frecuentaba yo eran Zela, Gianuzzi y Manrique Fernández Moreno. No me olvido más de la vocecita de Gianuzzi diciéndome sonriente: “Hola, ¿venís a ver al poeta moribundo?”. Con Manrique manteníamos largas charlas en una cantina que está enfrente de la cancha de Boca. Fuimos buenos amigos. El Zela era muy irónico con las minas; una vez en el boliche Babilonia (allí funcionaba la Casa de la Poesía que dirigía Susana Villalba) el Zela encaró a una conocida actriz, que acababa de recitar unos poemas, y le dijo: “Ustedes las actrices no saben recitar poesía”. La actriz lo miró completamente azorada... A Cucurto le preguntaba a veces por mí: “Cómo anda ese amigo tuyo con nombre gringo”. Así era el Zela, impenetrable, como la defensa del Ferro de Griguol, como un paredón largo y viejo que nunca se termina, mientras se nos llena el bocho de pensamientos, de explosiones cerebrales que nos hincan el ánimo y nos hacen releer esas oraciones exclamativas que son lamento, plegaria y ofensa, todo junto: poemas nerviosos, intransigentes, barderos, asimétricos, taimados, eléctricos, violadores de la belleza, rabiosos, escritos con los pies de un bailarín que no sabe bailar pero que baila movido por su espasmo moral, por una reacción alérgica al estado del mundo, porque Zela y todos estos viejitos fueron auténticos contemporáneos del mundo. “Un remolcador cachuzo arrastra su panza chota por la mugre líquida del Riachuelo. ¡Riacho puto, angurriento de aceite fabriquero y porturario! ¡Riacho sediento de aceitado tachón! Un remolcadorcito fullero y piratón anda por ese riacho guacho. Andando nomás, sin remolcar un carajo por el momento. Andando como lancha nomás por el Riachuelo inmundo rumbo a la Gran Charca donde se pudren los cadáveres irreconocibles de los dos grandes ríos suicidas. ¡Hay cada renuncio en esta vida! ¡Atención a los colados que pueden ser más importantes que los invitados! ¡Atención al número cualquiera que puede ganarle a la larga al favorito! ¡Atención al huevo roto de la docena! ¡Ojo con los alcahuetes sinceros que los hay! ¡Ojos con los de alma mal pensada o los de pensamiento sin alma! ¡No está muerto quien pelea!” Remixo al Zela como quien se atraganta de poesía.

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