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Domingo, 23 de enero de 2011
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80

Por Fabian Casas

La década del ’80 fue clave para mí porque decidí determinadas cosas que cambiarían mi vida hasta el día de hoy. En principio, decidí en 1986 hacer un viaje iniciático y recorrer América con mis compañeros de Filosofía. En la fiesta que nos hicieron de despedida, un chico que no conocía y que me cayó de manera formidable, me dijo que se llamaba Gaspar y que su padre era poeta. En ese entonces, que alguien tuviera un padre poeta me resulta muy extraño. El chico era Gaspar Madariaga, lo vi esa sola vez y un poema de su padre –Francisco– está en la selección de estos enganchados de los ’80: “Criollo del universo”. Tuve la suerte de escucharlo leer esta poesía y casi siempre me emocionaba tanto que me hacía llorar. Madariaga recitaba como si hiciera karate con la voz. Mis amigos karatecas dirían que tenía kimé. En ese viaje, mientras estaba parando en un camping de Salta, entré en una librería y encontré la Obra compelta de Juan Gelman editada por Corregidor. Gelman me dijo años después que el libro estaba lleno de erratas, pero yo tenía 21 años y me gustaban hasta los errores. Le vendí mis botas náuticas al encargado del camping y me compré el libro. Con esa decisión, entré como lector en la poesía argentina.

Creo que fue en el ’86 cuando salió el primer número del Diario de Poesía. Para mí, la revista de cultura más importante que salió en la historia de nuestro país. No quiero terminar este prólogo de los enganchados de los ’80 sin dejar de agradecer infinitamente como lector a todos los que hicieron y hacen esa publicación inolvidable. Como dice Charles Simic en un poema que traduje con Martín Gambarotta y que habla de una mujer que pone un cartel con los caídos en combate: “La lista es larga y todos nuestros nombres están ahí”.

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